Adriana Chiroleu (*) Claudia Voras (**)
La estructura social que emerge en Argentina luego de las reformas de los 90 tiene poco que ver con las imágenes que aún pueblan el imaginario social de vastos segmentos de la población. De hecho, la movilidad social ascendente, la articulación entre futuro y progreso, la inexistencia de guetos sociales y la percepción de que el propio esfuerzo daba la medida del lugar social ocupado, fueron figuras que durante décadas permearon el devenir social. Los años de la dictadura marcaron los límites de progreso social indefinido, presentando por primera vez en muchas décadas, índices de movilidad social descendente. Desde entonces y a pesar de los tibios esfuerzos por transformar la situación que se hicieron durante en el gobierno de Alfonsín, la estructura social argentina comenzó a polarizarse mientras los sectores medios se desdibujaban en un proceso de empobrecimiento relativo. Los noventa no hicieron más que profundizar estas tendencias y consolidar posiciones sociales: la de los más ricos, y también la de los más pobres. Unos y otros constituyen las dos caras de la moneda. En este sentido, la distribución regresiva del ingreso que se acentúa en estos años profundiza la brecha entre las clases, diseñando los rasgos de una estructura social amorfa en la cual una ínfima cúpula se reparte la parte sustancial de la torta, mientras el resto se disputa las migajas restantes. De esta forma se ha ido desdibujando la histórica pirámide de estratificación social característica del siglo XX, en nuestro país. Mientras aumenta la inequidad social, y el estado deja de cumplir sus funciones de equilibrador de la balanza, confiando ciegamente en los aportes del mercado, crece también la delincuencia y la violencia social, factores que amenazan el disfrute cotidiano de la posición social. Se da entonces el auge de los procesos de autoexclusión: la construcción de countries y barrios exclusivos, la contratación de seguridad privada, la consolidación de circuitos médicos y educativos especiales (desarrollados en todos los niveles), en fin, el abandono de todos aquellos ámbitos en los cuales promediando el siglo XX se cruzaban las existencias y el prójimo tenía rostro, y el dolor o las carencias tenían existencia real más allá de las estadísticas. Esta situación ha dado lugar a la formación de nuevos guetos de élite, integrados en parte por los tradicionales sectores dominantes y también por los denominados "nuevos ricos", esto es aquellos sectores sociales (ínfimos numéricamente) que resultaron "ganadores" en el proceso de reestructuración propio del capitalismo y que están íntimamente vinculados a las actividades contemporáneamente más rentables: el sector financiero y el sector de servicios, como así también algunas actividades productivas competitivas a nivel internacional. Esto ha ido generando una suerte de monopolización de las posiciones estratégicas, a través de una compleja trama de relaciones personales, familiares, económicas y políticas que deviene en una suerte de cohesión de clase sustentada en esas tramas y alimentada por el tipo de educación recibida y la preservación de intereses comunes. (*) Profesora titular de la Cátedra de Estructura Social de la Facultad de Ciencia Política de la UNR (**) Profesora adjunta de esa misma cátedra
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