Los indios tamois fueron los primeros habitantes de la Isla Grande, un santuario ecológico poblado por comunidades de monos macacos que viven entre palmeras y cañas de bambú, a tan sólo 165 kilómetros de Río de Janeiro.
En Isla Grande el ecosistema permanece inalterado; la primitiva tierra de los tamois es ahora el lugar perfecto para el turismo ecológico y de aventura y una invitación al relax.
Se puede llegar en transbordador desde Mangaratiba, a unos 100 kilómetros de Río, y también desde Angra Dos Reis. La navegación no supera las dos horas, pero no se puede llevar autos porque las normas ecológicas prohíben el uso de combustibles.
La balsa deja a los viajeros en la villa de Abraao, antigua y populosa, donde los visitantes pueden elegir hospedarse en posadas, campamentos, habitaciones en casas de familias, o alquilar casas por el fin de semana.
En esta pequeña urbe se disfruta la actividad nocturna siempre y cuando el suministro de energía eléctrica no se interrumpa por un clima adverso, lo que por otro lado incentiva el romanticismo.
Pero, de todos modos, vale la pena sentarse a saborear un suco natural en cualquier barcito, probar las delicias de los frutos de mar en los restaurantes, comer un pastei en los muchos puestos ambulantes y visitar tiendas de artesanías.
También hay alojamientos en las solitarias playas Dos Mangues, Aventureiros y Ubatuba -lugar de canoas- donde sólo hay arena, mar, riachos de agua dulce y algún reducto gastronómico.
Palmeras imperiales
Con algo más de cien playas en sus 155 kilómetros sobre el litoral atlántico, y pequeñas villas en sus casi 200 kilómetros cuadrados de tierras, la Isla Grande se hizo tristemente famosa por albergar presos políticos.
Un camino de palmeras imperiales conduce a las cercanas ruinas del acueducto que abastecía con aguas de manantiales a un antiguo lazareto. En los alrededores del acueducto hay una cascada para los baños de agua dulce y toboganes naturales en las piedras.
Los alpinistas encuentran cinco picos para escalar, entre ellos la Pedra d'Agua -el más alto de la isla con 1.030 metros-, el Pico do Papagaio, de 990, y el Pico do Ferreira, de 740, que además tiene una terraza natural para practicar el aladeltismo.
Y para los surfistas está la playa de López Mendez, considerada entre las cinco mejores del mundo para este deporte, aunque también hay enormes olas en las playas Brava y Ponta do Sul.
Para el buceo y la caza submarina los mejores aguas están en la Gruta do Acajá, Punta do Drago y Parnaioca, y en las islas dos Meros, das Palmas, dos Macacos y Longa, donde hay erizos y estrellas de mar, delfines y cardúmenes de peces de colores.
También vale la pena recorrer el Parque Estadual de Ilha Grande y caminar hasta las ruinas del antiguo presidio; llegar hasta Freguesia de Santana, primera construcción isleña, y hasta los vestigios de una fortificación pirata que fue bastión de contrabandistas de madera y oro en el siglo XVIII.