Ricardo Díaz Romero (*)
"¿...antes de él, el mundo era distinto?" Esta pregunta, que forma parte del epitafio escrito para Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, se me ha presentado en ocasión del centenario del nacimiento de otro psicoanalista, Jacques Lacan, y en estas líneas que pretenden ser un homenaje, quiero contar algunas de las reflexiones que ella me trajo. La primera, es la suposición de que alguna inscripción, alguna marca debe haber hecho Lacan en la cultura, como para que en nuestros tiempos tan veloces -tiempos en los que una cosa es vieja, suplantada y olvidada con la rapidez con la que envejece un diario de ayer-, las enseñanzas de Lacan continúen vigentes, y no solo en un modo de concebir y practicar el psicoanálisis y, además, constituyendo un estímulo para la discusión de los psicoanalistas, de los universitarios y de muchos practicantes y pensadores de variadas disciplinas, sino que también esté presente -más allá de que cada uno se dé cuenta de ello- en el giro actual de la relación del sujeto con su palabra. Una segunda reflexión se me presenta con el recuerdo del texto del acto III, escena 2, de "Hamlet", cuando el personaje de Shakespeare (1) recrimina rudamente a dos cortesanos que intentaban influenciar en su sufrimiento y que no atinaban, por ignorar su ignorancia, a "hacer hablar" -dice allí- a una pequeña flauta que se les había entregado. "¿Pensáis que soy más fácil de pulsar que una flauta? ¡Tomadme por el instrumento que os plazca, y por más que me sacudáis no sacaréis de mí sonido alguno!" Lacan demostró en acto, con su enseñanza, el alcance de este apólogo y tal fue así que de la mano de su erudición y sus inquietudes, condujo a quienes los seguían, durante muchos años, por un camino en el que se hacían necesarias -junto con el análisis- la lógica, la lingüística, la filosofía, la estética, las matemáticas, la literatura, la ética, la pintura, las historias de las religiones, la des-composición de diferentes lenguas, la topología, la política ... y solo para no fastidiar detengo aquí la lista. De todos modos no parece que Lacan, con esto, esperara saber todo sobre la trama del alma humana, sino que marchaba, buscando, encontrando, tropezando, algo con qué poder dar cuenta, con qué poder contornear, demarcar, eso que, tempranamente en su enseñanza, venía nombrando como "lo real": eso que no cesa de insistir, eso que, al mismo tiempo, no cesa en su imposibilidad de ser inscripto. Con la inevitable incidencia de este real constituyendo la estructura, Lacan planteará -parafraseo a Platón- su "República", bajo la forma de una "Proposición" (2) para instituir una Escuela de Psicoanálisis. Esta proposición, después de más de treinta años continúa promoviendo discusiones y polémicas -no siempre estériles- en quienes se interrogan acerca de aquellos lazos de los psicoanalistas, entre sí y con la "polis", que posibilitarían la constitución de lugares para interrogar los efectos de la práctica del psicoanálisis y sus consecuencias. Siempre hay quien intente desestimar el alcance de las enseñanzas de Lacan argumentando que él no pudo dejar de equivocarse en algunos actos, por ejemplo, en sus últimos años; actos en los que se evidencia sensibilizado por el temor a la muerte. Es preciso que aclare, al decir esto, que no tengo ningún elemento para afirmar que tuviera algún temor ante el hecho inevitable de tener que morir, sino que se trataría del temor a la muerte que significaría el destino incierto de aquello que habría sido su trascendencia, es decir su enseñanza. Creo que, efectivamente, Lacan tomó determinaciones que han tenido efectos que bien pueden ser colocados, usando una expresión freudiana, como resistencias al psicoanálisis. Pero esto no quita de ningún modo, la dimensión de reinstauración del invento de Freud y la dimensión del avance que significó la incidencia de Lacan en ese invento. Más aún, y es mi caso, sus flagrantes equivocaciones han sido una ayuda inestimable para encontrarme con el hombre Lacan más allá del héroe de papel que, con nuestras lecturas, fuéramos construyendo. Porque para la mayor parte de los analistas de mi generación, Lacan no fue sino lo que unas letras sobre un papel nos daban a leer, y estuvo a cuenta de nuestra imaginarización hacerle un cuerpo, una voz, una imagen, unas costumbres, y otras cosas que tendían a darle consistencia. De este hecho deriva la gran importancia que atribuyo a la lectura compartida, a la confrontación, al cuestionamiento de nuestra práctica dentro de las instituciones psicoanalíticas, en la medida en que esto implicaba el reconocimiento de la necesidad de relativizar, con ese trabajo con otros, tales efectos de idealización. Finalmente, considero que no es posible homenajear a Lacan sin destacar un punto del cual, él hiciera un bastión: su condición de lector de Freud. Y lo que encuentro destacable en esto es la lección que significa que el reconocimiento a las enseñanzas de un maestro, no implica el ciego acatamiento de las mismas, sino la apuesta firme a lo singular del producto de una lectura, de un análisis y de una práctica. De todos modos, este lector también se presentó como un inventor: tanto cuando se desgañitaba en los intentos de transmitir lo que él llamaba: "mi real"; cuanto cuando hablaba de: "mi único invento, el objeto «a»". Averiguar el alcance de estos dos inventos en la práctica y la ética del psicoanálisis, es una de las tareas que nos ha legado esa enseñanza. El hecho de que haya dejado, al menos, dos inventos ya podría ser motivo para responder afirmativamente a la pregunta de mi título, pero encuentro mucho más interesante dejar que cada uno de quienes recibieron las incidencias de los efectos de Lacan en su análisis, pudiera decir si antes de él, el mundo era distinto. Si no me he incluido entre estos "cada uno", es por que confío que en estas líneas se lea que respondo afirmativamente. (*) Psicoanalista. Miembro de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud - Rosario (1) Citado por Freud en "Sobre psicoterapia". (2) J. Lacan - "Proposición del 9 de Octubre de 1967".
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