| | El eterno mito de Ringo Bonavena Hace 25 años era asesinado en la puerta del Mustang Ranch por un guardaespaldas de Joe Conforte
| Abel Gamarra
Hoy se cumplirán 25 años de que uno de los dos mejores pesados de la historia del pugilismo argentino, a muchos kilómetros de distancia de su querido Parque de los Patricios y de manera abrupta -luego de que una bala le partiera el corazón- marcara su paso hacía la inmortalidad. Oscar Natalio "Ringo" Bonavena. El de los largos habanos y del sombrero texano, el de los pies planos, el de la respuesta rápida y pintoresca. Aquel gladiador romano con voz aflautada que le hizo besar la lona dos veces a Joe Frazier y tuvo al borde del precipicio a Muhammad Alí. El de las ravioladas domingueras junto a su madre, familia y amigos. El que partió el 21 de enero del 76 para los Estados Unidos y regresó en un ataúd meses después. Aquella fatídica madrugada del 22 de mayo de 1976 en el Mustang Ranch de Reno (Nevada), propiedad del empresario Joe Conforte, donde el certero disparo de un guardaespaldas segaría la vida de uno de los personajes argentinos más carismáticos y queridos de los últimos 40 años. Inefable, ocurrente, rudo y tierno a la vez, con un corazón más grande que su voluminosa anatomía. Creador de frases rimbombantes y posturas circenses que lo convirtieron en el mejor vendedor del producto que él mismo generaba a cada instante. El mismo día en el que Ringo encontraba la muerte en Nevada, Víctor Emilio Galíndez -a pesar de un corte en una ceja- definía con un tremendo nocaut ante el moreno Richie Kates en Sudáfrica su defensa del título mundial mediopesado de la AMB. La camisa del árbitro de dicha pelea, Stan Christodoulou, hoy es una pieza de museo. Recién finalizada aquella terrible batalla, se le informó a Galíndez de la suerte corrida por su entrañable amigo. El monarca semicompleto no hallaba consuelo de ninguna especie. Muchas cosas se dijeron y escribieron sobre su muerte y las relaciones con Sally Conforte, las que habrían precipitado los hechos. La cuestión es que sólo Dios sabe lo que realmente pasó con Oscar Bonavena en Nevada. Ringo fue un chico grande. Autor de aquella célebre frase con la cual graficó le incertidumbre por la que atraviesa la mayoría de los que se abrazan a la más dura y cruel de la disciplinas deportivas, además de sintetizar una filosofía de vida: "Arriba del ring estás tan solo que cuando suena el gong te sacan hasta el banquito". "La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado", es otra de sus reconocidas máximas. Capaz de decirle al por aquel entonces presidente de facto Alejandro Lanusse, sin ruborizarse: "General, con mi guita y su pinta, sabe las cosas que podríamos hacer juntos". Su gran resistencia física se sobrepuso a sus pies planos. Así fue que alcanzó frente a su eterno rival, Gregorio "Goyo·"Peralta, el título argentino de los pesados. Con un récord absoluto de público: 25.236 espectadores colmaron la instalaciones del Luna Park. También su bolsa (2.600.000 pesos de aquella época) significó una marca nunca antes lograda. Capaz de patotear en la conferencia de prensa al mismísimo Alí. A quien llegó a tener al borde del abismo en la novena vuelta en aquel epopéyico combate donde cayó estoicamente en la última vuelta. El gran Muhammad nunca pudo olvidar aquella izquierda envenenada que lo hizo flamear. A los 33 años, como lo había vaticinado en alguna oportunidad, Ringo abandonó el paraíso terrenal para entrar en la inmortalidad. Pero sin lugar a dudas que el duende de ese grandote con cara de chico travieso seguirá recorriendo la avenida Caseros, Boedo, Chiclana, Gibson. Siempre aferrado a su amado y querido estadio Tomás A. Ducó.
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