| | Selección nacional: Disquisiciones sobre un ganador La vieja historia de los antagonismos en el fútbol argentino no excluye a la selección ni a Bielsa
| Cumplida la mitad de las eliminatorias, la selección y Marcelo Bielsa disfrutan y padecen vigores y rigores de un deleite tan argentino como el tango y el dulce de leche: el vaso, ¿está medio lleno o medio vacío? La hipótesis de conflicto optimistas versus pesimistas se impone no ya como un rasgo de pintoresquismo sino como una posibilidad de poner la lupa en creencias de vieja data y despejar la maleza de la ingenua confusión y la franca obcecación. En principio, no resulta un dato menor que el equipo nacional haya ganado siete partidos de un total de nueve, aventaje por cinco puntos a Paraguay y ocho a Brasil, y todo a un año del final de la competencia. Semejante contundencia bien puede ser interpelada sólo con tomar nota de que el fútbol es un juego de destrezas y que está sometido a rendiciones de cuentas y querellas imposibles de ser devoradas por la sorda combustión numérica. Invertidos los términos, debe consignarse, con idéntico rigor, que la dimensión estética del fútbol no suprime, y más aún, ni siquiera pone en suspenso, dos aspectos que hacen a la quintaesencia del juego y que, de forma paradójica, son tanto su estado natural, como su remedio y su enfermedad: que es una lucha entre dos y que como todo dispositivo bélico debe necesariamente nutrirse de elementos tácticos y estratégicos. No deberá perderse de vista que en esta guerra simulada son de vital importancia los combatientes que elige cada general. Es por eso que los grandes trazos de un entrenador de fútbol son de sencilla detección con un mínimo de agudeza para analizar las características de la materia prima y empleada. Las generalizaciones precedentes, con todo, no alcanzan para dar cuenta de la diversidad de sentimientos y opiniones que promueve este seleccionado nacional en particular, que casi siempre gana pero no gusta o entusiasma en exceso sólo porque casi siempre gana. En este punto cabe detenerse en Marcelo Bielsa, no sólo por sus declaraciones y haceres desde que está al frente del plantel, tampoco exclusivamente por lo que sus dirigidos expresan en la cancha, sino también por todo aquello que inspiró por el sólo hecho de ser designado capitán de un barco tan significativo. Muchas son, por cierto, las desventajas de imagen que arrastra el conductor del seleccionado. A saber: no fue un gran jugador, jamás dirigió en un club de los más poderosos, es reticente a las exposiciones públicas, es medido y meticuloso en sus dichos, se abstiene de componendas y no se esfuerza en ser simpático con nadie, sin perjuicio de que responda con idéntica cordialidad a las inquietudes de interlocutores elementales, agudos, excéntricos, genuflexos o abiertamente hostiles. Bielsa promueve más desconfianza que clubs de fans, lastre que complejiza al máximo el azaroso campo de las devociones y en parte explica por qué cuando se juzga el rendimiento del seleccionado, se formulan criterios ligeros, deliberadamente parciales, prejuiciosos y, en algunos casos, sospechados de deshonestidad intelectual.
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