Año CXXXIV
 Nº 49.115
Rosario,
domingo  13 de
mayo de 2001
Min 6º
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Editorial
El futuro del peso argentino

Desde que se instauró la convertibilidad en el país, de la mano del entonces ministro de Economía de Carlos Menem, Domingo Felipe Cavallo, las reglas en relación con la moneda argentina parecieron tornarse, de repente, claras. Es que la sencilla ecuación impuesta entonces -un peso, un dólar- no dejaba margen para la duda. Después de largos años de incertidumbre, de estrepitosas devaluaciones, emisión descontrolada e inflaciones galopantes que destrozaron la ilusión de mucha gente, la mágica receta tuvo la virtud de tranquilizar las revueltas aguas e imponer una certeza fundamental en un escenario caótico. Sin embargo, cambiar las cosas no iba a resultar tan sencillo.
No hace falta, para recolectar datos, ser un avezado analista económico. Basta con viajar al exterior. Por ejemplo, a España. Cualquier turista argentino que, confiado en la paridad de que disfruta en su país con la moneda norteamericana, intente cambiar pesos en entidades financieras de la Madre Patria se tropezará con una expresión de estupor en el rostro del empleado que lo atiende, antes de recibir una inconmovible negativa. Queda, en síntesis, claro como el agua: un peso no es siempre un dólar. Sólo un dólar, Perogrullo mediante, será un dólar siempre.
Es que, más allá de leyes o decretos, una moneda nacional será solamente lo que la economía de su nación sea. No existen, en esta materia, demasiados misterios: por tal razón resulta paradojal que si ese viajero argentino adquiere dólares (a un peso cada uno) en su país y llega con esa moneda a España, allí -en el marco de una economía floreciente, con pleno empleo- gozará de un status de vida notable, aunque provenga de una nación en la cual el estado de las cosas sea exactamente el inverso.
¿Cuál es el futuro? La respuesta dista de ser sencilla. El ministro Cavallo, padre de la criatura, está dando visibles señales de que la rigidez del esquema lo incomoda. No de otra manera debe interpretarse el inesperado corrimiento hacia el euro y las constantes alusiones a una "canasta de monedas". Sin que, como es natural, se altere el esquema a partir del cual la Argentina se convirtió, de la noche a la mañana, en un país previsible. Pero -también- buscando los resortes monetarios para que la anhelada reactivación de la economía deje de ser un permanente horizonte lejano y se vuelva finalmente una tangible, verificable, concreta realidad.


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