Había una vez un país que supo llevar la inflación a su más alta expresión: la "híper". Tres veces. Hace diez años logró dominar al monstruo, pero al precio de atar su tipo de cambio y resignar la posibilidad de hacer política monetaria. Como la inflación siguió haciendo de las suyas por algunos meses más, el precio del dólar (un peso), que al comienzo era adecuado se volvió muy barato. O, lo que es lo mismo, el peso se volvió demasiado caro. Igual que nuestros productos.
Hasta 1994 este problema fue superado por una ayuda de los dioses: Estados Unidos mantenía su tasa de interés tan baja que los capitales estaban contentos de venir al sur en busca de mayor rentabilidad. Además, las abundantes privatizaciones prometían buenos negocios, especialmente si uno tenía papeles de la deuda argentina. El toque de gracia: el elefante brasileño crecía sin control y su mercado compraba cualquier cosa que los argentinos quisieran venderle.
Después de esa gloriosa etapa los vientos comienzan a cambiar. La tasa de interés comienza a subir suavemente, al ritmo del crecimiento de la economía norteamericana. Los ingresos de capitales por privatizaciones se van moderando. Sin los mismos ingresos de capitales y con un tipo de cambio sobrevaluado, ¿qué hacer?
Cavallo optó en ese entonces por hacer algo que, si no se quería modificar la convertibilidad, era inevitable: compensar a los productores por vía indirecta, subiendo aranceles (introducción de la tasa de estadística) y bajándole los aportes patronales (impuestos). ¿Suena conocido? En cualquier caso esto dio origen junto con la reforma previsional a una parte sustancial de la deuda externa contraída hasta el día de hoy y del déficit fiscal que la origina, desde luego.
Hoy, marzo de 2001, nos encontramos como a fines de la gestión anterior de Cavallo, con una moneda sobrevaluada y sin posibilidades de devaluar, pero en medio de una depresión que lleva más de treinta meses, con mayor déficit y con mayor deuda. La primera pregunta que surge es: ¿qué hicieron Roque Fernández y Machinea en este tiempo? Además, existe una inquietante segunda pregunta, si Cavallo nos trajo acá, ¿qué hacemos llamándolo de nuevo para que haga lo mismo que intentaba desde 1994?
La respuesta a la primera pregunta es: Fernández y Machinea administraron la economía argentina y la crisis sobre la base de un diagnóstico incorrecto. Ese diagnóstico rezaba que el origen de todos los males era el déficit fiscal y que recuperar la senda del crecimiento dependía sólo de "poner en caja la caja" sobre la base de recurrentes ajustes. El beneplácito con que recibirían "los mercados" estos recortes, haría bajar la tasa de riesgo-país, abaratando el crédito para todos y proporcionando el combustible para la reactivación.
Pero la reactivación no llegó porque el diagnóstico, perseguido tesoneramente, estaba equivocado. Argentina no crece porque no puede competir. No puede competir en el exterior con sus exportaciones, ni puede competir en el mercado interno con importaciones que llegan baratas.
Eso implica empresas sin rentabilidad, que no invierten, despidos, reducciones de sueldos, caída del consumo, caída de ingresos públicos y vuelta a comenzar. El diagnóstico correcto es: debemos recuperar la competitividad, volver a crecer. Pero ¿de la mano de la misma persona que nos metió en esto?
Otra vez en crisis, otra vez Cavallo
Tom Peters dice que la forma correcta de entender y analizar el liderazgo es a partir de las situaciones. "La persona correcta en el lugar correcto". Y esta es la médula del problema. Cavallo es el único que ha hecho un diagnóstico acertado y radicalmente diferente de lo que han venido diciendo el 90% de los economistas, que repetían a coro y mecánicamente el mantra "toda la culpa es del déficit fiscal".
Cavallo es el único que se ha animado al menos a decir que va a bajar los impuestos, exactamente lo que se necesita y que se puede dar el lujo de subir aranceles sin que se lo anatomice como "cepaliano pro Prebisch". Cavallo es aire fresco porque al asumir dio a entender tres cosas:
- Sí, existe un problema con el atraso del tipo de cambio.
- Ese problema impide que crezcamos.
- Eso es lo que provoca déficit recurrente, por más que podemos el presupuesto cada tres meses.
Asistiremos de pronto al sorprendente espectáculo de la conversión en masa de los economistas. No es que vayan a dejar de repetir religiosamente algún mantra, sino que lo van a cambiar. Ahora van a repetir: "El problema es la competitividad", Cavallo se los ha autorizado. Alguien debería estudiar los comportamientos de manada en la profesión económica, o al menos entre los opinadores de economía.
La buena noticia es que se plantean dos soluciones, una de corto y otra de largo, para el problema argentino, ahora correctamente diagnosticado:
- Recomponer la competitividad y rentabilidad de las empresas, bajando impuestos y subiendo aranceles.
- A mediano plazo, modificar la ley de convertibilidad para flexibilizarla (canasta de monedas), evitando que en el futuro quedemos nuevamente presos de los caprichos del dólar y el comportamiento de la economía norteamericana, y dependientes de los ingresos de capital.
Sobre todo, el punto dos es realmente un gran avance: ahora se puede hablar de modificar la convertibilidad sin que a uno lo acusen de incendiario. Es un alivio. El punto uno es un avance porque significa que, con mas aciertos o más errores, ahora van a tratar al enfermo de gripe con antigripales y no con digestivos, como hasta ahora.
Sí, la historia es circular. Otra vez en crisis, otra vez Cavallo.