| | Análisis: Otra oferta de venta de un órgano para salvar la casa
| Osvaldo Flores
San Genaro Norte. - Como si pocas fueran las penurias cotidianas que la mayoría de los argentinos debe soportar en nombre de un sistema de valores del que no han sido responsables, un nuevo drama se suma a la interminable -y hasta inmoral- lista de sus padecimientos: el de los que están a punto de perder sus viviendas hipotecadas por el sueño de un país que no fue. Y más aún, el drama de los que decidieron ofrecer una parte de su vida para salvar el sueño propio y merecido de un hogar. Ahora es Gabriela Inés Verón, quien desde San Genaro Norte clama por salvar el hogar de sus cinco hijos pequeños y, acorralada por los vericuetos jurídicos y la frialdad de sus ejecutores, no duda en poner en venta uno de sus riñones para poder seguir porfiándole a un destino que, esta vez y como pasa casi siempre con los que menos tienen, la ha elegido como víctima. "Soy creyente. Confío en Dios y en que ustedes publiquen mi decisión lo antes posible, porque el tiempo es poco y la desesperación es mucha", dice Gabriela en una carta a La Capital escrita con letra temblorosa y errores de ortografía que la hacen -si eso es posible- más crudamente humana todavía. Hace unos días fue el quiosquero Eduardo Sauretti, que desde Villa Constitución apeló desesperadamente a la solidaridad para evitar el remate de su casa y hasta ofertó cualquier órgano de su cuerpo para juntar los cinco o seis mil dólares que impidan bajar el martillo a su dignidad de padre. Ambos saben que lo que proponen es ilegal, pero el gesto desesperado va más allá de la gélida e impersonal letra de leyes y códigos: es un disparo al corazón de una sociedad que deambula errática por una trastocada escala de valores, mientras sus propios hijos se debaten en un inútil intento por, apenas, sobrevivir cada día. Sauretti, Gabriela y tantos otros que hoy padecen el mismo drama tienen familia e hijos pequeños que seguramente quedarán marcados por el individualismo de un sistema que no atina a darles respuestas. Todos tienen voluntad de pagar, pero las puertas se les cierran en su propia cara cuando así lo expresan. Mientras en la misma Argentina donde algunos bancos se encargan de lavar miles de millones de dólares, cientos, miles de familias pierden sus hogares en nombre de un sistema jurídico y financiero impoluto que no tiene soluciones para que un humilde trabajador y padre de cinco chicos pueda honrar su dignidad en forma de deuda hipotecaria. Sauretti -como ocurrirá ahora como Gabriela Verón y después con otros- tuvo sus espacios en todos los medios para gritar la desesperación que lo acorrala. Pero las soluciones, esas que están obligados a dar quienes parecen disfrutar sólo las mieles de un poder económico o político que los aísla de los dramas cotidianos, no llegan. Y seguramente nunca llegarán. "Acudimos a todos lados en busca de ayuda, pero las puertas se cierran y hasta en el banco nos dijeron que no es posible una solución para un trabajador humilde y con cinco hijos", escribe Gabriela y se la adivina con consternada, mientras otros cientos, miles, estarán a punto de tomar decisiones tan extremas como la de ella, aún sabiendo que su único pecado fue el de cumplir un sueño en un país que no fue, o no lo dejaron ser. Y que su única culpa es la de ser pobre o, lo que es lo mismo, no tener trabajo.
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