Año 49.067
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  25 de
marzo de 2001
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Corrientes: El vulnerable milagro del agua
Esteros del Iberá, un mundo para la contemplación y el regocijo de los sentidos

De los esteros del Iberá, uno de los últimos paraísos ecológicos del mundo, abarca un millón doscientas mil hectáreas en una depresión geológica de Corrientes.
Uno de los primeros en abordar el misterioso mundo de los esteros fue el historiador Francisco Javier de Charlevoix, quien relató que el lago estaba formado por islas flotantes en las que se refugiaban los indios caracarás, descendientes de los primitivos señores de esta comarca: los guaraníes caingang.
La presencia de estos indios decidió en 1639 a don Mendo de la Cueva y Benavídez, gobernador del Río de la Plata, a enviar una expedición al mando de don Cristobal Garay y Saavedra, que apenas lidió con ancianas abandonadas que los atacaron con chuzas y lanzas. Los caracarás se habían escondido en los esteros.
Documentos de esa época consignan que este pueblo fue diezmado, pero aún a comienzos del siglo pasado se creía que algunos moraban en lo más intrincado de los embalsados, en la isla La Misteriosa, a la que todavía los mariscadores -cazadores furtivos- nunca se acercan.
Hubo muchos intentos por conocer esta maravilla de la naturaleza, muy parecida al gran pantanal brasileño, hasta que en 1996 una expedición al mando del explorador y arqueólogo correntino Santiago Tavella Madariaga se adentró en los esteros.
"Usamos lanchas especiales, deslizadores y aviones, y recorrimos el lado oeste de la cuenca iberiana. Queríamos estudiar la fauna y la flora, la vida íctica y la profundidad de las lagunas", dijo el explorador, oriundo de la cercana Mercedes.
"También nos interesaba saber cómo actuaban los cazadores furtivos y evaluar las posibilidades del sistema para la pesca, la náutica. También, la posible creación de un parque nacional y como destino del turismo de aventura", agregó.
La expedición comprobó que se podía navegar por varios canales, y por primera vez el grupo de exploradores compartió la vida cotidiana de los pocos pobladores de los esteros, hombres que saben arponear en el agua dorados y surubíes.
Actualmente el Centro de Interpretación Iberá está en la localidad de Colonia Carlos Pellegrini, en las orillas de la laguna Iberá, una de las siete lagunas grandes del ecosistema.

De sol a sol
También en esas costas se encuentra, semihundida en el agua, la balsa que en 1914 trajo de Holanda para cruzar gente, animales y sulkys entre la laguna Iberá y la Colonia. Tavella Madariaga recuerda que en ambos extremos del trayecto había carteles que decían "Esta balsa trabaja de sol a sol".
Las canoas a motor de los guardaparques son las que llevan pequeños grupos de turistas a recorrer los esteros, un mundo habitado por lobitos de río, nutrias, carpinchos, boas amarillas y yacarés, algunos negros y otros overos.
Los baqueanos clavan una pértiga larga en el arenoso suelo del estero para abrirse paso por el carrizal, y lentamente eluden los pajonales de juncos y totoras, mientras las cabecitas coloradas del pájaro federal cruzan el aire tibio de la mañana.
El viajero tiene la sensación de que los verdes húmedos estallan cuando la canoa se desliza entre los camalotes enmarañados donde crecen las flores rosadas del irupé.
Presiente que es un mundo para la contemplación y el regocijo de los sentidos, donde el silencio es necesario para no alterar la paz de las garzas blancas que reposan en las orillas, ni la prolija caza de anguilas en que está empeñada la cigüeña jaribu que busca comida para sus pichones.
Debajo de las clarísimas aguas de los esteros -que muchos imaginan turbias y se equivocan- se ven los cardúmenes de sábalos y surubíes, y los desplazamientos de esas voluminosas y torpes criaturas que son las tortugas acuáticas.
Más allá están los totorales, dominios de los yacarés que duermen al sol, inmutables ante los gritos de los chajás que siguen la canoa, en la que se posó, indolente, un martín pescador.

De aguará guazúes y carayás
En esta reserva de agua dulce, una de las más importantes del continente y uno de los mejores refugios mundiales de vida silvestre, viven el aguará guazú, el venado de las pampas, el ciervo de los pantanos y también carpinchos y monos carayá.
El ornitólogo inglés David Finch, que se fue subyugado por este humedal, registró más de 230 especies de aves, entre ellas la tijereta, el carpintero y la lavandera.
Los paseos en gomones son ideales para el avistaje de aves y también para los safaris fotográficos por los embalsados, islas flotantes que el viento mece y que alguna vez fueron camalotes.
Y cuando sobrevienen fuertes vendavales y grandes crecientes, estas marañas de plantas acuáticas simplemente cambian de lugar, se mueven. Pero los navegadores del Iberá creen que son "los fantamas del estero".
Más allá de esas creencias, salir en busca del ciervo de los pantanos y cabalgar en las noches de luna llena por la antigua guarida de los caracarás son experiencias memorables.


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