Silvina Dezorzi
-¿Cree que hoy existe algún nivel de discusión interesante en el país? -Deja con ganas. ¿Por qué? Veo dos corporaciones que hegemonizan el debate: los periodistas y los economistas, mucho más que los políticos, que perdieron autoridad. Bajo la forma de denuncias e investigaciones, los medios fijan temas de debate en Argentina. Los periodistas estrella, por ejemplo, sobre todo en los medios audiovisuales, participan fuertemente de la creación de opinión pública. Uno puede nombrar a diez y parece que siempre tienen autoridad moral: se ubican en un ámbito moral, pontificante, que se expresa en una incapacidad de análisis político compensada por una saturación de discurso pastoral, que dice hacerse eco de la gente y crea ambientes, por ejemplo de indignación, basados en la emoción. Se nutre y lucra con las emociones. Si este es el nivel de discusión falta información y profundidad de análisis. Y aun desde la izquierda, en sentido amplio, no puede zafar del modelo setentista: son utópicos para atrás, no registran matices ni singularidad. Suponen que para los pibes de 20 años el país debería ser el mismo de 30 años atrás y entonces condenan la falta de ideales; condenan a la gente por cobarde; los derechos humanos les parecen un emblema político de punta; crean polos sociales sobre la base de la compasión. En una palabra: no hacen el menor análisis. -¿Y cómo opera la corporación de los economistas en los debates? -Hubo momentos de buena discusión, con análisis de la realidad y del poder en la Argentina. Pero hay que saber leerlos: hay escuelas, hay tomas de posición. Ahora, ya hace tiempo se tornaron una rueda en el vacío, una monótona repetición de esquemas y de fórmulas. -¿Por falta de alternativas? -Porque la Argentina que los economistas trabajaron hasta el 95, 96, quebró. Mientras parecía salir de la hiperinflación y llegar a una cierta estabilidad, con algún crecimiento del mercado interno y del producto bruto, hubo una euforia pensante en la que los economistas gastaban tinta y autocomplacencia. Finalmente, ese debate era interesante: siempre fue interesante leer a Broda, Cavallo, Castro, Graziano, Rodríguez, Fernández, porque había en juego algo que tenía mucho que ver con la realidad. Pero hoy los economistas tampoco hacen análisis político. No tienen esa capacidad por distintos motivos. Los grupos de economistas fuertes, tipo Fiel y demás, aplican los esquemas ideológicos de la Escuela de Chicago. Podrían ser como Martínez de Hoz, nada ha cambiado en el aspecto ideológico desde entonces: desprecian al país, desprecian a todos los grupos sociales, odian a los universitarios, los docentes les parecen parásitos, la industria argentina les parece hecha al abrigo de Estado; los empleados estatales son para ellos todos unos ñoquis. Es decir: si fuera por ellos la Argentina tendría que cerrarse. ¿Con quién se quedarían? Con un par de modelos, un par de jugadores de fútbol, un par de economistas, dos o tres yuppies y ya está. -Tal como aparece hoy el hartazgo de la ciudadanía hacia la clase política y la exigencia de recorte a sus gastos, paralelo a un enorme quiebre de representatividad, ¿le parece una reacción saludable o peligrosa? -Analizaría el tema desde tres aspectos. Primero, el sistema político argentino siempre fue de caciques, hasta con los militares. Es una corporación jerárquica en todo el país, una red por la que circulan influencias y dinero, que por supuesto fortalecen a la corporación. Parte del dinero va a la caja personal y partidaria, pero otra parte, justamente porque la red sufraga favores y protección, se extiende por la sociedad. Ocupa espacios que ocuparía el Estado en un sistema republicano eficiente. Las manzaneras de Buenos Aires son clientelistas, pero también tiran leche y arroz, algo que de otro modo la gente no recibe. No hay que ser snob: modernizar y civilizar rompiendo este sistema sin poner en funcionamiento otro no sé para qué sirve porque la corrupción en Argentina tiene funciones. Otro aspecto es que sin duda un poder político con coraje no estaría hablando de comisiones o subcomisiones, consenso o plebiscitos. Por fuerza política fijaría que ningún legislador gane más de 5 mil pesos, y pasaría a otro tema. Tercer aspecto: la sociedad necesita castigar a alguien, quiere darles con un caño a los políticos en general. Pero entre los políticos hay colores, honestidades y trabajos diferentes, aunque pocas veces se habla de los que ponen el lomo, presentan leyes y hacen cosas. Son minoría, pero las minorías son muy importantes. Esa sed de venganza va a satisfacer por un mes, pero después vamos a buscar a otro. Y ahorrar 600 millones de pesos en sueldos políticos no le hace nada a un país que necesita 20 mil millones para un primer canje de la deuda. -¿Qué le dice a usted, como filósofo que trabaja y vive en Argentina, la palabra globalización? -Que hoy en día la relación entre países se basa en decisiones corporativas de enormes multinacionales y sobre todo fondos de inversión financieros que aglutinan miles y miles de millones de dólares en flujos de dinero para invertir en mercados según el índice de confiabilidad que ellos mismos estipulan. Esto no tiene afectos ni lealtades, es absolutamente frío. Antes no había tal flujo de dinero financiero que entra y sale, que crea deuda y que puede generar tanto un boom económico como un crac. Eso hace muy permeables a ciertas naciones. La globalización ofrece la zanahoria y lo que da es un garrote. -¿Y por qué tantos intelectuales europeos no se cansan de ponderar los efectos culturales de la globalización? -Eso es superficial. Para Europa la globalización es Europa unida. La palabra europeo se va recortando como algo distinto frente a "los otros", pero en nuestros países no significa nada. Nosotros no tenemos idea de lo que pasa en Brasil, ni en Uruguay, ni en Chile. Si tenemos hasta fronteras interiores... ¿Qué tipo de circulación de información se da realmente hoy en Argentina? Un estudiante universitario, ¿a cuántas revistas especializadas o bibliotecas del mundo tiene acceso? ¿En cuánto tiempo recibe los materiales? ¿A cuántos congresos asiste un profesor? ¿De qué globalización hablamos? Si estamos cada vez más aldeanos... -En este contexto de tanto deterioro, ¿qué rescata de la universidad? -Que es la única posibilidad de un millón de jóvenes argentinos para tener un lugar en la sociedad. Hoy la universidad es un galpón que los protege contra la desocupación y la marginalidad. Hay muy pocas chances de que un joven salga a la calle con la secundaria y consiga empleo. No hay trabajo en el país, y por una cuestión de estructura el único lugar que tiene un joven es una universidad masiva y gratuita, donde se puede exigir poco porque tiene muchos límites. Obvio: no tiene nivel de excelencia. ¿O hay algo excelente en Argentina? Se dice que van a estar incómodos si son 200 en un aula. Pero la gente que viaja en colectivo también está incómoda, y los jubilados que hacen cola en los bancos también están incómodos, y los profesores también están incómodos. La Argentina es incómoda... Es un lujo para el país en estas condiciones tener un millón de estudiantes que algo aprenden en la universidad pública. No sólo textos, sino nuevas formas de sociabilidad, de compañerismo, de solidaridad. La universidad despierta vocaciones. Y así como en la primaria se da leche a los chicos aunque esa no sea su función, también en la universidad hay un suplemento de función social. Si eso cuesta 1.800 millones de dólares, es poca plata para esta Argentina.
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