El paro de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) se hizo sentir ayer con fuerza en la ciudad, pero no porque muchos rosarinos dejaran de ir a trabajar, sino por cómo se las ingenió la mayoría para hacerlo. Durante la mañana el centro se transformó en un atolladero de autos particulares, mientras los empleados que no contaron con remises o taxis solventados por sus patrones echaron mano a otras alternativas. Una, sorprendentemente masiva, fue el uso de ómnibus interurbanos, con los que mucha gente logró cubrir grandes trayectos por las avenidas principales, y la otra fueron las bicicletas, propias o prestadas, que imprimieron una fisonomía casi china a la ciudad. La bronca de los usuarios fue la otra gran protagonista de la jornada, mezclada con una evidente confusión sobre los motivos que llevaron a los choferes al paro.
Aunque la UTA anticipó que la medida comenzaría pasada la medianoche, desde las 22 de anteayer ya escasearon las unidades por las calles. Si más de un desprevenido se quedó a pie, a otros que confiaron en el anuncio no les fue mucho mejor y debieron -cuando pudieron- pagar taxis para regresar hasta sus casas.
Una vez conocida la medida, cada sector de la actividad sentó posición sobre los efectos que podría acarrearle. En la administración pública, por ejemplo, se perdonaron las faltas a quienes viven lejos de sus empleos.
En muchas escuelas provinciales, sin embargo, los directivos informaron que fueron pocos los docentes ausentes. "Se las arreglaron como pudieron, y sólo faltaron los que viven muy lejos", fue la respuesta general, en un promedio que raramente sobrepasó los dos o tres maestros ausentes por escuela.
En las facultades de la Universidad Nacional de Rosario tampoco se computó inasistencia a los alumnos, y tanto docentes como no docentes con domicilio a más de 30 cuadras tuvieron justificación para sus faltas. De hecho, la actividad universitaria se vio mermada a lo largo de la jornada por las ausencias, y a las 21 muchas facultades decidieron cerrar sus puertas.
La gente, indignada
"Mire, yo gano 140 pesos y tengo que tomar dos taxis para venir al hospital, así que los choferes sabrán por qué hacen la huelga pero yo no tengo la culpa", se quejó una jubilada. Palabras más, palabras menos, la frase se escuchó una y otra vez durante toda la jornada.
Trabajadores y dueños de pequeños negocios debieron caminar a veces larguísimas cuadras para abrir sus locales, conscientes de que los tiempos no están para feriados, y los más afortunados se agenciaron bicicletas, propias o prestadas, para cubrir los trayectos.
En las tiendas mayores, bancos, centros de salud y supermercados hubo recorridas a cargo de las firmas para trasladar a los empleados. Pese al esfuerzo, en el centro y los barrios los comerciantes admitieron que hubo una marcada disminución de clientes.
Pero la medida adoptada por los choferes de colectivos no le pegó a todo el mundo por igual. Las líneas interurbanas, como la E, A9, 35/9, Rosario-Pérez y el Villa Diego, hicieron su agosto trasladando a pasajeros por adentro de la ciudad.
Y apenas se supo del paro, taxistas y remiseros elevaron sus plegarias al cielo. "Esto ayuda. Al menos trabajamos bien antes del Jueves Santo, porque después la ciudad va a quedar desierta", se esperanzaron.
De parabienes
La expectativa se vio colmada en los hechos, al menos en lo que respecta a las empresas de radiollamado. Remises legales y truchos trabajaron a full. "Excelente", "muchísimo trabajo" y "al mango", fueron algunas de las respuestas dadas por los telefonistas consultados por La Capital para evaluar la repercusión del paro en la demanda de sus servicios.
En las firmas de taxis por radiollamado también se expresó amplia satisfacción por la actividad de la jornada, aunque los tacheros cuentapropistas no coincidieron con el diagnóstico. "Trabajamos apenas un poco mejor que otros días", dijo la mayoría, apostada en las paradas habituales.
Pasada la medianoche y al cierre de esta edición, los colectivos hacían lentamente su rentrée, en una ciudad agotada por el esfuerzo de moverse sin ómnibus.