Fernando de la Rúa sabe que es la última oportunidad. Deberá vivir la contradicción de que su permanencia en su empleo dependerá del suceso que logre Domingo Cavallo en revertir la planicie recesiva de casi tres años, pero esos éxitos serán para el padre de la convertibilidad y no para el presidente y menos para su partido. No le quedaron opciones y la que usa es a costa de algunos de sus principios como constitucionalista.
A la grave situación no se llegó por los imprevistos mundiales sino por errores económicos y políticos. Se lo dijo el jefe del radicalismo, Raúl Alfonsín, en Olivos: que manejó mal la crisis de octubre que obligó a Carlos Chacho Alvarez abandonar la vicepresidencia. O cuando colocó a Ricardo López Murphy, un fundamentalista, para enfrentar los problemas con los mismos remedios fiscalistas anteriores, pero más duros que nunca.
El fugaz ministro se sintió usado y no faltaron las especulaciones sobre una jugada genial: López Murphy y su programa hace digerible el relevo por Cavallo, siempre resistido en el radicalismo. Las teorías conspirativas son atrayentes pero no siempre explican la historia y sus tendencias. Con esas herramientas se corre el riesgo de convertir el disparate en virtud, y se licúa el papel de la ciudadanía, sindicatos y los partidos en impedir que se consolidara el proyecto ultraliberal que De la Rúa y su entorno refrendaron. Suponían que desbrozaban una nueva coalición, sin la perturbadora presencia del radicalismo progresista y del Frepaso y algo de eso ocurrió. Al presidente no le faltaron advertencias que el plan de López Murphy incendiaría al país, pero como en otras ocasiones, prefirió el consejo del banquero Fernando de Santibáñez, de su hijo Antonio y otros laderos, amateurs la política.
López Murphy les dijo a sus colaboradores que fue usado. Su irritación fue tan enorme que hubo que frenarlo para que su último encuentro con el presidente no terminara en una gresca, cuentan testigos de un domingo inolvidable por el aquelarre vivido en Olivos. Si todo hubiera sido una conjura, el presidente no habría viajado con López Murphy a Santiago de Chile donde estaba parte de lo más granado de las finanzas mundiales y lo mostró como el salvador: se hubiera ahorrado ese papelón. Además, la personalidad del presidente no está predispuesta a estos movimientos maquiavélicos.
¿Un nuevo Napoleón?
Desde el rodrigazo de 1975, ese formidable movimiento impulsado por la CGT para frenar el primer gran ajuste sobre los trabajadores y despedir al entonces hombre fuerte José López Rega, no ocurrió algo parecido a la expulsión de los liberales ortodoxos del manejo de la economía. La conjunción de bronca popular con la oposición de casi todo el espectro político, ahogó de ausencia al equipo de Murphy y arrojó al olvido a un hombre que se venía preparando para ser presidente. Pero como en otros momentos, la alternativa no fue canalizada por algo renovador. A la izquierda de la debilitada Alianza hay gritos de indignación, pero no propuestas y tampoco una fuerza política que las interprete. La salida llegó por "derecha", de las entrañas del sistema en su versión heterodoxa. Es la que intentará combinar la satisfacción de los mercados con las necesidades de crecimiento que convoca las campanas de la historia.
Cavallo expresa al nuevo desarrollismo que avanza a empellones. Como Napoleón III. Acosó al Parlamento no para dar un golpe de estado, sino imponer la voluntad del mercado y los hizo trabajar a full. Su discurso presentando la "ley de competitividad" debería ser materia en las academias de acción sicológica. No se dirigió a los mercados, sino a los pobres y angustiados ciudadanos, para enconarlos con la clase política si esta le retaceaba sus demandas. Pero modificó el eje de los discursos de la Alianza y de antes, donde el fiscalismo (que sigue siendo el objetivo oculto) está bañado por las ilusiones del crecimiento y por la ausencia del término ajuste.
El temor no es zonzo. Con él amplió su base de apoyo con los gobernadores peronistas claves: al menos dos de ellos, José Manual de la Sota y Carlos Ruckauf, operaron para respaldar la delegación de poderes que reclama el presidente para el nuevo ministro. El diputado de Santa Fe Oscar Lamberto se opuso a esas herramientas tan delicadas en una brillante intervención que exhibe que el respaldo de Carlos Reutemann al gobierno no supera esta vez lo verbal.
La primera parte de la nueva ley no tuvo más obstáculos que las disidencias de la mayoría justicialista pero básicamente en la Cámara baja. Son las referentes a las gabelas por operaciones con cheques, fondos de sumas multimillonarias, de montos aún no precisados, que irán a parar a un Fondo de Emergencia Pública con destino previsible: garantizar el pago de la deuda externa y poder financiar la rebaja de impuestos para recuperar la competitividad, particularmente en las pequeñas y medianas empresas.
A los artículos 11 y 12, que reforman el Estado y las leyes obreras, las numerosas negociaciones de trastienda con Cavallo y su mano derecha, Horacio Liendo, el redactor de la norma, como bastoneros, encontraron una base de acuerdo para que el Parlamento en principio votaría hoy, sin poderes para bajar salarios y jubilaciones o producir despidos en masa: podrían ser a cuentagotas.
La Alianza y el PJ cerraron el acuerdo ayer a la madrugada. No modificarán el rumbo pero hay algunas oposiciones, ya que sobran dudas sobre que hará el ministro con esos poderes, tantas como la hondura de los cambios que se propone. Lo visible e inequívoco es que en lugar de aceptar que el Parlamento votara ley por ley, los legisladores le entregaran al gobierno esa facultad dañando severamente al sistema de representación a manos de Cavallo.
