| | Editorial El arte, consuelo de la crisis
| El señalado éxito -léase convocatoria de público- con el cual se está desarrollando la megamuestra de Salvador Dalí en el Museo Castagnino vuelve a poner sobre el tapete la acuciante necesidad que tiene la gente de relacionarse de manera directa con lo más elevado del espíritu humano, incluso en épocas de pronunciada crisis económica. "En realidad no sé mucho de pintura, pero esta muestra me gustó mucho y me pareció interesante" o "me encantó ver la exposición, es una posibilidad que no se da frecuentemente y por eso vinimos con toda la familia" son sólo dos de las opiniones que este diario recabó entre quienes acudieron al museo a descansar de la dura realidad cotidiana entre las luminosas producciones de quien fuera, aunque controvertido e incluso en muchos aspectos hasta reprobable, uno de los más grandes plásticos del siglo veinte. Y ambas frases, sin dudas, reflejan dos actitudes que podrían denominarse típicas, y que refutan las posiciones escépticas de aquellos que afirman que la llamada alta cultura no provoca una convocatoria masiva, argumento que en general utilizan con el objetivo de fundamentar políticas culturales tan populistas como demagógicas. El notable compositor y crítico musical inglés Kaikhosru Sorabji escribió, en una carta a su colega Philip Heseltine, que "nadie, por más que se trate de un genio, tiene el derecho de preservar en cualquier esquina del mundo de difícil acceso una obra de arte suprema, incluso si se tratara de la propia. El gran arte es universal y no debería ser el monopolio de unos pocos". La cita resulta ideal para fundamentar los elogios que la iniciativa de acercar la genial obra daliniana a los rosarinos indudablemente merece. Ocurre que una de las graves obnubilaciones a las que suele conducir una difícil situación como la que está atravesando la Argentina es la de privilegiar lo coyuntural sobre lo trascendente. Y este aspecto nunca debe ser descuidado, sobre todo por parte de quienes tienen el deber de velar por el bienestar de la sociedad desde el espacio clave que constituye la función pública. En tal sentido, también debe hacerse otra precisión: más allá del éxito que pueda tener la exposición del gran pintor surrealista, el Estado no es un gerente de marketing. En síntesis, no debe tomar en cuenta exclusivamente el nivel de convocatoria de cualquier acto cultural como parámetro. Por el contrario, y sin que esto implique una defensa de ningún elitismo, a veces debe asumir que aquello que sostiene generará pérdidas. En un sentido estrictamente material, claro. En otros aspectos, la ganancia será absoluta.
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