El primero en llegar aquella mañana a la sucursal del Banco Nación de avenida Alberdi 701 fue el ordenanza José Manuel Puente, de 29 años. Eran las 6 del lunes 30 de septiembre de 1968, y apenas el empleado entró a su trabajo advirtió que ese no era un día de rutina: en el interior lo esperaban cinco hombres armados.
Los asaltantes habían entrado por un garaje vecino, situado sobre calle Juan José Paso, y que pertenecía a la casa del gerente de la sucursal, Silvio Kieffer. A través de una ventana mal cerrada accedieron al banco y resolvieron esperar la llegada de los empleados.
Los desconocidos se cubrían con pañuelos y toallas. Más tarde se sabría que uno de ellos era el célebre Juan José Ernesto (no Eduardo, como se dijo en la nota anterior) Laginestra, alias Pichón, que había escapado de la cárcel de Rosario en marzo de 1968.
El asalto al Banco Nación de barrio Arroyito supuso el último acto de una serie de acciones que se inició el 7 de agosto de 1968, cuando diez presos lograron escapar de la cárcel de Caseros. Esta fuga fue organizada desde el exterior por Pichón Laginestra y Alberto Santana, alias Yacaré; entre los evadidos se contaron Mariano Enrique Garecca, Angel Hugo Giménez, Raúl Kunis y Ricardo Luna, quienes resolvieron asociarse para delinquir.
Laginestra integró la banda y sumó a su hermano Juan Humberto. Había quedado aislado en el mundo del hampa cuando la policía porteña mató a Jorge Rey, su cuñado, que al parecer lideraba otro grupo.
La nueva banda de Laginestra debutó el 16 de septiembre de 1968, cuando cuatro hombres armados asaltaron la sucursal Nazca del Banco Popular Argentino en la ciudad de Buenos Aires. Sin mayores inconvenientes, obtuvieron un botín de 27 millones de pesos.
Madrugadores
En el asalto a la sucursal Arroyito del Banco Nación los asaltantes sorprendieron por el notable aplomo con que actuaron y por la cordialidad -aunque teñida de advertencias amenazantes- con que trataron a los empleados. Contaban con un margen de tiempo, ya que la custodia policial llegaba a las 11.30 y el banco comenzaba la atención al público a las 12.
A las 9.10 se presentó el gerente Silvio Kieffer. Tenía una de las llaves del tesoro y guardaba otra en la caja fuerte de su despacho. Sin embargo hacía falta una tercera llave para acceder al dinero de la sucursal: la que guardaba el tesorero Nemesio Giuliani.
A punta de pistola, Kieffer fue obligado a llamar a Giuliani. El tesorero no se encontraba en su casa y su esposa quedó en avisarle para que se comunicara con el banco. Mientras tanto, otros cinco empleados llegaron a la sucursal, entre ellos el chofer Rubén Contreras, al volante de una Estanciera.
Laginestra comprendió que debían retirar el vehículo del frente del banco, ya que, según explicó más tarde la prensa, "ese rodado cumple cotidianamente un recorrido de rutina por distintas sucursales y al no hacerlo podría despertar sospechas su presencia en la sucursal Arroyito". Contreras se comunicó entonces con la casa central y dijo que la Estanciera se había descompuesto e iba a demorarse. Mientras tanto, uno de los asaltantes tomó las llaves y la dejó en Díaz Vélez y Rubén Darío, en un lugar más discreto.
Poco después de las 10, el tesorero Giuliani llamó al banco. El gerente le pidió que se presentara en el banco con la llave porque debían hacer un pago imprevisto. El tesorero desconfió pero dijo que haría lo que se le ordenaba. Faltaba más de una hora para que llegara la custodia policial.
En la espera, surgieron otros imprevistos. Los asaltantes, con uno de los ordenanzas, atendieron a un cartero, a un repartidor de leche y recibieron un telegrama que llevaba un mensajero. A la vez prepararon café para los empleados y les ofrecieron cigarrillos. El tiempo transcurría y pese al nerviosismo por la demora de Giuliani se creaban ciertos lazos entre empleados y delincuentes.
-Ustedes están cumpliendo con su trabajo y nosotros con el nuestro -dijo uno de los asaltantes-. No venimos a robarles a ustedes: venimos a robar al Estado.
Finalmente a las 11.10 se presentó Giuliani. Faltaban apenas veinte minutos para que llegara la policía, pero los desconocidos necesitaron menos de diez para abrir el tesoro y apoderarse de su contenido: 36 millones de pesos. Después desaparecieron sin dejar rastros.
El cerco
Sin embargo, los pasos de la banda fueron seguidos de cerca por la policía de Buenos Aires. A principios de noviembre de 1968, Mariano Garecca cayó acribillado en un tiroteo, en su aguantadero del barrio Mataderos. Luego fueron detenidos los dos hermanos de Pichón: Juan Humberto y Oscar Antonio Laginestra. El segundo era futbolista y no tenía nada que ver con actividades delictivas: jugaba como marcador de punta en la primera de Quilmes y luego pasaría por Huracán y Chacarita.
El 13 de enero de 1969, Pichón Laginestra cayó preso en un inquilinato vecino al Parque Lezama. "Cuando los policías ingresaron el pistolero estaba escribiendo una carta frente a una botella de whisky", consignó una crónica de este diario. Y otra, en La Nación: "En el momento de la detención, presentaba síntomas de estar drogado. Así lo denunciaban los gestos, la manera de expresarse y el brillo de los ojos" \-No me maten -habría dicho Pichón-. No tengo anda que ver. Me llamo Jorge Bue.
Y exhibió un documento con ese nombre. En la pieza había otros detalles curiosos: "Sobre una pared del cuarto que habitaba en el inquilinato había un cuadro con una foto del pistolero Jorge Omar Rey adornada con flores".
La caída de Pichón permitió conocer un secreto: la banda utilizaba para huir un camión cisterna. El tanque tenía leyendas que lo identificaban como transporte de vinos. En su interior había cuchetas y otras comodidades. Era una especie de aguantadero móvil.
Laginestra permaneció en prisión hasta el 25 de mayo de 1973, cuando aprovechó la amnistía para presos políticos de Héctor Cámpora y escapó de la Cárcel de Encausados de Córdoba. Cuatro años después volvió a la cárcel y tras un juicio oral fue condenado a estar tras las rejas hasta noviembre de 1999.
-Yo no me meto con nadie -se quejó- y todos se meten conmigo. Los periodistas quieren hacerme famoso a toda costa.
En noviembre de 1984 el juez Gustavo Becerra Ferrer dio por cumplida la sentencia al considerar que Laginestra había pasado un total de 28 años preso. El 6 de noviembre de 1986, en un oscuro procedimiento, Pichón fue muerto a balazos por la policía de San Martín en Villa Ballester. Allí también cayó acribillado un compañero de andanzas, Néstor Pascual.
La muerte de Laginestra dejó en pie un gran secreto: el destino del botín de sus robos. La leyenda cuenta que el pistolero había acumulado un tesoro y que ese dinero se halla oculto en algún sitio todavía desconocido.