Junto con la aparición de nuevas modalidades diagnósticas y terapéuticas se modificaron las opciones de los enfermos, particularmente de aquellos afectados por patologías graves. El conjunto de nuevas técnicas para el tratamiento de enfermedades determinaron la aparición de procedimientos de magnitud tal que los pacientes requirieron de cuidados especiales para posibilitar su recuperación final. En ese contexto surgió la medicina intensiva.
"Si nos atenemos al origen verdadero de la especialidad, debemos rendir homenaje a la enfermera Florence Nithingale quien a finales del siglo XIX comprobó que durante las batallas era conveniente agrupar a los heridos en función de su gravedad", dijo el doctor Carlos Lovesio, jefe de la unidad de terapia intensiva del Sanatorio Parque.
Años más tarde la epidemia de poliomielitis planteó la agrupación de enfermos especiales en áreas adecuadas. Surgieron así -en los países nórdicos y luego en el resto del mundo- las primeras unidades de asistencia respiratoria, y posteriormente, las salas para tratar enfermos con infarto de miocardio.
"La unidad de terapia intensiva es un área definida con características arquitectónicas, de equipamiento y de personal especiales, destinada a la vigilancia y al tratamiento de pacientes graves, entendiendo por tales aquellos que presentan un compromiso de las funciones de algún órgano vital", puntualizó Lovesio, ex presidente de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva.
Cuando el paciente está en riesgo de presentar alguna complicación es derivado a la sala de terapia intensiva. "Allí se efectúan dos tareas, de control o monitoreo (presión arterial, frecuencia respiratoria y cardíaca, temperatura y estado neurológico), y de tratamientos especiales, incluidos asistencia respiratoria, diálisis y empleo de drogas especiales".
¿Qué le ocurre al enfermo cuando ingresa a cuidados intensivos? "En primera instancia se encuentra en un ambiente aparentemente hostil donde es sometido a una serie de maniobras, algunas invasivas, que van desde la simple toma de muestras de sangre hasta la posibilidad de ser sometidos a una anestesia para intubación y asistencia respiratoria. En este sector, que podría ser definido como de máxima seguridad, el personal está entrenado para detectar los mínimos cambios en las funciones vitales y para aplicar las medidas terapéuticas necesarias para revertir estas alteraciones", explica Lovesio.
Para el profesional, esta máxima seguridad tiene su precio. "El paciente estará alejado, temporariamente, de su familia; experimentará algunas incomodidades y podrán alterarse sus ritmos de sueño y vigilia. Todo es transitorio", aclara.
Tratamientos humanizados
"La humanización en los extremos de la vida es fundamental de todo tratamiento en terapia intensiva. Existe una tendencia creciente que el paciente no sea simplemente objeto de manipulaciones tecnológicas". Por el contrario, tanto mediante apoyo psicológico y el acompañamiento de la familia, se busca evitar que el enfermo tenga un recuerdo traumático de su paso por terapia (sueños amenazantes, inadaptación a la actividad habitual, trastornos del sueño).
En cuanto al contacto del paciente con la familia, Lovesio dijo que necesariamente es restringido. "En ocasiones la permanencia de familiares en la sala interfiere el trabajo del personal. Ellos son parte activa del tratamiento y además deben comprender que el equipo médico tiene un entrenamiento especial y que las enfermeras se encuentran comprometidas con la eficacia del trabajo".
Hasta dónde mantener un tratamiento en terapia no admite reglas generales. Al respecto, el especialista sostiene que en algunos "se deben extremar todas las medidas hasta el momento final", mientras que en otros, "es necesario brindar las medidas terapéuticas destinadas exclusivamente a lograr un tránsito adecuado a la muerte". Para ello se tienen en cuenta las preferencias particulares del paciente y los familiares. "La función de terapia intensiva no es prolongar innecesariamente una vida que ya no es posible", subraya finalmente.