Año CXXXIV
 Nº 49.096
Rosario,
lunes  23 de
abril de 2001
Min 12º
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Diana Randazzo lleva "Camino al océano" a Tucumán

A sólo dos meses de su último y merecido éxito en el porteño Centro Cultural Borges ("su muestra me ha movilizado particularmente", escribió Jorge Taverna Irigoyen), Diana Randazzo traslada "Camino al océano" a San Miguel de Tucumán, invitada por la Universidad de esa provincia, para exponer en el prestigioso Centro Cultural Eugenio Flavio Virla.
Kant dijo: "Bello es lo que agrada desinteresadamente", y sin duda es (o debiera ser) así. Por su parte, Stendhal escribió: "Lo bello promete felicidad", que no es lo mismo pero, en algunos casos, también es cierto. Rosa Faccaro, miembro de las asociaciones Argentina e Internacional de Críticos de Arte, prefirió, al referirse a "Con referencia autobiográfica..." (anterior muestra de Randazzo) citar a Rainer M. Rilke: "...la belleza no es sino el comienzo del terror que a duras penas podemos seguir soportando..."; ilustración esta última de la belleza de tenor muy distinto al de los anteriores intentos, pero que también -según el estado del alma- no deja de ser otra verdad.
En su obra "La búsqueda", dentro de una ventanita vidriada, la artista rosarina transcribe de José Saramago: "Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio"; frase con la que seguramente el Nobel intentó abarcar a las anteriores definiciones y quizás a cualquier otra (por lo que encerraría menos misterio que belleza, diría Borges).
"Camino al océano" está integrada con obras de pared y de bulto, y luces, sonidos y silencios como para apaciguarse y reflexionar. Los cuadros, observados entre las luminosas sombras -no es un recurso literario- proyectadas por las transparencias antepuestas a los focos, se multiplican y simplifican, evolucionan, se modifican, son otros cuadros sin dejar de ser los mismos: como nuestros sueños -éxitos y frustraciones- según el prisma a través del cual nos miremos.
Por más que sus becas, premios y menciones -nacionales e internacionales- le llegaran después de niña, Diana Randazzo pinta desde siempre. Su madre era maestra de dibujo, y ella, hija única: en la escuela le encargaban los ornamentos festivos. Consultada, dice creerse intuitiva, no conceptual ni teórica, y que incluye poesía como refuerzo de su discurso estético: "Parto de aislamiento, hoja y lápiz. Sin saber adónde voy, mi mano me sigue. Luego aparecen otras cosas, elementos e ideas que incorporo durante la elaboración. No uso trazos rectos, sino líneas sinuosas y sensibles: entiendo que una búsqueda no puede ser recta", dice firme y serena. Y con modo aún mucho más dulce deja entrever que tiene presente aquel socarrón "es mejor que la inspiración te encuentre trabajando", de Picasso: "Soy disciplinada, mientras puedo trabajo a diario".
Randazzo exacerba los eternos misterios humanos hasta lograr aplacarlos. En una respetuosa invitación, con sutil inteligencia sólo nos muestra unas referencias autobiográficas que, en realidad, son una incisiva sugerencia para que nos detengamos sobre nuestro propio universo: ese caos más o menos organizado que cada uno tiene dispuesto a su manera.
A través de sus obras revisa su vida y tiende la mano para quien quiera hacer lo mismo: vigorizando su propósito, incluye fotografías suyas, a veces desnuda. Este intimismo le es terreno grato; a algunas obras anteriores las tituló: "Fluido ancestral", "Macrocosmos del primer larvario", "Arbol genealógico", "Experiencia en re" (en esta última, como su nombre lo indica, evoca las "repeticiones").
Esa necesaria turbación inicial, para llegar a meditar, es la que se encuentra en la obra de Diana Randazzo hasta el 1º de mayo, en el Jardín de la República.



Detalle de una obra de Randazzo.
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