| | Editorial A Malvinas, ahora sin escalas
| Con el objeto de perfeccionar el acuerdo alcanzado en 1999, la corona británica y el gobierno argentino acaban de suscribir un documento que, a poco que comiencen a verse sus resultados, habrá de constituirse en un eficaz instrumento de acercamiento con ese territorio nacional, todavía en manos de quienes lo usurparon a poco más promediar la primera mitad del siglo XIX. Bajo el eficaz recurso diplomático del denominado "paraguas de soberanía", el documento, que firmaron el embajador británico en Buenos Aires, Robin Christopher, y el canciller, Adalberto Rodríguez Giavarini, establece que los vuelos de aeronaves y los desplazamientos navales argentinos y privados entre el continente y el archipiélago ya no tendrán más la exigencia de hacer una escala obligatoria en otro país, como Chile o Uruguay. Lo mismo sucedera con aquellos que realicen el viaje inverso. La desaparición de este impedimento -un error que subsistió a la firma del acuerdo alcanzado al final de la anterior gestión del entonces presidente Carlos Menem- tiene una importancia digna de destacarse. Máxime si se aprecia que ocurrió precisamente a poco de que el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino rechazara, con claros y terminantes conceptos, la pretensión de dos consejeros isleños de iniciar conversaciones bilaterales. Conversaciones con el fin de encontrar medidas de acción conjuntas que contribuyan a la preservación de la riqueza ictícola de la zona, seriamente amenazada por la pesca, sin dudas depredatoria, cuando no francamente ilegal, que realizan las flotas de altura extranjeras. Tal importancia radica en que, a poco que se afiance la utilización de esta nueva apertura, surgirá un mayor mutuo conocimiento entre los isleños y los argentinos. Y bien se sabe que, al margen del turismo y del intercambio social y cultural que resultará profundamente favorecido, es el conocimiento mutuo el primer requisito a cumplir por aquellas comunidades que, otrora enfrentadas, ahora tienen necesidad y posibilidad de conjugar intereses comunes. Después de la traumática experiencia de la sorprendente guerra de 1982, en un gesto de singular e inteligente madurez por ambas partes -un gesto no exento de atinado y sano pragmatismo, los gobiernos argentinos que sucedieron al que precipitó al país en el conflicto armado han ratificado, con claridad, su vocación de defender los incuestionables derechos de soberanía argentinos en todos los frentes diplomáticos, nunca más en los de guerra. A ese fin contribuye, sin dudas, el acuerdo que acaba suscribirse entre aquel reino europeo y esta república americana.
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|