El presidente Fernando de la Rúa camina por un tembladeral político y junto a él todos los argentinos. Como puede, trata de gobernar en medio de una estructura (la Alianza) cuya disparidad de pensamiento entre sus integrantes y los fuertes enfrentamientos, poco disimulados, tornan imposible cualquier intento de gobierno. No en vano el flamante ministro de Economía, Ricardo López Murphy, reclamó apoyo político para las medidas que habrá de adoptar: el hombre de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (Fiel) sabe que sin coherencia, al menos en el discurso de la coalición, cualquier medida que se instrumente naufragará apenas en el intento.
El presidente, en realidad, llegó a un punto del camino en donde los senderos se bifurcan: uno conduce a esa coherencia política que reclama López Murphy y en definitiva a la gobernabilidad y otro al fortalecimiento de la Alianza con miras a las próximas elecciones. Pero la homogeneidad política y la gobernabilidad requieren como dosis esencial al menos cierto de grado de coincidencias entre los hombres que conforman la conducción, algo que, a todas luces faltaba y falta en el gabinete nacional y en la misma coalición. Por lo que se advierte, De la Rúa parece estar más cerca del camino del fortalecimiento de esta Alianza con la que algunos hombres del gobierno (él incluido) tienen poco que ver en lo programático y en lo ideológico. Gobernar en tales circunstancias es harto difícil. No es extraño entonces que el frepasista recientemente designado secretario general de la Presidencia, Ricardo Mitre, haya advertido que "el gobierno está en una situación difícil". Como se proyectan las cosas, lo estará aún más, desgraciadamente.
El caso Meijide
El enroque entre Graciela Fernández Meijide (quien llega a la vicejefatura de Gabinete herida y resentida) con Marcos Makón no parece ser una feliz idea, a menos que en el corto plazo el propósito de algunos sectores sea borrarla del mapa gubernamental. Las diferencias con su nuevo jefe, Chrystian Colombo, son sustanciales y sin tapujos la ex candidata a gobernadora por Buenos Aires le endilgó a éste, en la misma residencia de Olivos, pergeñar operaciones de prensa para sacarla de la cartera de Desarrollo Social.
Pero los enfrentamientos en la Alianza y en el gobierno no paran allí y así, mientras se anunciaba la designación de López Murphy, alguien del propio gobierno se encargaba de hacer circular la versión de que la condición era el alejamiento del ministro del Interior, Federico Storani, quien ahora, casi complacido por las nuevas llegadas al Ejecutivo, pondera una homogeneidad política que no existe.
También el jefe del Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, contribuyó a estas fricciones, aunque sutilmente, cuando cargó contra el flamante ministro de Economía. Ibarra no ocultó su beneplácito por las palabras de De la Rúa quien aseguró que no habrá impuestazos, ni despidos, ni rebajas salariales. "Las decisiones políticas son del presidente", dijo Ibarra en claro mensaje al titular de la cartera de Economía quien en muchos aspectos no coincide con el mensaje presidencial y menos aún con Ibarra.
De hecho, en el seno del gobierno, además de una suerte de cogobierno entre De la Rúa y los presidentes de la UCR, Raúl Alfonsín, y del Frepaso, Carlos Alvarez, hay una puja por ocupar los espacios de poder en la que están empeñados los sectores más liberales y aquellos de extracción más progresista de la coalición. Las operaciones de prensa por estos días están a la orden del día, como la que dio cuenta de la renuncia de López Murphy, y así se provocan situaciones peligrosas y desestabilizantes que pueden llevar al país a una situación de riesgo.
La proa del barco (el gobierno) parece fluctuar en medio de una calma que puede ser el preludio de una feroz tormenta, y la excesiva reflexión y paciencia del capitán (De la Rúa) hacen temer por la suerte de la tripulación argentina sometida a los vaivenes de una nave que no encuentra su destino.
Mientras tanto, los empresarios, especialmente aquellos que ubican sus productos en el mercado interno, y los ciudadanos en general claman por la reactivación del mercado interno y la reducción de impuestos, pero el mensaje del titular de la cartera fue otro: no puede haber rebaja impositiva sin crecimiento.
Tal vez López Murphy anuncie en los próximos días la fórmula para crecer sin bajar la presión tributaria, sin achicar la estructura estatal, sin despidos, sin quitas salariales (como lo prometió el presidente) de manera de reducir el gasto público. Claro que esto es una ironía, por cuanto todo el mundo sabe que el pensamiento que siempre han sustentado él y los hombres de Fiel es el de la necesidad prioritaria de un fuerte ajuste en la estructura del Estado.
De hecho, se advierten ya entre el pensamiento de López Murphy y de su gabinete económico ciertas diferencias con otros integrantes del staff gubernamental y de la Alianza que comienza a zanjar el propio De la Rúa, como el caso de los aranceles universitarios, entre otros. Cuando estas cosas suceden, los pronósticos no pueden ser favorables.
La conducción de cualquier empresa no puede llevar a ésta a buen puerto si quienes la dirigen no tienen fijado un certero propósito, coherencia de pensamiento y cohesión en las acciones. De la misma manera, no puede haber éxito en la acción de gobierno cuando el perfil ideológico, los principios programáticos y las medidas de ejecución son incompatibles o están enfrentadas. No puede haber aliados para un fin y a la vez protestando en cada acción que se adopte. Cuando ello ocurre, como ocurre en el país, se producen las fricciones y, como ha señalado el primado de la Argentina, cardenal Jorge Bergoglio, "la vocación de servicio pasa a ser egoísmo". En esa situación el Estado abdica, por acción u omisión de su rol que es, como sustenta Spinoza, "liberar del miedo, hacer que la gente viva segura y que conserve el derecho natural a existir, sin daño para sí ni para los demás", algo que en la Argentina fue y es una utopía, claro.