| | Editorial Dos ideas para las picadas
| Con amplitud y en una vívida nota, este diario se ocupó del peligroso fenómeno social que, como mínimo, acontece semanalmente en las madrugadas de los viernes en el Paseo Ribereño. Allí, con un público joven que supera el millar de almas, automovilistas temerarios -ellos también muy jóvenes- se reúnen para competir librando picadas. Por esas cuestiones del azar, todavía no ha ocurrido una tragedia, pero a no desesperar que ya llegará. Como era previsible, el artículo dio lugar a reacciones diversas, una de ellas fue la del director de Tránsito, quien ratificó la existencia de las picadas y justificó la imposibilidad (su imposibilidad, la de su repartición, que es la responsable primaria de entender en el tema) de actuar en consecuencia. Para Manuel Sciutto la esencia del problema reside en que "es muy difícil detectar a los infractores". Otra reacción correspondió a la jueza de faltas Liliana Puccio, quien al imponerse por el diario del asunto, anunció su inmediata decisión de investigar, pues el fin esencial de la magistratura a su cargo, entiende con saludable tino, es, precisamente, la prevención. Además, no escapa a su perspicacia que "si las picadas surgen en forma espontánea, es posible que ni la Dirección de Tránsito ni la policía lo supieran. Pero si hay una organización o alguien que las convoca, entonces es imposible que no estuvieran enteradas". Lo de la jueza, impecable y no viene al caso entrar en otros detalles; lo del funcionario municipal, lamentable y obliga a sugerirle dos ideas para la acción. Ideas que en modo alguno agotan las posibilidades existentes. Primera: si armado nada más que con un talonario de actas de infracción y un bolígrafo todas las madrugadas se apostara un inspector (custodiado, es obvio) en cada uno de los tres puntos cruciales de la avenida Colombres (Marull, la estación de servicios AG3 y Puccio), se acabaría el problema. Allí no habría más picadas. Segunda: si se instalaran nada más que dos (uno al sur y el otro al norte) de los radares de control de velocidad que posee la Municipalidad y al lunes siguiente comenzaran a llover las actas de infracción en poco tiempo los temerarios jóvenes volverían a sus cabales y tomarían conciencia de los peligros gravísimos que, para ellos y quienes merodean por la zona, encierra tan criminal manifestación de la pasión automovilística. No existe lugar en el mundo -mucho menos en esta Argentina tan desquiciada respecto de los valores y las responsabilidades personales y colectivas- donde cualquier norma sirva para algo si no se la hace cumplir. Esto lo reafirmó de manera ejemplar el juez de Faltas Osvaldo Alzugaray, quien sin demoras ni dudas acaba de condenar a dos días de arresto efectivo, treinta de inhabilitación para conducir autos y una multa de 300 pesos a tres conductores que en la madrugada del miércoles corrieron una picada en el Paseo Ribereño. Más claro, imposible.
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