Capital Federal (enviado especial). - No fueron necesarios ni un superministro ni una canasta de monedas para devaluar los premios Gardel. El galardón, que había tenido un nacimiento fallido, el año pasado pareció enderezarse. Pero el espejismo duró nada. La tercera ceremonia de entrega de las distinciones, que se llevó a cabo antenoche en el Luna Park, fue decepcionante, sobre todo porque pintó un panorama desalentador de la escena musical criolla.
Salvo el Gardel de Oro a León Gieco, un premio incuestionable y más que merecido, y el reconocimiento a esa joya del rock nacional que es el álbum "Narigón del siglo" de Divididos, que ganó en tres de las cinco categorías para las que estaba nominado, el resto no hizo más que poner en evidencia la mediocridad que caracteriza a la producción discográfica argentina.
Porque, más allá de la crisis económica -la excusa de oro que justifica todo fracaso en la Argentina posmenemista-, la realidad es que en la industria discográfica local cada vez se hace más difícil encontrar productos que, además de vender, busquen la excelencia artística. El único imperativo de las ediciones de discos es comercial y eso es letal para una fiesta como la organizada por la Cámara de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif), un montaje mediático cuya única intención es publicitar sus mercancías. Marketing puro.
Así es como la "alfombra roja", el ingreso de los artistas a la ceremonia, se vive con agitación, pero no por la ansiedad de los cronistas sino, más bien, por la desesperación de los agentes de prensa de las figuras que se desviven por que les hagan una nota. La vedete de siempre es el equipo de "Videomatch", que es el más requerido, pese a su costumbre "chistosa" de maltratar a todo el mundo. Y no es para menos, el show de Marcelo Tinelli es uno de los programas que mejores mediciones de audiencia de la TV argentina y además está en Telefé, el canal popular y juvenil por excelencia, así que cómo perderse la oportunidad de estar en su pantalla.
En busca de ídolos
El público adolescente es el principal blanco publicitario de las compañías discográficas. ¿Quién más que un joven desbordante de adrenalina puede delirar con Natalia Oreiro, los Bakstreet Boys o Alejandro Sanz? Nadie. Los teen-agers son la columna de los compradores de discos de estos artistas y allí apuntan las estrategias de marketing de las discográficas. Y no les va nada mal. De hecho, el grueso del público que pagó para ver la entrega de premios Gardel eran jovencitas que, libreta, birome y cámara de fotos en mano, perseguían el sueño de poseer más no sea una foto o un autógrafo de sus ídolos.
Había también muchísimos invitados "especiales", si no hubiera sido así el Luna Park le hubiera quedado aún más grande de lo que le quedó a la ceremonia. Porque si hay algo que no hubo en la fiesta de Capif fue calor del público. Tampoco, nerviosismo, porque en general los nominados no sintieron el peso de la competencia. Y no es que supieran de antemano quiénes serían los ganadores, sino, más bien, dio la impresión que les importaba poco y nada quién se llevaría los premios.
La emoción fue la gran ausente de la noche. No hubo grandes enojos ni grandes alegría. En realidad lo único grande de la velada fue la decepción. Porque no hay nada más anodino que una entrega de premios en la que no se respiren ansias de triunfo, que no termine con abrazos, carcajadas y también ceños fruncidos. Y eso fue lo que sucedió en la tercera entrega de los premios Gardel. Una pena, porque cuando se apagaron las luces no quedó más remedio que buscar la salida. No hubo corrillos ni comentarios. El después de hora de la ceremonia fue manso y tranquilo como una canción de Piero. Un aburrimiento.
El gesto de Divididos de encomendar a un grupo de fans que fuera a recibir sus premios no fue más que una parodia que terminó traicionando los fines altruistas que la animaron. Porque la idea de Mollo-Arnedo-Araujo fue desairar a la industria y recordar que, además de los elegidos del mainstream, hay otro arte valioso, como el de Los Redonditos de Ricota y La Renga, eternos olvidados de Capif, pero quedó sepultada por el grito del pelilargo que, Gardel en alto, se despachó con un inesperado "¡Aguante Rodrigo!", que tiró las buenas intenciones por la borda.
Hoy Rodrigo, tanto como Ráfaga, la cumbia villera y la mayoría de los subproductos culturales que prosperan a la luz de las estrategias de marketing "populares" de las discográficas, es el paradigma del modelo de consumo rápido que alentó el boom de la música chatarra que por estos días domina la escena argentina. Pero la confusión que hay en el barrio, donde en los radiograbadores suenan con la misma monstruosa potencia Catupecu Machu y Yerba Brava, Natalia Oreiro y Los Nocheros, es el motor psico que animó a la fiesta de los premios Gardel. Una maquinaria capaz de devorar corazones inocentes si con ello puede llenar sus bolsillos de gruesos billetes.
En esa línea, musicales como los de los Super Ratones o los Caballeros de la Quema no desentonaron, ni siquiera con performances de dudoso gusto como las que ofrecieron Ráfaga y Chayanne, que no sólo no hizo lo que mejor sabe hacer y que más le gusta, que es bailar, sino que lució un impresentable traje blanco, que lo hizo lucir peor que de costumbre. En ese marco, que la orquesta de Leopoldo Federico hiciera playback y que, para colmo, la pista sobre la que fingieron tocar "Libertango" patinara, fue apenas un matiz.
Los desaciertos de la velada fueron rematados con la premiación culposa de Fito Páez como mejor artista de rock por su álbum "Rey sol", acaso el menos logrado de su carrera. Parece que la crueldad con que la industria lo castigó el año pasado, al invitarlo sólo para que calentara la butaca, pesó a la hora de la votación y el rosarino podrá lucir en su living, al lado de los Grammy, la estatuilla creada por ... Sábat.
Ahí hay otra clave de entendimiento de por qué la comunidad artística local le dio la espalda este año al Gardel. La verdad es que, desde que se creó el Grammy latino, el premio de Capif perdió interés. Y no es raro que sea así, ya que el glamour que tiene una fiesta celebrada en Los Angeles o Miami y, además, impulsada por un peso pesado como Emilio Estefan, no tiene punto de comparación con la que a duras penas organiza la entidad que reúne a las discográficas locales. Porque, aunque les cueste reconocerlo, las estrellas son tan cholulas como sus fans y entre salir de paseo en el Fairlaine desvencijado de Yerba Brava y sentarse a la mesa con Gloria Estefan no dudan. El dinero es más fuerte.
Hay excepciones, claro, y León Gieco es la más saliente. Es un artista hecho y derecho, sensible, comprometido, generoso y de buen humor. Por eso ganó, merecidamente, el Gardel de Oro y lo agradeció a quien corresponde: a la gente que compró sus discos y pagó entradas para ver sus shows. Pero no se quedó ahí, en una velada ensombrecida por las urgencias del mercado, su voz fue un rayo de sol: "Los pueblos que piensan que un ministro de economía los va a salvar se equivocan -dijo-. Se salvarán cuando florezca el capullo de la unión, la justicia y los derechos humanos". Y no se equivocó. Ni un ápice.