Hace poco Javier Reverte citaba a Bruce Chatwin diciendo que los géneros literarios de ficción y no ficción eran un invento de los editores, lo que suponía otra afirmación: que la realidad y lo imaginario se mezclan casi siempre en la pluma del escritor, tanto en una fantástica novela como en una crónica descarnada de algún viaje. Y si existe un lugar donde mezclarlos, éste debe ser Fuerteventura.
Sitio de un paisaje por momentos casi lunar, con playas infinitas, cerca de Africa y Europa, pero en realidad en el medio de la nada, que provoca vértigo y a la vez, irónicamente, el temor al infinito. Esta isla integra el archipiélago de las Canarias, junto a la Gran Canaria, Lanzarote, Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro, teniendo cada una su propia historia e identidad.
Se formaron hace 20 millones de años como consecuencia de gigantescas erupciones volcánicas, pero mientras Fuerteventura y Lanzarote son inhóspitas y áridas, las demás son extremadamente montañosas y verdes, rocosas, con profundos valles o barrancos, cráteres volcánicos, densos bosques o fértiles llanuras.
La temperatura media durante los doce meses es de 25º, y hay sol más de 2.500 horas en el año. En verano puede haber días de mucho viento cuando los alisios soplan desde el noroeste y en otoño el polvo traído por el siroco directamente del Sahara a menudo forma una especie de nube sobre las islas.
A 90 kilómetros de Africa, Fuerteventura, paraíso de los surfistas, posee el litoral más largo de todo el archipiélago: 100 kilómetros de largo. Esta isla es elegida principalmente por europeos que la escogen por su aislamiento, tranquilidad y maravillosas playas.
Montañas volcánicas
La isla está prácticamente dividida en dos: los dos tercios al norte, con monumentos históricos y el Parque Nacional de Dunas y vida salvaje, y la larga y estrecha península de Jandía con sus célebres zonas turísticas de playa, al sur. En el interior, cadenas de montañas volcánicas salpican el paisaje, atravesado por cauces de ríos secos que formaron barrancos.
Además de las atracciones naturales, también cuenta con varios monumentos arquitectónicos como la catedral de Santa María, en Betancuria, fundada en los primeros años del siglo XV por Jean de Bétehencourt, el primer colonizador. Los colonos dejaron a su vez antiguos castillos, vestigios de las primeras fortificaciones de la isla, como el castillo El Tostón.
La capital es Puerto del Rosario, ubicada en una bahía natural. A unos pocos kilómetros de esta ciudad está el aeropuerto que comunica a Fuerteventura con algunas de las más importantes ciudades europeas (Madrid, Bristol, Colonia) y con las otras capitales de las islas Canarias.
Al norte de Puerto del Rosario se encuentra La Oliva, sede conjunta del gobierno en el siglo XVIII junto con Antigua, y unos kilómetros más al norte está Corralejo, que cuenta con la urbanización turística más completa de la isla. Además de comercios, restaurantes y bares, tiene un servicio de ferry que la comunican con Lanzarote y la isla de los Lobos. Este nombre se refiere a los lobos marinos que la frecuentaron en otros tiempos. Hoy ofrece una buena playa, paz y tranquilidad a los visitantes.
La carretera en dirección este desde las afueras de la ciudad bordea el Parque Nacional de las Dunas. Este es un enorme desierto y también una reserva natural de especies de pájaros poco comunes.
El sur de Puerto del Rosario merece una atención especial. Para llegar a la península de Jandía, que reúne más de la mitad de las playas de la isla, existen carreteras.
Un desolado paisaje se materializa bruscamente en el espectacular panorama de las aguas de un azul turquesa indescriptible. Matas Blancas, Cañada del Río, Costa Calma, Playa Esmeralda, Los Gorriones, son centros turísticos que se asoman a idílicas playas. Se puede caminar por ellas, rodeadas por acantilados, encontrando infinidad de ardillas norafricanas que corren con absoluta libertad, sintiéndose dueñas del paisaje, milagro que el turista les disputa.
Más al sur la carretera se adentra en Morro del Jable, un importante puerto pesquero, donde pueden degustarse pescados como bacalaos, arenques, lubinas, rodaballos y sardinas, aunque con el tesón y la argucia necesarios puede encontrarse pez espada o atún de ojo grande, auténticas delicias culinarias.
Llegado a este punto de la carretera sólo queda respirar con la mayor fuerza que permitan los pulmones y observar las playas en forma de media luna y las montañas volcánicas que ya empiezan a imponerse como un increíble telón de fondo. Muchas son nudistas, aunque admiten el ingreso de todo el mundo y de diferentes trajes de baño.
Al arribar a Jandía un centro comercial se enfrenta a las enormes e inmensas playas donde por unas 1.000 pesetas (unos 5 pesos) se puede rentar una sombrilla y dos reposeras para todo el día. Numerosos bares al lado de la playa abastecen al turista de bebidas, alimentos y cualquier otra necesidad.
Cerca del punto más meridional de la isla está el faro del caserío Puerto de la Luz. En la costa oeste, una playa de arena blanca de 20 km de largo, como la de Barlovento de Jandía o la de Cofete. En este lado de la península, los vientos han esculpido fantásticas y misteriosas esculturas naturales en las montañas volcánicas y de piedra arenisca, que parecen custodiar el litoral.
Cerca de Costa Calma hay un lugar que merece visitarse: la Lajita. Además de un jardín botánico y de un zoológico, donde pueden verse las especies de cactus más increíbles, pájaros, algunos cocodrilos, monos, puede disfrutarse de una excursión en camello, que es una experiencia valiosa para adultos y niños, por unas 1.200 pesetas (alrededor de $6 por persona).
Viajamos con todos los sentidos, no sólo con la vista. Al viajero le gusta tocar, oler, saborear y escuchar el viento de la vida. Indudablemente esta isla misteriosa deja lugar para el goce de cada uno, pero también para dejar que nuestra imaginación vuele a través de esos paisajes que sólo al llegar nos son extraños. Porque, decía Reverte, así se viaja, a lomos de la ficción y de la no ficción, para seguir recuperando algo que es tan eterno como la vida humana: la sed de la emoción, la sed de la aventura intelectual.