| | Editorial Triunfo con incógnitas
| La clara victoria en las elecciones italianas del magnate de las telecomunicaciones Silvio Berlusconi despejó dudas sobre la naturaleza del fenómeno político en la Europa contemporánea. Sin embargo, simultáneamente, abrió un preocupante abanico de nuevas incertidumbres. El triunfo de Berlusconi fue categórico, indiscutible. La contundencia con que lo consiguió ratificó las transformaciones que han sacudido el ámbito político europeo -y planetario- desde la caída del muro de Berlín, con la consecuente irrupción de la posmodernidad y la globalización en cada uno de los territorios donde antes dominaban el debate y las fervorosas ideologías de signos opuestos. Las cosas, se sabe, han cambiado mucho. Ya prácticamente no se suscitan discusiones vertebradas alrededor de esos dos términos históricos, izquierda y derecha. Y en la actitud de los votantes también se perciben las abruptas modificaciones. Es que las antiguas fidelidades se han diluido y se imponen criterios de neto corte pragmático. El primer discurso que dio Berlusconi resultó revelador al respecto: "Haré funcionar el Estado como una máquina eficiente al servicio de los ciudadanos", aseguró el flamante jefe político de la península. Desideologización pura, tal como se trasluce: absoluto predominio de la tan a la moda noción de eficiencia. Y que esté a la moda no significa que carezca de valores. En este caso, y contrariando la regla, se debería decir: todo lo contrario. Porque la visión de los jefes de Estado como gerentes de una empresa muy particular -el Estado nacional- es dueña de incontrastables virtudes en el marco del hasta ahora no mejorado sistema democrático. Pero el horizonte dista de estar despejado de preocupaciones. Es que la alianza que permitió el acceso al poder de Berlusconi incluye grupos políticos cuya neta filiación derechista no se priva de acudir al discurso de la xenofobia y el racismo. Las inadjetivables consecuencias que han provocado a lo largo de la historia humana -fundamentalmente durante el conflictivo transcurso del siglo veinte- las dos lacras sociales nombradas con antelación se encienden, por lo tanto, como una luz de advertencia en el futuro del gobierno italiano. Convendría, entonces, mantener los ojos abiertos sobre esas preocupantes tendencias, que hasta ahora son minoritarias, a fin de que no se produjeran funestas sorpresas en el porvenir. Y esperar que en la concreta acción de gobierno de Silvio Berlusconi se plasmen exclusivamente aquellos puntos de su plataforma que ningún hombre de buena voluntad puede dejar de compartir.
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