Año CXXXIV
 Nº 49.082
Rosario,
lunes  09 de
abril de 2001
Min 18º
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cartas
Falencia que costó una vida

Era en abril. Con ritmo calmo mi hijo danzaba dentro del vientre, era su lecho, y el ombligo, y el ombligo el sol. Era en abril cuando la alegría invadió nuestro hogar... llegaba el hermanito. Era el domingo 9 de abril cuando él quiso nacer. Luego de ser atendida en la guardia y quedar internada en el sanatorio Parque, con trabajo de parto, se presentó un problema, el corazón del bebé no se escuchaba latir. Había que salvarlo. Se decidió realizar una cesárea de urgencia. Me prepararon y me trasladaron a la sala de cirugía, donde todos los profesionales estaban allí, aguardando la llegada, pero no la del bebé, sino la del anestesista. Allí, entre el dolor y la desesperación, supe de qué se trataba una guardia pasiva. El anestesista no estaba en el sanatorio, debía llegar desde su domicilio. Por fin llegó y nació mi hijo, pero su cuerpo no resistió la falta de oxígeno que comenzó durante el trabajo de parto, continuó durante la espera, y concluyó con la muerte. Una falencia institucional fue la que desamparó tanto a nuestro bebe, como a los profesionales, que sin la presencia del anestesista, no podían salvarlo. Dios ha querido un ángel cerca suyo. Ese es nuestro consuelo, rogamos que así sea y no que el destino esté en manos de una institución con guardia pasiva.
Ana Barotti de Funes


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