Año 49.067
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  25 de
marzo de 2001
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Señalador
El Educazo y las analogías históricas
El frustrado programa de ajuste a la educación reactualizó un conflicto que atraviesa el pasado reciente

Ricardo Falcón (*)

La Argentina vivió en los últimos días una muy severa crisis institucional. Después del anuncio de un drástico ajuste por parte del nuevo ministro de Economía, Lopez Murphy y avalado públicamente por el Presidente, ambos partieron a un foro internacional en Chile en el cual el ministro haría la defensa de sus tesis. Mientras tanto en Buenos Aires, al calor de la fuerte reacción que las medidas generaron en amplios sectores de la población y en especial en la comunidad educativa, se realizaba una operación política, en la que el presidente no parece haber desempeñado el papel protagónico principal, que dio por resultado el reemplazo del titular de Economía por Domingo Cavallo, el anuncio de la constitución de un gobierno de Unidad Nacional, la renuncia de algunos funcionarios radicales y la abstención del FREPASO de ocupar cargos políticos mayores.
Si bien los acontecimientos todavía están en pleno desarrollo, se puede señalar provisoriamente, que la ausencia del Justicialismo y del Frepaso en un rol activo en el gobierno, no le confieren realmente las características plenas de Unidad Nacional, que es un tipo de gobierno de "salvataje" y que se conforma con amplios consensos. Los rasgos más notorios de la nueva situación parecen ser los del paso de un gobierno que se presentaba con un perfil de centro-izquierda a otro con visos de centro-derecha, sobre todo por la presencia de Cavallo.
Lo ocurrido entre el viernes 16 y el 21 de marzo de 2001, merece algunas reflexiones que eventualmente pueden contribuir a un debate en los ámbitos educativos y fuera de ellos, sobre las enseñanzas de esas jornadas. Una breve incursión por algunos episodios de la historia pueden coadyuvar a ilustrar la situación. Algunos observadores ponderaron al episodio como una genial maniobra política, sean sus puntos de vista negativos o positivos. Esto no puede llevarnos a olvidar o relegar a un segundo plano un hecho fundamental: la inmediata declaración de guerra de la comunidad educativa a través de sus organizaciones representativas y otros sectores, como los gremios estatales, al ajuste anunciado.
Esa declaración fue suficiente para que las medidas fueran anuladas antes que de que se produjera la confrontación, en una resolución preventiva del gobierno, luego de mensurar el estado de ánimo las fuerzas propias y las del adversario. Esto no le quita importancia a lo ocurrido. Muchas veces la historia da ejemplos de luchas ganadas sin hechos bélicos de magnitud.
Sin embargo, la movilización se produjo y fue contundente, alcanzando al conjunto de la comunidad educativa, mientras otros sectores afectados por el ajuste también ganaban la calle. Lo que estaba en juego era mucho. Si bien la Universidad era la punta del iceberg, dada la magnitud del recorte presupuestario, no hay dudas que la situación comprometía a todas las instancias de la educación pública, desde el preescolar en adelante. Si bien aparecía como una reacción corporativa, es decir motivada por intereses específicos, no les costó mucho a los manifestantes demostrar que se movilizaban al mismo tiempo en defensa de los de la mayoría de la población.
En torno a lo que distinguía a Lopez Murphy de Cavallo, en ciertos ámbitos universitarios circulaba una metáfora, no exenta de cierto toque de humor negro, que asociaba al primero con los talibanes afganos y al segundo con los chiitas iraníes, ya que aunque siendo ambos fundamentalistas, estos últimos entre otras diferencias tan o más graves, no bombardeaban los monumentos históricos pre-islámicos. O dicho de otra manera, los dos pensaban recurrir al bisturí, pero Lopez Murphy iba a hacerlo sin anestesia. Las metáforas apuntaban a establecer una diferencia de grado pero no de principio entre ambos economistas. Sin embargo, el mantenimiento unánime de las medidas de fuerza por parte de las organizaciones representativas de la comunidad educativa, aun cuando el ajuste ya estaba vencido, convirtió paradójica y objetivamente a una respuesta preparada para Lopez Murphy en el primer paro contra Cavallo. La continuidad de la resistencia marcaba al menos, según la propia ministra de Trabajo "una desconfianza comprensible" o si se quiere recurrir a otra metáfora, una suerte de advertencia de que las amputaciones innecesarias llevan a juicios por mala praxis. Lo mismo ocurrió con la huelga general del día 21, aunque en este caso la deserción de la CGT de Daer, introdujo un matiz relativamente diferente.
Los acontecimientos recientes son un jalón más en una larga tradición de movilización del sector, que arrancando desde la Reforma Universitaria, tiene algunos de sus hitos más significativos en la lucha contra la privatización de la enseñanza durante el gobierno de Frondizi; en la resistencia a la intervención de la Universidad durante el gobierno de Onganía en 1966; en la Marcha del Silencio del 21 de mayo de 1969 en Rosario, que iniciada como una manifestación estudiantil, se transformó en una gran movilización democrática o a las Marchas Blancas y la Carpa Docente de tiempos más cercanos. No hay dudas que pueden encontrarse elementos análogos entre esos y otros acontecimientos históricos similares y las jornadas recientes.
No obstante, los límites de las analogías aparecen si se tiene en cuenta que los acontecimientos actuales se desarrollan en un contexto histórico muy diferente al de la mayoría de esos episodios anteriormente mencionados. Señalemos, en primer lugar, que la cuestión obrera fue durante las ocho primeras décadas del siglo XX la manifestación dominante en el seno la cuestión social en Argentina. En ocasiones críticas el movimiento obrero aparecía como articulador de las resistencias de los sectores populares, sin importar cuales fueran las connotaciones ideológicas de sus dirigentes: socialistas, sindicalistas o anarquistas en las épocas más remotas; peronistas de las 62 Organizaciones o de la CGT o fracciones "clasistas" o "combativas" en las décadas del sesenta y el setenta.
Las transformaciones tanto estructurales en el plano socioeconómico como otras jurídicas y políticas ocurridas entre 1976 y 1983 y desde 1989 en adelante, han llevado a una pérdida de peso relativo de la cuestión obrera, que hoy es otra más de las expresiones de la cuestión social. Eso no impide que el movimiento obrero siga teniendo en ciertas coyunturas una presencia relevante. Una de las consecuencias es que otros sectores y otras formaciones de resistencia, como pueden ser "los piqueteros" o en este caso la comunidad educativa, adquieren en las resistencias más protagonismo, aunque en una situación de conjunto de mayor debilidad.
Otra diferencia significativa es que el país atraviesa desde la última década una etapa donde lo dominante es la "exclusión" y fragmentación social, que se expresa entre otras cuestiones en el "achicamiento" del Estado de Bienestar, algunas de cuyas instituciones más sólidas son las educativas públicas en todos sus niveles y que hoy aparecen en riesgo.
La tercera es que en la crisis institucional actual, a diferencia de la mayoría de las vividas en Argentina en el siglo XX, es que la solución no está sometida al arbitraje militar. Hoy, las Fuerzas Armadas ya no pueden actuar como "el gran elector" que imponía, el sucesor del gobierno cuestionado. Esto tiene dos efectos contradictorios. El primero, el fundamental es que da un amplio margen para el desarrollo de las luchas sociales sin riesgo de quiebre del marco democrático. El segundo, secundario, es que puede favorecer la aparición de ciertos ribetes farsescos en la adopción de soluciones "por arriba" a las crisis políticas.

(*) Historiador



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