Raúl Pedemonte
La Abadía del Niño Dios, en lo alto de una de las verdes colinas de Victoria, es un monasterio, santuario, fortaleza espiritual y convento. Es la combinación de paisaje, historia y espiritualidad. Su tradición se une de manera inseparable al camino de oración, alabanza, trabajo y hospitalidad trazado por San Benito, el fundador de la orden (siglo VI). Fundada en 1899 por iniciativa de la Sociedad Protectora de Enseñanza Cristina, legalmente constituida en esta ciudad entrerriana, la abadía recibió al primer contingente de misioneros, proveniente de Belloc, en los bajos Pirineos, Francia, integrado por cuatro sacerdotes, tres estudiantes de teología, dos estudiantes de humanidades, cuatro hermanos conversos y nueve postulantes. Esta es la primera abadía de la Argentina y su obra se diseminó por todo el país y naciones vecinas. La comunidad benedictina suscita siempre sentimientos de fraternidad, de amistad y de paz, de los que San Benito fue apóstol infatigable en medio de los pueblos de Europa, que lo vieron comprometido profundamente en la acción evangélica. La comunidad actual de la Abadía del Niño Dios está integrada por 40 monjes benedictinos. La vida común de los monjes se basa en la oración, el trabajo y todo lo que cada uno es. De esta total disponibilidad participan también los que se acercan al monasterio. De allí el carácter singular que toma la vida del convento, centrada en la oración en común de los monjes, abierta a todos, y en el servicio de acogida por parte de la comunidad hacia los que allí se dirigen. Las actividades laborales de los monjes son diversas. Unos se ocupan de la organización interna del monasterio y otros se dedican a trabajos rurales, a la elaboración de miel, licores y productos medicinales. Otro grupo se ocupa de la docencia o la divulgación en varios campos: historia, teología, estudios bíblicos, liturgia, música, etcétera. También están quienes se encargan de cumplir de manera más directa con las necesidades pastorales de la abadía, recibir a los diversos grupos, dirigir retiros, brindar conferencias y dispensar atención a los huéspedes. Cada día, en horas diversas, las campañas del monasterio tañen distantemente según cada celebración y cada fiesta. El repique de las mismas congrega en la iglesia abacial a los monjes, a los peregrinos y a los visitantes que desde hace décadas se unen en una plegaria de paz y solidaridad.
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