Walter Pico entró a la Bombonera con sus rulos al viento y todas las ilusiones a cuestas. Corría 1988 y el volante cumplía su sueño de debutar en la primera de Boca. Cuando el clásico ante Independiente se puso 3-0, su tensión llegó al límite, pese a que hacía un ratito que había ingresado. En el festejo del gol -desenfrenado, a grito pelado-, Pico se ahogó y vomitó. Y José Pastoriza tuvo que reemplazarlo.
Jugar en la Bombonera llena, se sabe, no es lo mismo que hacerlo en la cancha de Los Andes ante cinco mil personas. La anécdota no hace más que reflejar que el fútbol profesional hace rato que ha dejado de ser una diversión para la mayoría de los jugadores. Hoy, los futbolistas tienen un rival adicional: la tan mentada presión.
El torbellino globalizador, tecnocrático y neoliberal expandió la industria del fútbol hasta límites impensados. Y, a su vez, los jugadores ocupan espacios importantes en nombre del poder que ejerce el fútbol dentro de la vida política y social del país. Se entiende, entonces, por qué el fútbol ha dejado de ser un simple juego de conjunto. Seguramente, allá por la década del 50 Alfredo Di Stéfano no sentía la misma responsabilidad que hoy afronta Javier Saviola cuando queda cara a cara con los arqueros rivales. "Y... el tiempo pasa", diría un nostalgioso. Y junto con el tiempo, pasan cosas.
Los ultrasufridos hinchas de Racing lo saben mejor que nadie. Alfio Basile, quien en 1998 condujo a la Academia a la obtención de su último título, la Supercopa, conoce bien de qué se trata el tema. "Lo que pasa es que la ansiedad de la gente se vuelve negativa y los jugadores lo sienten mucho. Por lo general, fuera de Avellaneda juegan más sueltos, pero yo digo que estando en Racing tienen que estar preparados para rendir siempre igual en cualquier cancha", asegura el Coco, hoy en el fútbol mexicano.
El defensor Claudio Ubeda, uno de los históricos del equipo de Avellaneda, plantea una fórmula para que los éxitos le ganen a las penas: "Hay que armar una coraza para abstraerse del entorno", dice, aunque la receta parezca simplista para terminar con tantos años de frustraciones.
El volante de Gimnasia y Esgrima La Plata Favio Fernández, quien comenzó en Deportivo Español y supo pasar por Independiente, expone la diferencia existente entre jugar en un club chico y otro grande. "En Independiente jugás siempre presionado; y en Gimnasia, no tanto. En La Plata se da según las circunstancias. Por ejemplo, a veces tenemos un poco de miedo al salir a jugar contra los grandes. Pero ojo, que después lo superás y con el tiempo vas perdiendo un poco ese respeto. Al fin de cuentas, en mi anterior paso por Gimnasia, le ganamos 6 a 0 a Boca en la Bombonera...".
La lectura del semiólogo Umberto Eco tal vez podría trasladarse al "caso Racing", uno de los más notorios en cuanto al acoso del temido fantasma: "Los jugadores de fútbol son profesionales sometidos a tensiones que no son nada distintas de las de los obreros en las cadenas de montaje, salvo exageradas diferencias salariales".
Paradojas futboleras
Hoy, los futbolistas tienen representantes que se ocupan de sus contratos y clubes que les aseguran buen entrenamiento, alimentación adecuada, óptima atención médica y excelente preparación física para ejercer su trabajo. Sin embargo, existe una contradicción: esas condiciones de seguridad y protección no evitan que se muestren frágiles ante las presiones.
Así, podría decirse que los jugadores sienten la presión por diferentes motivos y circunstancias: \1) Cuando juegan una final o un partido decisivo, ya sea por la punta o por el descenso.
2) Cuando debutan en Primera.
3) Cuando salen a una cancha en la que se sienten más visitantes que nunca.
4) Cuando juegan sabiendo que en la platea los observa un emisario de un club interesado en ellos.
5) Cuando pasan de un club chico a uno grande.
6) Cuando tienen temor a lesionarse o a resentirse de una dolencia anterior.
7) Cuando su equipo va perdiendo y se acerca el final del partido.
