Algunos lugares de Rosario parecen tierra de nadie. El sistema de recolección de residuos, concesionado hace dos meses, divide a la ciudad en dos grandes zonas, norte y sur, a cargo de las empresas Ciba y Lime. Sin embargo, la basura apilada o desparramada en algunas áreas urbanas hace pensar que su erradicación no le tocó a nadie en el reparto que realizó la Municipalidad. Espacios verdes no parquizados, barrancas y áreas costeras, terrenos ferroviarios o simplemente próximos a las vías, y hasta veredas de los terrenos baldíos en barrios o pleno centro de la ciudad son algunos de esos limbos a los que rara vez les llega el turno de la limpieza. Como táctica de supervivencia cada vez más extendida el cirujeo aporta lo suyo, por lo que a los grandes containers ubicados en los barrios la basura llega y se va, dejando un reguero de lo inaprovechable en el camino. Las autoridades municipales, al menos por ahora, no tomaron cartas en el asunto.
Aunque la mayoría de las calles luce barrida por la mañana, con los residuos prolijamente empaquetados en sacos de las firmas hasta que pasa el camión recolector, los bolsones de mugre subsisten en Rosario.
Ejemplos sobran, pero quizá sobresalgan algunos enclaves en las zonas oeste y noroeste. Cuanto más pobre es la población que habita en ellas, más sucias se ven.
Los carros de cirujeo recogen a toda hora la basura por las calles y luego la descargan para proceder a una primera selección, donde se separan los materiales que pueden cotizar en los corralones y cartoneras, como aluminio, vidrio, madera, papel y cartón. El resto (residuos orgánicos, botellas de plástico y todo tipo de desperdicios domésticos) queda pavimentando las vías, los baldíos y terrenos verdes de uso común.
Se sabe que el cirujeo es una actividad que permite sobrevivir penosamente a miles de familias que viven en la ciudad, lo que no impide admitir que se trata de una práctica bastante poco higiénica que deteriora todavía más las ya insalubres condiciones sanitarias en que vive buena parte de la ciudad.
"Los camiones vienen a vaciar (los containers) más o menos cada dos o tres días, pero es la misma gente la que hace desastres: a veces son dañinos y vienen y los queman, otras veces desparraman a propósito todo afuera", le explica Damián a La Capital, mientras selecciona mercadería prolijamente de uno de los containers de Ciba ubicado en el descampado de Blanqui y avenida de los Granaderos.
"Acá tiran todo mezclado, pero después venimos nosotros a revolver, y solamente buscamos el aluminio y los papeles", aclara Julio. Metros más atrás, sus chicos lo esperan en el carro y el caballo también busca pasto donde mejor puede.
En San Nicolás y 27 de Febrero se repite la postal. En rigor, se trata de una imagen reiterada por toda la ciudad. En el mejor de los casos los containers tienen tanta basura adentro como a su alrededor, una realidad que parece difícil de evitarse. En los casos peores, como Cafferata al 2700, no hay containers a la vista sino basurales de facto ya sedimentados en plena zona urbana y frente a las casas.
En los canteros centrales de 27 de Febrero al oeste, las bolsas domésticas depositadas probablemente a deshora aparecen despanzurradas, a merced de perros flacos y hambrientos, cuando no de bucaneros tan pobres como ellos. En la misma cuadra conviven con bolsas color turquesa de Lime que guardan celosamente el producto del barrido anterior.
Postales del río
Si el noroeste rosarino aparece como una de las áreas más rebeldes a la recolección, la zona centro no le va en zaga, sobre todo en las proximidades del río.
Uno de los enclaves es la franja costera frente al Monumento. Tras la verja metálica que, a la izquierda de la Estación Fluvial, separa el área verde de los muelles, los pescadores tiran sus líneas. El entorno es pavoroso: a un paisaje natural que suele alternar pozos y yuyos, se suma la mano del hombre, abandonada de la mano de Dios. Botellas de plástico, latas, bolsas de basura y hasta pedazos de sillas adornan el área, transformándola en una postal inolvidable para los turistas que llegan a Rosario.
Siguiendo por avenida Belgrano, y más lejos por el acceso Sur, las barrancas aportan lo suyo, con un cascada de residuos que termina depositada en las veredas. Las prolijas bolsas de Lime aguardan la recolección al lado de sus parientes pobres, montañas de basura cuya erradicación parece responsabilidad de nadie.
Pero otras áreas del macrocentro también tienen lo suyo. La avivada de depositar escombros en las veredas de terrenos baldíos habilita a otros vecinos a sumar los residuos domésticos que no saben dónde poner. Alvear entre 9 de Julio y Zeballos es sólo un ejemplo.
Contrarrestando tanta pálida, la zona sur aparece bastante limpia por la mañana, con basura y montañas de hojarasca embolsadas por la firma Lime responsable de la prestación. Y en muchas veredas del parque Sur abundan los cestos prolijamente revestidos de bolsas.
Sin embargo, los canteros centrales de algunas avenidas, como Seguí, dejan bastante que desear. ¿Será que quienes arrojan montones de basura sobre el césped común sienten que dejan a salvo la propia quintita de su vereda?