El balneario rionegrino de Las Grutas ofrece muchas más horas de sol -a veces entre 11 y 13 por día- que en los demás enclaves marinos del Atlántico, con largos atardeceres en playas rodeadas por las grutas que la erosión del mar cinceló desde los comienzos de la vida en los altos acantilados patagónicos.
En la bajamar, cuando el agua se repliega, la playa descubre almejas y caracoles. De la amplitud de las mareas, un ciclo decididamente rebelde, deviene la tibieza de las aguas, que al desnudar una y otra vez las arenas del golfo San Matías, las calienta tanto que éstas le confieren esa calidez al mar.
Estas terrazas costeras aún guardan muchos de los misterios de la era jurásica, cuando allí había una vegetación exuberante y nada anunciaba el tiempo de las arideces. Eran los dominios de los saurios más grandes del planeta, criaturas que todavía siguen emergiendo de las profundidades de la tierra.
Mucho después un grupo de intrépidos, allá por 1924 y a bordo de los entonces modernos Fort T, se animaron a transitar por caminos de ripio desde San Antonio Oeste hasta el desolado paraje de las grutas.
El puesto de los López
Un histórico personaje de la región, a quien se conocía como don Izco, construyó en 1938, con otros pioneros tan aventureros como él, la primera casa. Doce años después el Negro Espinosa abrió un boliche, y donde ahora está la plaza un español despachaba grapa y ginebra, en lo que pomposamente llamó el puesto de López y López.
Pero fue en la década del 60, con la llegada de pobladores provenientes del Alto Valle y de Neuquén, cuando el lugar comenzó a tomar la forma de una urbe. Hasta que 20 años después Las Grutas se consolidó como un destino turístico.
En realidad, fueron los buceadores los que descubrieron que sumergirse en las aguas del golfo -cuyas temperaturas van de 22 a 25 grados- era una experiencia difícil de imaginar en estas latitudes. Para ellos se creó frente al balneario, a 800 metros de la costa, el Parque Submarino, una larga restinga rocosa.
Piedras Coloradas
Nueve bajadas hacia las playas de Las Grutas, y otros tantos paradores, brindan a los turistas todo lo que se espera de los balnearios modernos. Las excursiones de buceo y los bautismos submarinos son allí actividades cotidianas.
Los acampantes prefieren el cercano entorno natural de Piedras Coloradas y sus extrañas formaciones rocosas del Precámbrico, con abundante cuarzo y mica, donde también recalan los pescadores costeros. Una elección acertada si lo que se busca es una playa serena y solitaria, donde además se capturan pulpos.
En cambio, en El Sótano viven las tortugas terrestres más australes del mundo, habitantes del desierto patagónico que se alimentan de brotes y raíces. Se las puede ver entre jarillas y tunas, pero sólo eso, mirarlas y dejarlas en su hábitat natural.
También hay que dejar todo en su lugar en el Cañadón de las Ostras, que tiene un cementerio de caracoles y un yacimiento de ostras cristalizadas. Fósiles del período Terciario -Mioceno-, cuya antigüedad se calcula en 12 millones de años. En estos parajes descansan los chorlos playeros rojizos cuando migran desde sus nidos en el polo Norte hasta Tierra del Fuego.
Para semejante viaje las aves necesitan "combustible", en forma de grasa nutritiva, reservas que sólo encuentran en los humedales, ambientes de aguas poco profundas que conforman los ecosistemas más productivos del planeta.
Para proteger a los chorlos la provincia de Río Negro creó el área natural Bahía de San Antonio, y luego se unió a tareas internacionales de conservación, logrando que este apostadero, una escala en el largo viaje de las aves, fuera reconocido por la organización no gubernamental Humedales para las Américas.
Este año, en enero y hasta el 18 de febrero, unos 93.000 turistas visitaron Las Grutas, muchos más que la temporada anterior. Ahora, cuando los visitantes del verano se van, llegan los que quieren disfrutar del otoño cercano.
Es el tiempo de caminar por los médanos largos, de emprender safaris fotográficos, de cabalgar por la orilla del mar y de llegar a la espectacular salina del Bajo Gualicho, el paisaje blanco que esconde el horizonte. Un lugar para los espejismos y para conocer los pasos de una explotación económica.
Y también de visitar los dos puertos de San Antonio: San Antonio Este, donde la producción frutihortícola sale hacia lejanos países, y San Antonio Oeste, donde las barcazas de los pescadores se adentran en el mar con las primeras luces del alba.