Corina Canale
Las sureñas tierras neuquinas de Villa La Angostura fueron en un comienzo sitios de cacería de tehuelches y mapuches; después, cuando el Parlamento Shayhueque expulsó a las tribus manzaneras del cacique Inacayal, llegaron los criollos y algunos europeos procedentes de Chile. Corría 1902 y la bella comarca se integraba al país. El italiano Primo Capraro instaló un aserradero, y 20 años después, cuando la villa fue fundada oficialmente, construyó el primer hotel en la boca del soberbio Correntoso. La pequeña aldea de montaña ya podía recibir visitantes. Y la nombraron Angostura por el istmo de la península de Quetrihué -que tiene una bahía mansa y otra brava-, una lengua de tierra cubierta de cipreces y cohíues que se adentra en las aguas azules del lago Nahuel Huapi. Los pescadores son fanáticos de ese lugar. Una buena política de crecimiento logró que la villa no cambiara su apariencia de aldea cordillerana, recostada en los faldeos de los cerros Bayo, Inacayal y Belvedere. Es el lugar más prístino del sur patagónico y una perfecta postal donde nada desentona y todo fluye en armonía. La avenida Arrayanes es el centro de la villa. Allí está el Paseo de los Artesanos donde se encuentran prendas tejidas en telar mapuche, piezas de plata y adornos de flores secas. Y también el Rincón Suizo, donde Mónica y Edgardo sirven truchas y fondue con un aplacado Terrazas Chardonnay de 1997. En invierno el centro deportivo del Cerro Bayo reúne a una pléyade de esquiadores que buscan la paz de los bosques y el confort de Las Balsas, un exclusivo resort de madera y piedra donde es posible aislarse del mundo. En los bucólicos paisajes que rodean Puerto Manzano hay granjas abiertas al agroturismo, donde el visitante puede cosechar frutillas y frambuesas, con el aroma que inevitablemente el frío industrial le quita a las frutas. En la península de Quetrihué, de costas abruptas y sinuosas, existe un bosque de arrayanes, árboles milenarios de corteza color canela y flores blancas, parecidas al azahar. Al bosque se puede llegar en lancha y volver a la villa por un sendero de 12 kilómetros, una interesante caminata de casi cuatro horas. En medio del bosque está la famosa "casita de Walt Disney", donde dicen que el artista imaginó las andanzas de Bambi. Lo que se sabe con certeza es que esa fue la casa de té de los Lynch, la familia que en 1942 donó 1.600 hectáreas para el Parque Nacional Los Arrayanes. Mucho antes, allá por 1897, ya transitaba estos caminos el norteamericano Jarred Jones al que sus peones llamaban Don Juan, quien a principios de siglo fundó el Boliche Viejo, uno de los sitios que integran "la ruta histórica" de la villa. El vivero Genciana, construido por el alemán José Diem, también está en este circuito. Pero es en el Hotel Correntoso por donde pasó gran parte de la joven historia de Villa la Angostura. Historias que reviven las aventuras de los pioneros cuando traían mercaderías desde Bariloche en el famoso lanchón Cachirulo. El talento del arquitecto Alejandro Bustillo -una presencia constante en la Argentina de principios de siglo-, aparece en la villa neuquina en las líneas francesas de la residencia El Messidor, un pequeño castillo a orillas del Nahuel Huapi. En El Messidor, nombre del décimo mes del año en el viejo calendario francés, estuvo detenida Isabel Perón luego del golpe de 1976. Y también caminó por sus bellos jardines otro primer mandatario: Arturo Frondizi. Villa la Angostura está a sólo 80 kilómetros de Bariloche. El camino, casi siempre, discurre junto al Nahuel Huapi. A veces se eleva, y entonces el lago se ve a través del bosque, salpicado por cabañas de chimeneas humeantes. Y cuando el camino se abisma los angostos ríos de montaña están al alcance de la mano; ríos de aguas blancas y espumosas que saltan sobre piedras redondas y lisitas. En estos tramos se ven mejor los árboles grises del desmonte. Ya cerca de la villa el camino se desvía hacia el centro de esquí de Cerro Bayo, y algo más adelante, en el fondo de la bahía, se perfila la majestuosidad de un complejo de tiempo compartido. El camino, flanqueado por retamas amarillas, es un atractivo en sí mismo.
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