Año 49.074
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  01 de
abril de 2001
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Primera versión al castellano de una novela ignorada del escritor beat
Jack Keruac: otra vez en el camino

Beatriz Vignoli

Algunos rasgos del diseño del libro -las letras amarillas sobre el fondo negro de la tapa, los números que encabezan cada capítulo- remiten a algo conocido. Que en la Argentina exista una segunda generación beatnik (espectadora incondicional del cine de Jim Jarmusch, y de la que tenemos ya un fruto maduro en la novela "Los pelados" de Sergio Rigazio) justifica, no sólo en lo literario sino en lo cultural, los esfuerzos consagrados a traducir al castellano por primera vez "Big Sur", el contemporáneo transatlántico de "Rayuela", a cuatro décadas de su escritura en 1960, y de su primera edición en lengua inglesa en 1962.
Jack Kerouac nació en Lowell, Massachussets, en 1922, y murió en St. Petersburg, Florida, en 1969. De familia francocanadiense, aprendió recién a los cinco años de edad el inglés en el que forjaría luego una prosa beat, intensamente rítmica, en cuyas frases se van enhebrando los nombres de las ciudades que recorría. Y es que no se podía tratar de ser un escritor norteamericano exitoso a mediados de los años cuarenta sin imitar, de buena fe, la honestidad autobiográfica de Ernest Hemingway. El otro puntal del estilo beat era la poesía de largo aliento de Walt Whitman, némesis del mejor amigo de Jack: el poeta Allen Ginsberg.
A los 26, siendo futbolista y veterano de guerra, Kerouac encontró un personaje de carne y hueso lo suficientemente picaresco y quijotesco, y se convirtió inmediatamente en su prosista épico: así fue como un lumpenproletario glamoroso, Neal Cassady -rebautizado Dean Moriarty para la "ficción"- dio impulso a una máquina literaria algo gastada ya por dos novelas previas. El resultado, algo tardíamente publicado por Viking Press en 1957 como "On the Road" (En el camino), incluye a Ginsberg y a otros de la Beat Generation como personajes, y fue el primer tomo de la Biblia pagana que predeterminó todo un "estilo literario de vida".
En "Big Sur", Kerouac narra, con el humor flemático de quien ya perdió el entusiasmo por las utopías de su juventud, los horrores de la fama: "...visitas ebrias vomitando en mi estudio, robando libros e incluso lápices-Conocidos que sin invitación alguna se instalaban durante días y días...". El título del libro nombra un lugar de la costa norteamericana sobre el Pacífico que se puso de moda cuando fue a esconderse allí el escritor Henry Miller, quien, como Hemingway y Fitzgerald, formó parte de la llamada Lost Generation. A Miller lo siguieron acosando sus lectores, a Kerouac sus terrores. "¿Por qué me tortura Dios?" es una de sus frases recurrentes. De poco le sirve refugiarse en la fantasía de que la cabaña en medio del bosque que le había prestado Lawrence Ferlinghetti (Lorenzo Monsanto, en la ficción) era su retiro de monje budista japonés. O vivenciar románticamente lo sublime del paisaje, o tomar nota de lo que dice el mar en un poema titulado, precisamente, "Mar" (que los editores decidieron incluir en su versión original al final del libro).
A nueve años de distancia de una muerte presentida y con sólo 38, Kerouac reencuentra en su soledad bucólica las visiones que lo atormentaban en la casa de su madre en Nueva York, visiones por lo demás muy parecidas a las del opiómano decadentista Thomas de Quincey. Sus otros reencuentros son con el dialecto quebecois materno ("Attends pour mué kitigingoo", le dice al gato) y con la religión de su niñez, que lo sumerge en despiadados exámenes de conciencia: "... nunca me comprometí con la vida de nadie porque siempre estoy listo y a punto de atravesar el país pero no para volver a mi propia vida en el otro extremo...". La verdadera revelación no es la de que "todo es uno" sino la de que el autor ha vivido para escribir, y por lo tanto carece de vida propia adonde volver.
El transcurso temporal de la experiencia en libertad absoluta ya no lo euforiza, sino que lo sume en la angustia existencial: "¿Qué haré después? ¿Cortar leña?". Cuando el tedio lo ahuyenta del bosque, su madre le envía a la librería de Ferlinghetti en San Francisco la noticia de que el gato ha muerto, metonimia terrible del hermanito muerto, aquel "hermano perdido" a quien se parecía Cassady en "On the Road". Se desencadena una ola de muertes culposas de mascotas, mientras Jack va y viene de costa a costa como una bola de billar mal tirada que no cesa de rebotar contra las bandas. Y cuando, desesperado, va a buscar a Cassady (quien aquí se llama Cody Pomeray), se encuentra con que él sí tiene una vida.
La historia alcanza su clímax en una escena poderosísima, un ritual del que participan un pez, un niño, y un pozo rectangular cavado en la tierra americana. "Big Sur" tiene más de Arthur Rimbaud que de Walt Whitman, menos de Ralph Waldo Emerson que de Henry David Thoreau. Es un Walden fallido, y sin embargo no es una obra menor. Su poderosa consistencia alegórica supera el horizonte de la simple aventura, y su autor se interna en una pesadilla espiritual digna de Poe o de Melville. Es como un "On the Road" que, pasado para atrás, revelara sus mensajes demoníacos. Es el Crack up de la generación beat. Y, sin embargo, tiene muchísimo más humor, el humor de quien sabe reírse de sí mismo. La versión de Pablo Gianera, pese a su literalismo, tiene dos virtudes: no abusa del argot, y conserva los guiones largos del texto original (decisión igual a la de Raúl Gustavo Aguirre cuando tradujo "Una temporada en el infierno").



Keruac escrbió Big Sur en 1960.
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