Carlos Roberto Morán
"La historia de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa", ha escrito el jujeño Héctor Tizón (Yala, 1929) en uno de sus libros capitales, "La casa y el viento", recientemente reeditado. En el que también ha dicho que "el hombre lejos de su casa se convierte en una larga llamada sin respuesta". A partir de la tensión establecida entre ambos enunciados Tizón ha construido gran parte de su obra. La voz de este autor -inconfundible, lo cual habla de un estilo- es grave, enunciativa, persistentemente poética, "dice" con el extremo cuidado propio de quien da valor sustancial a las palabras, a la Palabra, y su obra narrativa se ha ido consolidando en los últimos años hasta volverse una de las más sólidas de la literatura nacional. Porque en su caso sí corresponde hablar de nacional. Las historias que narra este juez afincado hoy en su Yala natal, población de 800 habitantes ubicada a unos 15 kilómetros de San Salvador de Jujuy, cuentan recurrentemente sobre seres, historias y paisajes considerablemente ajenos y distintos a los que son comunes a la mayor parte de los escritores "conocidos" de nuestro país. En efecto, cuanto nos narra es diferente a lo "conocido", es entrañable, y al mismo tiempo inconfundiblemente argentino. Como en otro plano nos ha querido contar el director de cine Mario Pereyra ("La deuda interna") él nos habla acerca de un "país" desolado, pobre pero no tan miserable como la miseria se expresa hoy en nuestras ciudades cargadas de violencia y postergaciones, llamado Jujuy. Vale decir, "la casa" de la que el autor nos habla. A ella se referirá inicialmente desde la perspectiva histórica y más tarde lo hará a través de un anecdotario más acotado, más íntimo, más ligado a las emociones individuales, pero en todos los casos -cerca o lejos y generalmente mixturado con el sufrimiento, con la desolación- el autor no dejará de referirse a la Casa entrañable. Tizón inicia su obra narrativa en la década del 60, cuando era agregado cultural en México, con un libro de cuentos -"A un costado de los rieles"-- que reeditaría años más tarde, en versión corregida, con el título de "El jactancioso y la bella". Pero como antes que nada estamos ante un escritor de novelas, podemos decir que su verdadero "nacimiento" literario se dio en 1969 con la edición, en la Argentina, de "Fuego en Casabindo". De ese trabajo, en el que mucho tenía que ver el pasado histórico, se dijo que en él "bucea en un pasado no inmediato y a la vez fantasmagórico, en el que la búsqueda histórica se encabalga con elementos míticos". En la actualidad se está rescatando esa primera parte de la obra del jujeño y así a la reedición ya concretada de "Fuego", se le sumarán en breve las de "El cantar del profeta y el bandido" (1972) y "Sota de bastos, caballo de espada" (1975). El combate de Quera, hecho ocurrido en 1875 cuando jujeños casi desarmados enfrentaron a las tropas del gobernador, es el núcleo central de "Fuego" y va a ser en un período inmediatamente posterior -y en escenario análogo- donde se desarrolla "El cantar" que concluye cuando el ferrocarril llega a La Quiaca. Veamos lo que dijo la crítica ("Capítulo") al respecto: "En este texto persisten el cuadro de la miseria y del abandono oficial de esas tierras, la reconstrucción de la historia del éxodo gradual de sus pobladores y el clima atemporal que genera el congelamiento de todas sus formas de vida". Si bien es cierto que Tizón ha dejado de lado lo histórico para adentrarse en lo más cotidiano, esos juicios persisten en su validez cuando se hace referencia a sus libros más actuales: "Luz de las crueles provincias" (1995) y "Extraño y pálido fulgor" (1999) y más aún a los textos narrativos-periodísticos de "Tierra de frontera" (2000) que nos han resultado, en clave "realista", una notable continuidad, la cara oculta de la luna, de "La casa y el viento". En ambas el autor realiza un recorrido por la poco develada "geografía" de su provincia para extraer en lo posible sus esencias, especialmente las humanas. Tizón recalca que hubo una clara cesura, una nítida división, entre lo que fue la primera parte de sus trabajos, caracterizados por lo histórico y, en determinados momentos, por su extensión, y lo que escribe en la actualidad, más referido a seres anónimos, a circunstancias de anécdota, en los que además prevalece un decir minimalista. "Aprendí de los indios a manejar mis silencios", ha expresado. El exilio en España, durante la dictadura, marcó esa división: "Poco a poco me estaba persuadiendo de que mi destino era ser un exiliado. Cuando empecé a pensar así esa cosa pesada, densa y oscura del rencor se fue evaporando, como si buscara una salida con el corazón (...) nunca más volví a escribir como antes, ni lo de antes. El libro que es una especie de adiós a todo lo anterior es "La casa y el viento". Distinto, pero sin moverse de Jujuy. En efecto, luego de ese libro de 1984 vendrían los títulos últimamente apuntados así como los relatos reunidos en "El gallo blanco" (1992) y las novelas "El hombre que llegó a un pueblo" (1988) y "La mujer de Strasser" (1997). En ellos serán los recuerdos, los lazos familiares, el amor inconseguible, los que darán sustento a los textos que informarán sobre esa "cara oculta" lunar de un Jujuy tan fantasmagórico como "real". "He intentado renacer en otro lugar y creí haberlo logrado durante un tiempo largo, pero después me dí cuenta que mi lugar de origen era mejor", ha confesado. Sus libros han terminado siendo un largo soliloquio para encontrar el camino a su morada: "Uno -ha dicho- no es más que su propia tierra".
| Tizón recorre la geografía y extrae su esencia humana. | | Ampliar Foto | | |
|
|