Carlos Roberto Morán
La novela -escribe Saer en 1981- debe abrirle paso a formas imprevisibles que carecen todavía de nombre, pero que aspiran a ser el hogar de lo infinito". Es notable advertir de qué manera Saer ha sido fiel a sus conceptos, a su concepción de la estética y también a una "moral" con la que ha abordado el hecho literario, porque esas ideas se corresponden tanto a "Lugar", libro de relatos de 2001, como a "La vuelta completa", su extensa novela de 1963 que ahora, cuarenta años de ser escrita, termina de ser reeditada. Es muy importante la decisión editorial de haberse "jugado" por una novela que podría en principio pertenecer a esa "prehistoria" de los escritores reconocidos, aquellos pininos literarios que -una vez rescatados- mientras producen vergüenzas ajenas se develan como simples operatorias comerciales. Nos anticipamos: No ocurre así de ningún modo con este buen, y a veces excelente, producto saeriano porque en verdad no estamos ante un relato "prehistórico", sino ante la primera parte de una saga. Aquí aparecen casi por primera vez los personajes-amigos que reaparecerán en muchos de sus trabajos posteriores. Hablamos de Barco, Tomatis, Leto y Expósito, entre otros. Estamos en los orígenes. En la Santa Fe de comienzos de los 60, descripta con una minuciosidad tal que a veces exaspera pero que termina actuando como "fotografía viva" para quien la vivió y la recuerda. La recuerda, como quien esto escribe, porque muchísimas de las referencias que aporta Saer sencillamente no existen más, ya se hable de la terminal de ómnibus (Saer emplea todo el tiempo esta palabra, nunca habla de colectivos ni, menos, de micros), de los tachos de basura recogidos por los municipales o de los tranvías. Y también de otras cosas, que hoy sorprenden, entre ellas que todos "caminen" la noche sin sobresaltos, a nadie se le ocurre -por ejemplo- que puedan llegar a ser protagonistas de alguna tragedia criminal. Otros tiempos. El libro se divide en dos partes, que terminan siendo concurrentes. En la primera de ellas, "El rastro del águila", Saer habla de la tormentosa relación de Rey con Clara, casada con su mejor amigo. En la segunda, "Caminando alrededor", cuenta sobre "Pancho" Expósito y su conflicto con la realidad, con la vida misma. Ambos relatos van a confluir en su parte final para dar esa "vuelta completa" a la que el título alude. De las dos partes de este texto infrecuente, la segunda nos ha resultado la más sustancial. Toda la novela está atravesada, si esta palabra es la adecuada, por la literatura. Y también por las "tormentas" tan propias de la época, como la política, la filosofía con claro predominio del existencialismo y la psicología (y no el psicoanálisis) Toda ella es, por otra parte, una verdadera postulación teórica de Saer, quien comenzaba a plantear sus preocupaciones estéticas. "La ciencia -dice Rey- trabaja a base de convenciones. Pero el sentido último de la realidad no lo puede penetrar". Esta idea de que el sentido último de la realidad no puede ser conocido, pero al mismo tiempo es la realidad la que debe ser constantemente auscultada, es la línea central que "informa" a toda la novela (y, es sabido, aquello que preocupa a Saer y que ha marcado a su obra). El intento de asalto -y desenmascaramiento- de la realidad, de eso último inabordable, es lo que coloca a Expósito al borde de la locura. Para referirse en profundidad a este proceso el escritor santafesino llega a momentos inmejorables en la novela. Es literatura de alta intensidad pero también de considerable extensión que, dadas las limitaciones de espacio, no podemos transcribir, pero sí sugerir al lector que se detenga en las páginas 158 y 159 y siga a Saer en la auscultación del "alma" de Pancho. Se encontrará con momentos memorables, de esos que no se ven en los libros de ocasión: "Era exactamente una grieta, en aquello que los antiguos llamaban alma; y por la grieta comenzaba a ascender una lenta oscuridad que anegaba el alma entera". Vale además hacer referencia a la "soberanía" de la novela, al desparpajo con el que Saer veinteañero -tenía 24 años cuando la comenzó y 26 al terminarla- aborda el fenómeno narrativo. Es la misma soberanía que reclamará Ricardo Piglia años más tarde y que Saer, en la presunta "ignorancia" provinciana, se había anticipado al escribirla. Porque aquí el autor de "La pesquisa" hace lo que quiere -la novela transformada en una suerte de territorio autónomo- y así incorpora disquisiciones sobre Dios, discusiones políticas, descripciones minuciosas de geografías y climas, hasta darse el "lujo" de introducir un cuento que termina siendo una verdadera reflexión moral. Es cierto también que el texto mucho hubiese ganado si Saer lo hubiera constreñido, porque en su desmedro debe admitirse que registra un exceso de momentos "muertos", innecesarios. Se ha hablado de geografías y climas. Al respecto cabe decir que las descripciones saerianas de edificios, de objetos, de cielos, le permiten hablar de una Santa Fe que así se vuelve rara pero fundamentalmente opresiva, como si los personajes que obsesivamente la caminan no puedan salir de ella y por consiguiente no puedan proyectarse en un más allá en el que, presuntamente, pudieran resolver sus conflictos que seguirán "más allá" de la novela misma.
| El mundo narrativo de Saer está en esta nueva novela. | | Ampliar Foto | | |
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