| | Editorial Defender el libro
| La medida de protesta adoptada anteayer por las librerías de Rosario y de todo el país tuvo una fuerte carga simbólica. Es que el apagón que realizaron en contra de la aplicación del impuesto al valor agregado (IVA) a cualquier tipo de texto y en favor de la sanción de la ley nacional del libro se constituyó en un acto cuya trascendencia superó la de una mera expresión sectorial en defensa de sus intereses para erigirse en una poderosa metáfora de la actualidad argentina. No parece haber, en esto, demasiados misterios. Tampoco resultaría necesario, en otro contexto económico, político y cultural, explayarse en relación con la crucial importancia del libro para la formación y el desarrollo del ser humano. Sí corresponde, sin embargo, recordar que se trata, nada menos, del principal vehículo creado por la especie a lo largo de su permanencia sobre la Tierra para transmitir y preservar información, desde la más banal y pedestre hasta la más intemporal y sublime. Porque en esos objetos de papel que se ajan, que envejecen y que al fin mueren, sobrevive y se prolonga hacia el futuro lo que de eterno tiene el hombre dentro de su cáscara mortal. Y en defensa de ellos, justamente, es que la medida de la antevíspera fue tomada. La oscuridad, entonces, cayó anteayer sobre los libros. Oscuridad física que en cierto modo representa el color del porvenir que les hubiera tocado en caso de que el Estado gravara -tal como estaba planeado- con el 10,5 por ciento de IVA a los textos. Y si bien ya se aclaró, apresuradamente, que dicha gabela sólo recaerá sobre "catálogos comerciales, álbumes o libros de estampas y cuadernos para dibujar o colorear", exceptuándose del tributo, por ende, a obras literarias, manuales, libros técnicos y escolares, diccionarios, catálogos de museos y obras infantiles y litúrgicas, el llamado de alerta que significó el apagón está por completo justificado. Ocurre que es imprescriptible deber del Estado el garantizar, por todos los medios que se encuentren a su alcance, la educación y cultura de los ciudadanos. Por otra parte, en épocas de crisis como la presente, pocas áreas de la vida del país sufren tanto el golpe como las que no se mezclan con las llamadas necesidades básicas de la población. En síntesis: ¿gravar el libro, cuando cada vez se lee menos? ¿Atentar de tan cruel manera contra las ideas, cuando lo que hace falta, por contrario, es estimular la producción intelectual? Anteojeras, por supuesto. O -si se quiere- locura. Hora de cambiar de rumbo, entonces, si lo que en verdad se busca es que la Argentina crezca.
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