Pampa del Indio, Chaco (enviada especial). - Si Evelyn Méndez, de tres meses, logra sortear todos los escollos que su origen y condición le legaron, probablemente nunca se entere de que su frágil vida fue salvada una calurosa tarde de mayo por un grupo de médicos solidarios. O quizá alguien le cuente que profesionales y estudiantes de la Universidad Nacional de Rosario le detectaron una neumonía aguda durante la primera jornada de una misión humanitaria al monte chaqueño, que permitió que la beba fuera trasladada e internada con premura en el hospital de la localidad de Pampa del Indio.
Profesionales y estudiantes formaron parte de una campaña encabezada por el odontólogo Juan Ramón Frare y el pediatra Gustavo Ferruggia, que contó además con la presencia de Malvina Giulani, tocoginecóloga; y María Cristina Durante, médica generalista. Cinco estudiantes avanzados de ciencias médicas y una de odontología se unieron a la misión con el único objetivo de ayudar a los que más lo necesitan, y las primeras tareas se desarrollaron en Campo Medina.
La empresa, auspiciada por los Rotary Club de Bigand y de Las Parejas, tiene varias ediciones y esta fue la primera del 2001. Los voluntarios no sólo aportaron un entusiasmo contagioso, sino que consiguieron medicamentos, ropas, golosinas y calzado para traer a estas tierras, ubicadas a poco más de mil kilómetros de Rosario.
La parroquia del Sagrado Corazón de Pampa del Indio albergó a los visitantes con la hospitalidad del cura italiano Mario Lovato, quien reside en el lugar desde hace trece años. La localidad está en el suroeste del Chaco y tiene una población estimada en cuatro mil habitantes, pero a su alrededor -en el espeso monte chaqueño- hay más de 20 comunidades indígenas, por lo que se estima que del pueblo dependen unas 15 mil personas.
Son muy pocos los aborígenes que habitan en la zona urbana, que fue colonizada por centroeuropeos después de la Primera Guerra Mundial. Pampa del Indio vive de la producción de algodón, la madera y algunas hortalizas como zapallo, mandioca y sandías. Pero la crisis económica y en particular la deprimida producción algodonera dejaron a la región en una situación de extrema pobreza.
Con excepción de algunos pocos puestos laborales de la comuna y de la provincia, como maestros, médicos, enfermeros o policías, y de empleos en comercios familiares, prácticamente no existen fuentes de trabajo. La producción agrícola emplea jornaleros y en los últimos años la misma casi ha desaparecido.
Los lugareños recuerdan que hace un par de años, por ejemplo, la tonelada de algodón costaba en el mercado entre 500 y 600 pesos, y en la última cosecha apenas se pagó 180. La situación es muy grave en el pueblo y dejó al límite de la subsistencia a los aborígenes, que al menos una vez por año tenían la posibilidad de trabajar como braseros.
Es posible observar la miseria paupérrima en las comunidades indígenas, pero el ojo clínico de los médicos la hace aún más patética. Conscientes de que no pueden revertir la situación, los misioneros se dedican a paliar las patologías más comunes, de las que los niños son las principales víctimas.
Graves lesiones en la piel por la falta de higiene, algunas crónicas, problemas de pediculosis sobre cuyas infecciones las moscas han puesto huevos produciendo gusanos, dificultades respiratorias y la mala alimentación, cuando no la desnutrición, dan vía libre a un sinnúmero de enfermedades. La parasitosis, también crónica en muchos de ellos, producto de la falta de agua potable o simplemente de agua, provoca numerosas enfermedades del aparato digestivo y en especial cuadros diarreicos en la población toba.
Si bien los médicos de campaña no hacen diagnósticos y seguimientos de enfermedades más crueles, se topan en la mayoría de los casos con el mal de chagas y la tuberculosis, moneda corriente en aquellas comunidades.
Especialistas
La falta de especialistas en la zona le otorga una importancia especial a la presencia del dentista, quien les permite a los lugareños no sólo que les extraigan muelas y dientes, sino también la posibilidad de obtener prótesis para sus desdentadas bocas.
Los adultos formaban cola para el odontólogo, quien hizo extracciones molares y tomó impresiones para hacer prótesis totales y parciales a los indígenas. Recibido como a un querido y lejano pariente, los tobas se acercaron uno a uno a su consultorio de campaña instalado a la sombra de un añoso árbol. Frare y su ayudanta hicieron prolijamente las fichas y prometieron que la nuevas piezas dentales llegarán en un par de meses desde Rosario.
En otros dos consultorios, pequeñas piezas habilitadas, se atendieron niños y adultos. "Le salió un grano en la cabeza", confió una mamá al pediatra y mostró el cuero cabelludo de una pequeña nena. El grano resultó ser una grave infección -probablemente producida por los piojos- donde luego las moscas pusieron sus huevos, y el resultado fue un absceso del tamaño de una pelota de ping-pong. Los médicos abrieron y drenaron la lesión para aliviar a la pequeña. Junto con la curación, los profesionales enseñaron a las mamás cómo limpiar y sacar las costras de las cabezas, además de los piojos.
Acaso la llegada de Evelyn Méndez, en los brazos de su abuela y acompañada por su mamá de 16 años, con una neumonía grave, puso en alerta a los médicos, quienes rápidamente explicaron la necesidad del traslado de la bebé al hospital. Casi sin palabras, la madre se negó durante unos minutos a la propuesta, hasta que accedió y la niña fue hospitalizada con los elementos necesarios para asistirla y curarla. Con este caso solo -que estuvo lejos de ser el único- la primera jornada del grupo voluntario ya estaba más que justificada, más allá de que los profesionales sepan que la situación de Evelyn se multiplica en muchos niños anónimos, y que más de un caso será fatal.