Los obispos siguen sin comprender cómo el presidente Fernando de la Rúa demoró casi 48 horas en encontrarle un reemplazante a José Luis Machinea, cuando ellos mismos sabían de antemano que el recambio por Ricardo López Murphy en el Ministerio de Economía estaba programado desde hace meses. Es que hombres del entorno presidencial habían confiando a prelados "amigos" la intención del jefe del Estado de realizar una apuesta fuerte en el área económica tras la crisis institucional que desató la salida de Carlos Chacho Alvarez del gobierno. Si bien por entonces no trascendieron los nombres para evitar cualquier tipo de especulación financiera, la cúpula del Episcopado tenía la certeza de que el ahora ex ministro de Defensa desembarcaría en el Palacio de Hacienda. Además, cuando pocos se imaginaban que podría ser cierto, los referentes de la Iglesia daban por descontado que Domingo Cavallo se sumaría al proyecto gubernamental de reactivación económica. Y que también era el candidato a ocupar el Banco Central, cuando nada hacía predecir una probable caída de Pedro Pou por el escándalo de lavado de dinero. Esta última versión chocaba en aquellos días con las desmentidas oficiales, el descontento de los aliancistas más conspicuos -frepasistas sobre todo- y la oposición de un sector del establishment financiero. Estas dudas en la conducción del país preocupan sobremanera en los ambientes eclesiásticos, dado que -según dicen- no conllevan el claro mensaje que la gente espera del sector político, especialmente los 3 millones de pobres y 2 millones y medio de marginados que quedan a merced de que los números cierren y de anuncios sobre mayores ajustes que ahondarán aún más la crisis. "Además del blindaje y que se consigan términos más amplios en el Fondo Monetario Internacional (FMI), no hay una palabra oficial de lo que es la clave: el hombre argentino, que está sufriendo y necesita imperiosamente alguna señal", advirtió el obispo de Morón, monseñor Justo Laguna, de quien no se podría decir que está en la vereda de enfrente de las aspiraciones sociales de la Alianza. Pero este discurso es recurrente en la mayoría de los obispos, que perciben que a la hora de tomar las decisiones más urgentes, las necesarias para "hacer la Argentina" -según reclaman-, todo se enturbia en los tironeos palaciegos del mosaico de partidos en el poder. A pesar de que las críticas a la gestión delarruista han sido bastante medidas y acotadas a ámbitos privados, algunos referentes episcopales no ocultaron ayer su alivio por el recambio de Graciela Fernández Meijide, cuya gestión en el Ministerio de Desarrollo Social cosechó reparos y hasta desaprobación. "Se habla más de lo que se hace", se quejó un obispo contrariado por el constante cambio de nombres que sufrían los programas sociales y la poca efectividad de éstos para frenar el crecimiento de la pobreza en la Argentina. Además de cosechar innumerables críticas por la falta de coordinación oficial en la ayuda a las miles de familias que padecieron los efectos devastadores de las inundaciones en distintos puntos del país, Meijide no logró el principal objetivo trazado por el primer mandatario: sumar a Cáritas Argentina al Plan Integral de Lucha contra la Exclusión Social. El máximo organismo caritativo de la Iglesia, que encabeza monseñor Jorge Casaretto (San Isidro), evitó inmiscuirse en las propuestas gubernamentales en este campo y hasta temió convertirse en un "ministerio de ayuda social". "No queremos ser la gomería de los parches sociales ideados en los escritorios de los funcionarios ante las urgencias electorales", repiten los colaboradores de Casaretto.
| Los argentinos necesitan una señal, dijo Laguna. | | Ampliar Foto | | |
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