Sonia Lucía Díaz
El café francés es toda una institución. No se trata de un simple bar o un pub, sino de un lugar único. La mayoría de los que visitamos París, nos alegramos de sólo pensar en la idea de permanecer un par de horas sentados en un café, disfrutando del sol y viendo pasar el mundo. Aun cuando llueve, hay quienes arriman sus sillas a la pared y, con sus mesas húmedas, siguen instalados en su puesto de observación de la ciudad. Muy temprano por la mañana, los cafés abren para servir el tradicional grand crème, la gran taza de café con leche con croissant a quienes acuden a trabajar. Durante todo el día sirven copas de vino, cervezas o un pastis, bebida anisada, y desde luego el expresso, una taza de café concentrado. Los cafés locales reciben a clientes regulares a eso de las 11 para tomar algo; los trabajadores comen minutas a la hora del almuerzo y a la noche los parisinos se encuentran para beber y reunirse con amigos, por eso los cafés son importantes en la vida social de la ciudad. Poco tienen en común con los elegantes establecimientos de place de l'Opéra, llenos de turistas como el Café de la Paix, que conserva su aire antiguo y la decoración del siglo XIX, o con los café de la margen izquierda del Sena, a los que acude a mostrarse una elite elegante. La zona de St. Germain-des-Prés es una red de callejuelas medievales llenas de café y librerías, que después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser el centro de la vida intelectual. Actualmente el distrito es más elegante que entonces y los edificios del siglo XVIII conviven con las tiendas de antigüedades, libros y moda. Situado sobre el bulevar St. Germain, la principal calle de la orilla izquierda de la ciudad, Les Deux Magots goza de fama y prestigio que provienen de los años 20 y 30, cuando era frecuentado por escritores jóvenes como Hemingway, y también de los 50, con la concurrencia de filósofos existencialistas y escritores. El nombre del café se debe a dos estatuas de madera de comerciantes chinos (magots) que decoran el interior. Tomar un chocolate caliente y ver pasar París es una buena manera de descansar, luego de visitar la iglesia más antigua de París, St. Germain-des-Prés, que está justo enfrente. A sólo una cuadra, nos encontramos con un antiguo rival del anterior, el Café de Flore. Albergó a la mayoría de los intelectuales franceses durante los años de posguerra. Su bello interior art-decó poco cambió desde la guerra y hace que disfrutar de un capuchino nos ofrezca la visión de los artistas y escritores reunidos allí. La Brasserie Lipp es el tercero de los cafés famosos de la zona. Abierto a fines del siglo pasado, hoy es lugar de encuentro de políticos franceses. Deléitese con una cerveza alsaciana y chucrut, aprovechando una excelente relación precio-calidad. Cerca de allí, Le Procope, fundado en 1686 por un siciliano que hacía un café tan bueno que no tardó en ganar popularidad (dice ser el primer café del mundo). Entre sus famosos clientes se encontró el joven Napoleón. Hoy es un buen restaurante. Y por último si de beber café y disfrutar se trata, no hay que olvidarse del que funciona en el museo Rodin. Los jardines del Hìtel Biron decorados por las bellas esculturas de Auguste Rodin, con la cúpula dorada de Les Invalides a un costado, resultan un ambiente que armoniza naturaleza y arte de tal manera que tomar un café con vainilla sea una fiesta para los sentidos.
| |