 |  | Editorial Los niños esclavos
 | La conmoción mundial por la denuncia del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) de que un barco llevaba a bordo 250 niños africanos vendidos por sus padres para ser utilizados como esclavos en otros países ha vuelto a traer a la consideración pública el enorme drama de la explotación infantil. Se trata de un problema de una dimensión y gravedad tremendas que, como siempre sucede, castiga de manera exclusiva a las sociedades más pobres. Son aquellas que padecen economías con altísimo grado de subdesarrollo, así como carencias culturales y educativas que superan lo imaginable. En otras palabras: no por algo el drama que hoy conmueve a todos -uno de los tantos que existen a lo largo y ancho del planeta- sucede en el Africa negra, un archipiélago de guerras civiles, dictaduras y corrupción. Es decir, no ocurre en los países del Primer Mundo, ni en aquellos que, sin serlo, gozan de democracias y economías que, pese a las contingencias, funcionan con alguna eficacia. La angustia internacional por el destino de los chicos embarcados se extendió durante varias jornadas. Anteayer el proceso concluyó una de sus etapas: la nave de la que no se sabía nada amarró otra vez en Cotonou, el puerto de origen, que es capital del pequeño país de Benin. Ello ocurrió después de haber sido rechazada por otras naciones del golfo de Guinea, que no aceptaron hacerse cargo del problema, aun cuando en apariencia los niños y adolescentes estaban destinados a servir, por nada más que la manutención y sin posibilidad de escape -es decir, en condición de esclavitud- en plantaciones y residencias particulares; quizá también como carne de cañón en algunas de las guerras intestinas que desangran a Africa. Para asombro de los funcionarios de Unicef y los representantes de organismos de derechos humanos, así como del periodismo, el número de los pequeños a bordo del barco, que arribó recién repintado y con el nombre cambiado, no alcanzó la dimensión denunciada. Es decir, no superaron el medio centenar de almas. Incluso, en apariencia algunos estarían viajando acompañados de sus madres. Unicef y las autoridades del propio Benin pusieron en marcha una serie de exhaustivos interrogatorios de los chicos, los tripulantes y el resto del pasaje. En unos cinco días la indagatoria podría arrojar luz sobre aquello que verdaderamente sucedió en alta mar. Es que, por su característica y la dimensión internacional que adquirió, el caso no puede quedar sin dilucidación absoluta e indubitable. Las incógnitas surgidas a último momento no invalidan la pertinencia de las denuncias concretas sobre el tema. Denuncias que, cada tanto, sacuden la conciencia del mundo en torno del gravísimo problema de la explotación infantil. Una conciencia que, por lo que se ve, no resulta eficaz para acabar con tamaña ignominia.
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