Las familias ampliadas o reconstituidas están dejando de ser un modelo alternativo. Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de Argentina la mitad de los chicos que nazcan este año responderán al nuevo esquema. En Estados Unidos ya es la forma de convivencia predominante, ya que incluye a cerca del 60 por ciento de los hogares.
Se trata de grupos familiares nuevos compuestos por una pareja, sus hijos y los hijos nacidos de relaciones anteriores. En algunos casos la convivencia es permanente y en otros se limita al sistema de "tiempo compartido", es decir, días de semana con uno de los padres biológicos y fines de semana y vacaciones con el otro, incluidos nuevos cónyugues y sus respectivos hijos, que a su vez pueden tener otros hermanos.
El fenómeno queda sintetizado en una ironía ya instalada en el refraneo popular: "quién es el hermano de mi hermano que no es mi hermano".
También están en ascenso quienes se lanzan a la experiencia que en 1968 arrancó carcajadas cuando la comediante norteamericana Lucille Ball representó a una viuda, madre de ocho hijos, enamorada de un viudo, padre de otros diez, papel jugado por Henry Fond. Cuando la prolífica pareja decidió unir destinos, viviendas y aumentar la descendencia, el resultado fue la famosa "Los míos, los tuyos, los nuestros".
El nacimiento de uno de "los nuestros" no suele ser un evento que pase desapercibido para el conjunto de las familias involucradas. Más bien constituye una bomba atómica cuyas radiaciones afectan los rincones más insospechados.
Los hermanos -habitualmente llamados medio hermanos porque comparten sólo padre o madre- temen que la nueva familia les reste protagonismo; también surgen celos porque el recién nacido vive con ambos progenitores y ellos no; muchas veces se inquietan porque el bebé lleva su mismo apellido, cuando ellos no lo sienten como parte integrante de la familia, proceso que lleva su tiempo.
Los ex-cónyugues producen escenas de celos y envidia que se manifiestan a través de cambios en el nivel de demandas válidas hasta entonces.
¿Por qué tanto revuelo? Lo más evidente es que un hijo corporiza la vida sexual de una pareja. Aunque los ex-cónyugues estén separados desde muchos años antes, imaginariamente podían persistir fantasías de reconciliación.
El nuevo hijo desmorona estas fantasías, que generalmente comparten los menores, proclives a volver a encontrar la figura unida de sus padres, aunque esta no fuese la situación que más satisfacciones les haya proporcionado.
En algunos casos el nuevo hijo produce el efecto de inclusión, situación común a aquellos padres que conviven con los hijos de su pareja, sintiéndose como extranjeros en su propia casa. Lo cierto es que el nacimiento de un hijo los integra.
La metabolización de los cambios lleva su tiempo, así como la conciliación de los distintos intereses, necesidades y emociones involucrados.
Las soluciones que cada grupo busca para organizar la vida colectiva y rearmar un esquema de convivencia que no deje un tendal de destrozos y destrozados por el camino, es privativo de cada uno. Sin embargo, distintos investigadores coinciden en señalar algunas pautas que intentan establecer las bases de una convivencia pacífica.
Un programa exitoso
Después de trabajar con cientos de familias ensambladas, Emily y John Visher, fundadores de la Asociación de la Familia Escalonada de Estados Unidos descubrieron los pasos seguidos por aquellas que habían logrado una integración exitosa. Sintéticamente, estos son:
* Constituir una unión de pareja sólida y madura. Para llegar a este punto es indispensable elaborar divorcios y/o duelos previos. "Aceptar las pérdidas y desprenderse del pasado es necesario si se quiere hacer una adaptación satisfactoria al presente y esperar con interés el futuro", dicen los autores.
* Mantener y, si es posible, mejorar el vínculo de los padres biológicos con sus hijos, más allá del divorcio.
* Desarrollar nuevas relaciones emocionales entre los adultos y los hijos de sus cónyugues, así como entre los medio hermanos.
* Promover el sentido de pertenencia a la nueva organización familiar.
* Lograr la cooperación de los padres biológicos en todo lo que respecta a sus hijos, más allá de divorcios y nuevos casamientos.
* Ser realistas con respecto a las expectativas ya que no se puede esperar que el amor y la adaptación sean instantáneos.
El respeto por las diferencias de cada uno es otro de los secretos del éxito: respeto por la nueva pareja del ex-cónyugue, respeto por las historias anteriores y respeto por los hijos que la actual pareja tuvo con otra persona.
En cuanto al tiempo que lleva la nueva integración, los terapeutas de familia coinciden en que entre un año y un año y medio es el límite mínimo que lleva a una reorganización satisfactoria del nuevo grupo familiar. Sin embargo, el investigador norteamericano P. Papernow estudió a familias con hijos adolescentes y concluyó que cuando la edad de los hijos supera la primera infancia, el tiempo de reorganización puede llegar a los cinco o seis años.
Los miembros de una familia o de varias, como en el caso de las familias ensambladas, no son piezas de encastre que coinciden y encajan a la perfección. Cada uno es un mundo en sí mismo y tiene sus propias necesidades y formas de mirar el mundo y a los demás, de allí que la reestructuración implique un delicado proceso de reequilibramiento.