Pekín. -Los gobernantes chinos muestran un frente unido. En la reunión anual de la Legislatura nacional se palmean unos a otros frente a las cámaras de televisión y hablan con una sola voz. Pero entre bambalinas, China está en el umbral de su principal cambio de guardia en una década, en momentos en que el gobierno lidia con una pesada carga de desafíos internos e internacionales. El año próximo se anticipa que seis de los siete miembros del politburó del Partido Comunista en el poder dejarán sus puestos en el congreso del partido que sesiona cada lustro. Al año siguiente, el presidente Jiang Zemin y otros altos funcionarios deberán retirarse.
Las maniobras de antesala han sido intensas en el Congreso Nacional del Pueblo de 11 días-que concluye hoy-, debido a que Jiang y otros líderes tratan de instalar a sus respectivos protegidos para preservar sus intereses. Al frente de este pelotón de aspirantes se encuentra una figura discreta e inescrutable que se cree será el próximo líder nacional: el vicepresidente Hu Jintao.
Desafíos estructurales
Sea quien fuere el ganador de la lucha por el liderazgo, heredará un gobierno empeñado trabajosamente en afianzarse en todos los frentes. Pekín trata de ingresar en la Organización Mundial de Comercio (OMC), aplastar el movimiento espiritual Falun Gong y reestructurar su economía sin crear una legión de desempleados rebeldes. Asimismo debe poner fin a una flagrante corrupción y mejorar los niveles de vida en el sector rural.
A la vez, China desea forzar la unificación con Taiwán y preservar las relaciones con Estados Unidos sin ceder sus ambiciones de erigirse en la potencia dominante en la región. Los máximos líderes están tan preocupados que convocaron en febrero a una reunión extraordinaria de tres días en la que instaron a los funcionarios del partido y del gobierno, los comandantes militares y los líderes locales a reafirmar su compromiso al más reciente plan quinquenal económico y a los elementos clave del dogma del partido.
Uno por uno, los líderes se comprometieron explícitamente a combatir al Falun Gong, según versiones de algunos diplomáticos. El gobierno considera ese movimiento espiritual como una amenaza para su poder, pero no ha podido desarraigarlo pese a una represión de 19 meses a menudo violenta.
Diplomáticos y expertos pronostican que, a falta de una figura fuerte o un mandato público, los nuevos líderes tratarán de mantener el control que tiene el partido sobre el poder sin estar dispuestos a arriesgarse a aplicar reformas significativas. "Lo que surgirá es un liderato colectivo inherentemente más frágil, sin una autoridad suprema", dijo Joseph Cheng, director del Centro de Investigación de China Contemporánea en la Universidad de la ciudad de Hong Kong.