Cavallo y Chacho
Al bode del precipicio, el presidente pensó que no tenía otra opción que la del padre de la convertibilidad. Algo es cierto: fue Chacho Alvarez quien instaló ese nombre en la coalición; tiene el copyright intelectual del nombre Cavallo en las filas de la Alianza, es quien convence a Alfonsín sobre esa posibilidad, no ahora, sino cuando estaba en la vicepresidencia. Pero no es quien lo coloca en el gobierno: la crisis y la fragilidad presidencial es la partera de esta nueva coalición cuyo formato aún no está terminado.
El presidente cree que mantiene la iniciativa con su convocatoria al gobierno de unidad nacional, que en rigor sólo representa a los suyos más Cavallo: quedan debilitados el alfonsinismo y el Frepaso, los dos pilares de la Alianza. El jefe del Frepaso le formuló a De la Rúa un esquema de tres ejes: primero, la necesidad de atender el descontento social, retirando a Murphy y su programa; segundo, enfrentar la economía con el programa de Cavallo, y por último, y no lo menos importante, fortalecer la "debilidad presidencial" con un gabinete que incluyera al alfonsinismo y a él, Chacho, para equilibrar los inevitables desbordes del padre de la convertibilidad.
De la Rúa descartó nombrar a Alvarez Jefe de Gabinete, siguiendo el consejo de su entorno porque aparentemente no entendió el sentido político de la propuesta, que era de establecer un sistema de decisiones y equilibrios. No se trataba de una negociación de cargos, por lo que era inviable la propuesta, que vino más tarde, de darle al Frepaso las carteras de Interior y Desarrollo Social. Es probable que Chacho haya sido desbordado por los acontecimientos, y de eso dan cuenta las frágiles explicaciones de algunos dirigentes sobre el rechazo a la cartera de Interior: deberá afrontar conmociones sociales, explicaban. Es una muestra de inmadurez, porque si son parte del gobierno, hubiera sido más saludable que sus cuadros, que no son numerosos, exhibieran capacidad de resolver de otra manera que hasta ahora los escenarios más conflictivos.
Sea como fuere, el martes Chacho anunció que liberaba al presidente de toda controversia política para que abordara sin esa traba la crisis económica. Pero en semanas, comentan en el alfonsinismo, De la Rúa podría tener la necesidad de convocar al jefe del Frepaso para la jefatura de Gabinete. Como muestra que no dejan el oficialismo, todos los cuadros se mantienen en sus cargos y Chacho dedicará parte de su tiempo a poner a su tropa de legisladores en orden; ya lo que obtuvo en la votación del jueves, pero vivirá una escisión.
No menos conflictiva es la situación dentro del radicalismo. A Alfonsín le cayó mal el diagrama gubernamental del presidente y se lo hizo saber. El documento partidario aprobado para afrontar las novedades subraya, aunque parezca redundante, que es el presidente quien designa a sus funcionarios, para que no queden dudas que la idea de Cavallo no es radical. El tono del texto tiene una inclinación hacia la independencia. Pero realistas al fin, saben que no tienen otras alternativa, excepto intentar ponerle límites al ministro de Economía.
Solo el principio
La ley de competitividad despeja un escenario como el de Rusia de 1998, cuando entró en cesación de pagos, un horizonte muy temido por los vencimientos de envergadura que deben afrontarse: hoy parece superado. El respaldo del gobierno brasileño al plan es un añadido importante. Los vecinos, que pueden ser afectados en 800 millones de dólares por los aranceles cero para los bienes de capital de terceros países, comprenden que sus diferencias con la Argentina pasan a un segundo plano. Un fracaso de Cavallo abriría, están convencidos, un vacío de poder, la mentada renuncia del presidente que precisamente tuvo origen en Brasil. Para los vecinos Cavallo es el hombre justo para el momento apropiado aunque sospechan que chocarán con el cuándo se aborde a fondo el futuro del Mercosur.
No está escrito que Cavallo tenga éxito, pero es indudable que clavó la idea de que puede superar la emergencia. Con todo, la debilidad del presidente subsistirá hasta tanto no reconstruya la coalición original para equilibrar la fortaleza e imaginación de su nuevo aliado. Está en la realidad de las cosas que Cavallo es hoy ministro de Economía y jefe de Gabinete de facto, cargo que ocupa nominalmente Chrystian Colombo, en capitus diminutis. Ya ha reclamado controlar Comercio Exterior en manos de Horacio Chigizola, un amigo del canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, que no está dispuesto a sacrificarlo.
¿Qué coalición se consolidará? La actual es frágil, pero queda abierta la opción del retorno de la Alianza original con Chacho en el gobierno, jugando un papel de equilibrio. Cavallo no lo ve mal, pensando a largo plazo. O la posibilidad de que el menemismo consiga un acuerdo con el presidente, pero ese paso sería tan falso como nombrar otra vez a López Murphy. Quedan, claro, los vicarios de algunos de los gobernadores fuertes a puestos de importancia. Es un forcejeo que determinará si la Alianza sigue, aún con muletas, en el oficialismo. El hombre fuerte sabe que para su futuro no le alcanza el centro-derecha que ya tiene: necesita de un ala progresista que el ex vicepresidente la expresa. La política es como la caldera del Diablo.