Año 49.074
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  01 de
abril de 2001
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Los analistas sostienen que la clase alta, inevitablemente, tendrá que salir de su aislamiento
Lejos de la guerra, la Colombia rica vive la dolce vita
Un país en el que viven tres naciones: una mata, la otra muere y la restante esconde la cabeza en medio de fastos

El sonido de las mazas de polo golpeando la bola se eleva sobre la hierba bien cuidada y los caballos pasan trotando en apretado grupo, mientras el sol de la mañana brilla sobre sus lomos de pura sangre. Bajo tiendas de lona blanca, camareros de esmoquin se desplazan repartiendo aperitivos y Bloody Marys entre los espectadores, que beben y fuman plácidamente. Lejos de los campos de batalla y las junglas infestadas de guerrilleros, la temporada de polo continúa en este exclusivo club, uno de los muchos lugares donde la elite de Colombia se reúne para gozar la vida, protegida de la guerra, las masacres diarias y los refugiados que afligen al país.
Pero los analistas afirman que la clase alta tendrá que salir de su aislamiento e involucrarse en los problemas sociales y económicos si el país quiere ver el fin a 37 años de guerra.
Esto podría significar sacrificios y reformas, en un país donde 50 por ciento de la población de 40 millones vive en la pobreza. "Colombia no puede seguir dividida en tres países, donde un país mata, otro país muere y otro país esconde la cabeza y cierra los ojos", dijo el presidente Andrés Pastrana al iniciar las conversaciones de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) hace más de dos años.
La guerra, la más larga del hemisferio, ha cobrado la vida de 35 mil civiles y ha desplazado a unos dos millones de personas en los timos 10 años, en lo que Naciones Unidas llama la peor crisis de refugiados en el mundo, fuera de Africa.
Pastrana, hijo de un ex presidente y aliado de las adineradas clases urbanas de Colombia, ha apostado su presidencia en lograr la paz con las Farc, el grupo rebelde más antiguo y poderoso de América Latina con 17 mil combatientes.
Pastrana, de 46 años, es un miembro del Partido Conservador, uno de los dos partidos políticos que han gobernado Colombia sin interrupción desde el siglo XIX.
Creadas en la década de 1960, las Farc, de inspiración marxista, tuvieron su origen en grupos de campesinos armados que se rebelaron contra los terratenientes. Lideradas por Manuel Marulanda Tirofijo, un guerrillero que ha vivido la mitad de sus 70 años en la selva, las Farc exigen cambios de corte socialista, entre ellos una reforma agraria, la redistribución de la riqueza y el fin de las políticas de libre mercado.
Los pocos avances de las negociaciones han desatado las críticas de las clases altas y de los grupos económicos que ayudaron a elegir a Pastrana, y quienes ahora piensan que éste ha hecho demasiadas concesiones a las Farc -como haberles cedido una zona desmilitarizada- sin obtener una tregua.
"El establecimiento ve el proceso de paz como un asunto de manejo político, no como un proceso para hablar de transformaciones sociales y económicas", dijo Roberto Pombo, ex negociador de paz y columnista de la revista Cambio.
Luis Carlos Sarmiento, presidente del mayor consorcio financiero del país, Grupo Aval, admitió que Colombia necesita invertir más en programas sociales, pero dijo que muchas de las demandas de las Farc son inalcanzables en las economías de hoy.

Los ricos van a Miami
"Yo creo que la mejor manera de distribuir la riqueza es usando mejor los impuestos para construir carreteras, cobertura médica y pensiones. Nacionalizar bancos o compañías aéreas o cosas por el estilo no es la manera de hacerlo", dijo Sarmiento. Mientras las conversaciones prosiguen, la guerra es combatida en ambos bandos por las clases humildes. Los hijos de las clases altas casi nunca entran en combate, asegurándose puestos en la administración o pagando sobornos para no hacer el servicio militar obligatorio.
De los 106 mil miembros que engrosaban las filas del ejército en 2000, sólo 8.000 eran bachilleres, o jóvenes con estudios previos a la universidad.
"Las clases altas bailan en Miami mientras sus lugartenientes hacen la guerra en casa", dijo un diplomático. Pero el estilo de vida de las clases altas está siendo minado por la intensificación de la guerra y por una campaña de secuestro y extorsión de la guerrilla.
Los miembros de las clases adineradas viajan en vehículos blindados, cenan en restaurantes bajo la mirada atenta de sus guardaespaldas o evitan las fincas de recreo semanal por miedo a ser secuestrados en retenes rebeldes en las afueras de las ciudades. Muchos han abandonado el país y emigrado a Miami.
Desde que Colombia se independizó de España en 1819, las clases altas han vivido tradicionalmente en Bogotá y en las ricas zonas cafeteras del centro del país.
En cambio, en la empobrecida zona rural, donde apenas existía la presencia del Estado, los campesinos sin tierra eran víctimas de la violencia y de años de exclusión política.
Expertos afirman que el problema de los cultivos de droga y el incremento de los paramilitares de ultraderecha tiene su origen en el abandono del campo y en la debilidad de las instituciones del Estado colombiano.
Mientras continúa la buena vida en los clubes de Bogotá, con cuotas de hasta 20 mil dólares al año, los cinturones de miseria de los refugiados de la violencia crecen.



La mitad de los colombianos vive en la pobreza.
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