Año CXXXIV
 Nº 49.123
Rosario,
lunes  21 de
mayo de 2001
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Editorial
Violencia en las aulas

Sucedió de nuevo. En plena clase, un chico de una escuela rosarina amenazó con un revólver a un compañero. El hecho, grave en sí, pudo haber sido mucho más grave. Porque si bien su corolario no fue una muerte, no hace falta apelar a la imaginación para deducir que bien pudo haberlo sido. Lamentablemente, en este caso puede hablarse de gran preocupación, pero no de sorpresa. Resultaría, cuanto menos, hipócrita o ingenuo hacerlo. Es que lo acontecido en el interior de la Escuela Técnica Nº12 Juana Elena Blanco, de Gorriti al 2200, se constituyó simplemente en otro eslabón de una dramática cadena. La situación se ha repetido en numerosas ocasiones en distintos establecimientos educacionales de todo el país, y no sólo los estudiantes se han erigido en protagonistas de los sucesos de violencia: también los docentes han resultado víctimas de la brutal irracionalidad, llegando a pagar -en algunos casos- hasta con su vida.
No es sencillo encontrar el camino que conduzca a una respuesta sobre los porqués de tan tremenda conducta. Los motivos son variados y múltiples, y sus coordenadas se cruzan muchas veces con la crisis que golpea al país en todos sus estamentos. Pero las generalidades pueden aclararse cuando se coloca el foco, con mayor precisión, sobre el sistema educativo.
Al respecto se habla, y se sigue hablando, de decadencia. El prestigioso ensayista y periodista Guillermo Jaim Etcheverry emplea un término mucho más duro: él no vacila en recurrir a la brutal palabra "tragedia" para pintar el panorama. Esa tragedia, sin duda, tiene sus raíces más profundas en el trasfondo de una sociedad para la cual el conocimiento, en casi todas sus vertientes, ha perdido gran parte de su valor. En que, excepto ciertas disciplinas en las cuales se hace hincapié muchas veces hasta por moda -casos inglés o informática, sin que esto implique restarles un ápice de su innegable importancia-, muchos frentes vitales han quedado casi abandonados. Fundamentalmente, el desinterés recae sobre aquellas áreas del saber que atañen a la vieja y querible formación humanista, esa que insistía en aspectos morales, enseñaba la historia, la gramática y la ortografía y no procuraba crear especialistas ni técnicos, sino seres humanos armónicos, conscientes de su responsabilidad ciudadana.
Se podría proseguir largamente. Es que los hechos de violencia son simples emergentes de una violencia más cruel y escondida: la que sufren quienes no reciben respuestas de parte de los que están frente a ellos, justamente, para dárselas. El replanteo debe ser drástico, inmediato. El verdadero "riesgo país" radica, tal como están las cosas, en un lugar muy distinto de las frías mediciones económicas.


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