Año 49.074
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  01 de
abril de 2001
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Buenos Aires: Código tiburón
En Bahía San Blas habita el bravío escualo, atracción de los pescadores que cierran la temporada en Semana Santa

Corina Canale

Basilio Villarino, piloto de la Real Armada Española, reconocía el confín bonaerense en 1780, mientras sus expedicionarios, con gran esfuerzo, mataron un chancho salvaje. Ese episodio fue el origen del nombre de una isla, del Jabalí, en la que años después se formó el pueblo de Bahía San Blas. En la soledad de las últimas tierras bonaerenses aquellos marinos no imaginaron que la inmensa bahía, donde habitaba el bravío tiburón, se convertiría en un paraíso para los pescadores del mundo. Hombres que comienzan a llegar en primavera y despiden la temporada durante los días de Semana Santa.
Los deportistas saben que la bahía es un pozo marino sin fuertes oleajes ni mar de fondo, rodeada por una extensa costa con un talud de canto rodado y una playa de arena blanca.
En la Isla del Jabalí, donde se afincó el pueblo de Bahía San Blas, hay dos asentamientos: Puerto Wassermann, en la costa, y Mulhall, hacia el interior, donde están los bosques de eucaliptus y acacias, y también las rosas y los geranios.
Dos hombres dejaron su impronta en la historia de Bahía San Blas. Primero fue Eduardo Mulhall, fundador del diario The Standard, quien compró campos en 1881 y construyó una estancia que luego fue de Bruno Wassermann, un importador de papel que soñaba con forestar la isla. Sueño que pudo concretar.
Dos rías, Jabalí al oeste y Guanaco al sur, separan del continente esta isla de forma semilunar que está atravesada por rías barrosas donde crecen juncos y se esconden los cangrejos ermitaños. Algunos geógrafos dicen que la isla no es tal sino una península, porque en Paso Seco hay contacto con la tierra.
Tal vez así era en 1820, cuando por allí había una posta de carretas y el camino llevaba hacia los puestos de la estancia de Alfaro, que era juez de paz en la cercana Patagones. Para el hacendado la isla era tan sólo un corral natural donde vivían los esclavos negros que cuidaban sus rebaños de ovejas.
Muchas historias se cuentan sobre otras islas salpicadas por las aguas de la bahía. Islas más pequeñas como la de los Césares, del Sur, Flamenco y Gama, esta última escenario de una historia ocurrida a mediados del siglo pasado cuando recaló en ella una banda de piratas a la que perseguía una flotilla inglesa.
Los bandoleros enterraron allí oro y piedras preciosas y se prepararon para una lucha que imaginaron cruenta. Pero la suerte les fue esquiva y casi todos murieron en la pelea. Sobre este episodio el profesor Darío Ricca relata que uno de los piratas, "curado por obra de Dios", reveló el escondite del tesoro a uno de los encargados de la Prefectura.
Es de suponer, porque todo así lo indica, que al hombre que encarnaba la autoridad le interesó el relato del pirata y allí nomás lo llamó a su ayudante y los tres cruzaron a la isla. Del pirata nada se supo, el ayudante nunca regresó, el otro se convirtió en un hombre rico y del tesoro no se habló más.
Pasaron los años y en 1904 la compañía salinera Anglo Argentina trajo nuevos aires a San Blas, con la sal que extraía de las salinas cercanas. De esos trabajos quedan los piletones donde se decantaba la sal, y la trocha angosta por la que avanzaba, lentamente, el trencito que llevaba las bolsas hasta el muelle.
En esos tiempos se levantó un edificio de madera y chapas y allí se instaló el correo isleño. Las cartas que venían desde Patagones comenzaron a llegar una o dos veces por semana en La Galera, nombre del carruaje que cumplía el servicio postal.
De aquellos tiempos lo que más conmueve a los lugareños es la capilla de San Blas, el santo que protege la garganta, que Bruno Wassermann ordenó construir para su esposa Berta. De mobiliario oscuro y austero, en su altar tiene una imagen de la Inmaculada Concepción tallada en mármol, obra que realizó en 1938 el escultor Joska, y un vía crucis de madera proveniente de Europa.
En Bahía San Blas hay una playa de suave declive, La Rebeca, nombre que recuerda el de la casa donde los trabajadores cambiaban los bonos de la paga, y otra en la entrada de la ría del Jabalí que es muy pronunciada y de canto rodado.
Con el correr de los años, en 1967, algunas sociedades intentaron la explotación de la pesca comercial. Pero esos esfuerzos no prosperaron sencillamente porque Bahía San Blas es "el paraíso del pescador deportivo", de los hombres que llegan con sus equipos a cuestas para desafiar al tiburón. Algunos cuentan que capturaron ejemplares de tres metros y 180 kilos.
Tal vez sea cierto. Tan cierto como que uno de los hombres más lindos del celuloide caminó por esas playas. Fue en la década del 40 cuando Fernando Lamas filmó en el confín bonaerense la película "Frontera sur". De esa producción cinematográfica quedaron un fortín y muchas anécdotas.



La bahía es un lugar ideal para la pesca.
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