8) Cuando sienten la exigencia de jugar bien para mejorar la consideración general y su cotización.
9) Por la proliferación de medios de comunicación y el consiguiente rebote popular que tiene el fútbol.
10) Cuando vienen jugando mal y deben levantar su nivel para que el técnico no los cuelgue.
¿Quién se hace cargo?
Para Ricardo Coppolecchia, médico de Vélez, "el que se encarga de lidiar con el tema de la presión es el entrenador, el resto del cuerpo técnico tiene que ver con algo más empírico que con una función profesional. Es habitual que un jugador me pida alguna medicación para los nervios antes de un partido".
A su vez, Coppolecchia recuerda otro dato revelador: muchos equipos de las diferentes categorías cuentan en su cuerpo médico con un psicólogo, encargado de canalizar, entre otras cosas, el miedo escénico de los jugadores.
Dice Tato Pavlovsky, psicólogo y dramaturgo estudioso del tema: "Hay dos tipos de presión: una tiene que ver con lo externo al jugador, la fantasía de ser transferido a Europa o con el temor a andar mal y ser reemplazado; y la otra es lo que el psicoanálisis llama el súper yo, que tiene dos tipos de síntomas: la vergüenza competitiva, que te da fuerzas en la adversidad, y la vergüenza inhibitoria, que es cuando te atrapa el fantasma del fracaso y no podés salir".
Espectador de lujo de lo que ocurre en los partidos, el árbitro Horacio Elizondo considera que "los jugadores van a la cancha bastante manijeados por lo que se habla en la semana, y salen con el cuchillo entre los dientes. Algunos sufren mucho los partidos, cuando lo ideal sería que ocurriera lo contrario".
Elizondo vivió la situación en carne propia. El 27 de agosto de 1998, en un partido entre Boca e Independiente por la Supercopa, Claudio Arzeno le puso el pie con la intención de trabarlo luego de que el árbitro diera un penal para los de la Ribera. Al final del partido, el defensor le pidió perdón en el vestuario: "Me desesperé. Estaba muy presionado por todo lo que había en juego", cuentan que explicó Arzeno.
Como siempre, hay excepciones a la regla. Germán Burgos afirma: "A la presión la toman las enfermeras, no existe. Yo quiero ganar siempre. ¡De qué presión me hablás!". Pero la sinceridad del arquero de la selección y Mallorca no aclara la cuestión.
Desde su condición de intelectual de la pelota, Jorge Valdano, hoy director deportivo del Real Madrid, definió como "miedo escénico" a las circunstancias cruciales previas a un partido. Eso, precisamente, fue lo que sintió el juvenil volante Diego Barrado cuando este año debutó oficialmente con la camiseta de River. "El día anterior no me podía dormir. Recién pude calmarme un poco con la ayuda del Tolo Gallego y de mis compañeros".
Alejandra Morales, trabajadora social ligada al mundo del deporte, va más allá y revela que las presiones pueden ocasionar daños físicos: "Hay jugadores que en un partido están extenuados y, como no se permiten decir •no puedo más', terminan lesionados. Es muy peligroso jugar con angustias y nervios".
Morales también se refiere a la presión en los adolescentes y/o juveniles, quienes, según ella, tienen menos recursos que los adultos para resolver la presión: "Generalmente los chicos reciben presiones del ámbito familiar. No son violentas sino sutiles, porque en familias con bajo nivel de ingresos el fútbol se transforma en una alternativa para el ascenso social. El problema es que un chico presionado no puede jugar a nada".
El tema llevó a Futbolistas Argentinos Agremiados a realizar una encuesta entre futbolistas mayores de 16 años, una de cuyas preguntas es: "Aparte de vos, ¿quién se siente más triste cuando jugás mal?". Las respuestas posibles son: "Padres, familiares, amigos, novia, entrenador, otros, nadie".
Por lo que se percibe antes, durante y después de los domingos, se deduce que la presión existe y que vale la pena seguir buceando en sus muchas causas y en sus a veces lamentables efectos. Pero está claro que por una cuestión de orgullo hay algo que un jugador nunca admitiría: que antes de algún partido chivo sintió ganas de borrarse y de refugiarse en su casa con su mujer y sus hijos.