Oscar Daniel Bezerra Schmidt (Oscar) es el hombre para quien parece que el tiempo no pasa. A los 43 años el histórico basquetbolista brasileño (ahora jugando para Flamengo), mantiene su muy buen nivel en la sexta edición de la Liga Sudamericana, que se encuentra en pleno desarrollo y donde, fiel a su costumbre, se destaca como el goleador. No deberá sonar hiriente e irrespetuoso si para destacar la grandeza de Oscar se conjugan los verbos en tiempo pasado. Su trayectoria lo convirtió en el mejor basquetbolista sudamericano de toda la historia. Ningún otro alcanzó tanta gloria en su carrera: permanente goleador en su país. Igual halago cosechó cuando pasó por España e Italia, dos ligas muy fuertes y competitivas; integrante durante casi dos décadas de los combinados brasileños; y cinco veces representante olímpico. Por cariño a su país, rechazó tres ofrecimientos para fichar para un equipo de la NBA (New Jersey), simplemente porque ese traspaso le hubiese impedido seguir vistiendo la casaca de Brasil. Era la época en la que los NBA no podían, como ocurre ahora, participar en los torneos fiscalizados por la Fiba. Estando en Europa llegó a decir que si lo convocaban desde su país, no tenía inconvenientes en pagarse el pasaje desde el lugar donde se encontrara. Además, no pretendía viáticos ni cosa que se le asemeje. El orgullo que significaba representar a su querido Brasil superaba todo esto. Nunca, a lo largo de su carrera, tuvo lesiones graves y siempre fue muy ordenado y disciplinado en su preparación. Tal vez su insistencia por seguir jugando a esta edad es la que hace que a veces su grandeza no tenga la resonancia de otros tiempos. Verlo como goleador de cada partido en el que participa es una imagen que se repite desde hace 25 años (comenzó como profesional en 1976). Fue doce veces campeón de su país; una en Italia; con la selección sumó dos títulos sudamericanos; dos en la Copa América; y sin dudas la medalla que más recuerda es la del primer lugar en los Juegos Panamericanos de 1987. Este último es su campeonato preferido, porque Brasil le ganó a Estados Unidos por 120 a 115, en Indianápolis, después de un primer tiempo en el que estaba abajo por más de veinte puntos. En la segunda mitad los estadounidenses tuvieron que soportar una seguidilla de triples que permanentemente partían de las manos de Oscar, Guerrinha o bien de Marcel. Después del título Panamericano, le llovieron ofertas, pero la respuesta fue siempre la misma. No podía abandonar su selección, de la que se alejó por voluntad propia en 1996. Lleva convertidos más de 45.500 puntos, en 1484 partidos. No piensa en abandonar, ya si bien son competencias distintas, tiene la intención de superar los 46.725 que Kareem Abdul-Jabbar marcó en la NBA. Oscar fue el goleador en más de treinta torneos internacionales y es el máximo anotador histórico de los Juegos Olímpicos con 1093 puntos. Oscar sigue siendo, fuera de la cancha, el serio profesional de siempre, pero su actitud dentro de ella perdió comportamiento, elegancia y clase. Es muy familiero. No es de salir mucho. Prefiere disfrutar de su hogar porque quiere seguir jugando todo lo que pueda, por lo menos hasta los 50 años. Está casado con Cristina y tiene dos hijos, Felipe (14) y Stephania (9). Ahora como jugador se lo advierte más predispuesto a usufructuar su veteranía y experiencia presionando a los árbitros, que lo respetan por su trayectoria, a los que presiona en cada juego con la intención de sacar ventaja. Protesta cada infracción y llora cuando las cosas no se dan como él pretende. No es un gran defensor (nunca lo fue) y critica permanente al público adversario que lo maltrata. Los años le hicieron perder la virtud de la humildad y como buen veterano rodeado de jóvenes busca ganar con artimañas. Por eso muchos que lo han visto en otras épocas y que lo siguen viendo en la actualidad, creen que es mejor recordarlo por todo lo que fue.
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