Jairo(*), quien cumplió hace una semana 14 años, ya no presta guardia en las montañas a la espera que aparezca el enemigo entre la espesura de la noche. Tampoco participa en ataques contra estaciones de policía, cuida secuestrados o realiza exhaustivas caminatas por selvas y páramos como lo hizo por más de dos años cuando era un guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Hace cinco meses fue capturado por el Ejército en la Operación Berlín, considerada una de las más exitosas contra los rebeldes en décadas. Desde entonces este joven de ojos vivos se dedica a estudiar y buscar su paz interior.
"Me acuesto ahora tranquilo sin el miedo de que en cualquier momento pueda llegar un asalto", aseguró Jairo.
"Al principio me hacía falta el fusil, caminar y conocer distintos sitios, pero ahora todo lo que quiero es aprender a leer y escribir", aseguró este muchacho, que antes de convertirse en guerrillero trabajó en la construcción de carreteras y en la recolección de coca, como muchos niños de zonas rurales pobres.
Jairo era parte de una columna de 240 combatientes, conformada en gran parte por hombres y mujeres de municipios de la zona de distensión, área del tamaño de Suiza que el gobierno le concedió a las Farc para realizar diálogos de paz. Pero el Ejército la desmanteló a final de año con la captura de 104 guerrilleros, la recepción de 27 desertores y la baja de 70 rebeldes.
La tercera parte eran chicos
La composición de la unidad guerrillera causó conmoción en el país, porque un 30% de los combatientes eran menores, lo que sobrepasaría estimaciones de la Unicef, que calculaba habían 6.000 niños en los grupos armados en conflicto que tienen unos 30.000 efectivos.
"No podemos saber cuantos niños están en armas, pero a partir de la Operación Berlín pensamos que el problema es más grande de lo que imaginábamos", dijo Carel de Rooy, representante de Unicef en Colombia.
En el mundo hay unos 300.000 menores involucrados en conflictos como guerrilleros o soldados, de acuerdo al organismo Human Rights Watch. Los dramas personales de estos menores, su dificultad para reintegrarse a la sociedad y la falta de oportunidades que enfrentan, también han causado alarma porque se consideran un caldo de cultivo para la guerra.
"La única familia que ha tenido Jairo es la guerrilla, nunca vivió con sus papás, y la tía con la que estaba antes de irse (a las Farc) no la ha querido contactar", dijo Mabel González, coordinadora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para la reinserción de los menores.
El reto es crear para los antiguos jóvenes rebeldes otras redes sociales y de darles entrenamiento técnico o educativo para tener otras herramientas para defenderse en la vida.
Jairo es uno de los pocos que no sabe leer y escribir. Pero la mayoría no terminó la educación básica y están recibiendo capacitación en oficios como carpintería y labores rurales.
También los problemas sicológicos derivados de la guerra consumen una buena parte del tiempo. "Después de los combates destripábamos los cuerpos para que no flotaran cuando los tirábamos al río, ahora me parece horrible", dice con una mueca en la cara acordándose de los recuerdos que lo atormentan y de los que habla en sus terapias.
Junto a Jairo hay otros 120 niños que intentan dejar atrás un pasado que los convirtió, a veces contra su voluntad, en protagonistas del conflicto que desangra este país hace 37 años. Las autoridades dicen que la tarea de la reinserción es difícil, pero que esperan que los menores noten las oportunidades que depara su nueva vida.
"Cuando estaba en la guerrilla y uno hacia algo medio malo, lo ponían a cavar trincheras. Aquí lo máximo es lavar platos", dice Jairo sonriendo.
(*) Jairo es un nombre ficticio para proteger la identidad del menor por razones legales