Año CXXXIV
 Nº 49.052
Rosario,
sábado  10 de
marzo de 2001
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La celebración del universo del cine
Agitado comienzo de la 16ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata
Liv Ullman pasó inadvertida en la fiesta de apertura

Fernando Toloza

Mar del Plata (enviado especial). - El festival siempre empieza mucho antes de la función inaugural en la sala del teatro Auditorium, que esta vez tuvo por maestros de ceremonia a Cecilia Roth y Adrián Suar. Empieza en cada uno de los aviones que transporta a los invitados hasta esta ciudad. O antes, en los aeropuertos. No extraña entonces ver la cineasta Lucrecia Martel, directora de "La ciénaga" la película premiada en Berlín y que se exhibió como apertura del encuentro, correr por los pasillos de Aeroparque para no perder el vuelo.
Afortunadamente no lo pierde y gana una admiradora. Es una señora alta y terriblemente locuaz. No para de hablar y la gente que la rodea sale tomándose la cabeza fatigada de escuchar el incesante parloteo. Ella es Marta Minujin y cuando el avión aterriza se acerca a Martel y le pregunta: "¿Vos conocés mi obra?". Una alarma comienza a sonar en uno de los bolsos de equipaje. La gente se asusta y Minujin reaparece para calmar a todos. El ruido viene de su bolso. Lo abre y saca, efectivamente, una alarma, a la que tarda en hacer callar, mientras comenta que el aparato daría un buen resultado en una performance.
La presencia de Minujin, inexplicable hasta ese momento, se comprenderá después, a la salida de la función de estreno. La artista fue contratada para montar un par de esculturas efímeras. En este caso esas obras tuvieron por material comida: queso, salame y pan, y para postre, frutillas. A la febril imaginación de la émula vernácula de Andy Warhol le faltó tiempo -se supone- para montar una obra que "diese de tomar". Por eso tanto modernismo quedó un poco estropeado por los vasos de plásticos en los que se ofrecía cervezas y gaseosas.

El chiste de ser famoso
Como en cada edición del festival la gente se agrupa en las entradas del hotel Hermitage y de la sala Auditorium, separadas entre sí por unas pocas cuadras. La idea es ver a los famosos. El público nunca se queda con las ganas porque enseguida encuentra ídolos para homenajear. Las figuras internacionales despertaron poco entusiasmo. Con su elegancia nórdica Liv Ullman pasó casi inadvertida, mientras era acompañada por su amiga argentina Cipe Lincovsky. Ben Gazzara fue una buena noticia para los nostálgicos y un logro del festival, porque el actor había prometido su presencia en otras ediciones pero no había podido cumplir.
En ese marco de figuras de peso pero poco reconocibles para la gente, los argentinos hicieron capote. Cecilia Roth deslumbró con su pelo planchado y su vestido negro de generoso escote, que dejaba a ver a los más atentos un lunar negro en su seno derecho. Adrián Suar también recibió lo suyo. Otra que se ganó los aplausos y las miradas fue la delgada Paola Krum. Virginia Innocenti tardó en ser descubierta, a pesar de que dijo que Mar del Plata era como su segunda casa. Después hubo un desfile de viejas glorias del espectáculo argentino (María Aurelia Bisutti, el Pato Carret y Ericka Walkner, entre otras).

El truco del musical
El show musical estuvo a cargo de Susana Rinaldi, acompañada por músicos y un grupo de bailarines. El tango se convirtió otra vez en el vehículo para expresar la argentinidad ante propios y extraños, y la cantante lo hizo, previo un muestreo rápido de sus actuaciones en cine, desde la hoy graciosa (aunque de intención dramática) "Procesadas" hasta "Solamente ella". Rinaldi cantó bien, pero quizá demasiado. La gente agradeció tanta entrega y mucha se fue satisfecha una vez terminada la actuación de la Tana, dejando, quizá, para otra vez la película de Lucrecia Martel.
Entre los gestos políticos que mostró la inauguración del festival se contó la presencia de Rinaldi, a quien se anunció como un triunfo: "Es la primera vez que viene", se dijo triunfalmente, y la de Marcelo Piñeyro. El director de "Plata quemada" recibió un tributo por haber ganado el premio Goya (el Oscar español) a la mejor película extranjera. Y con ese motivo retornó a un festival al que se opuso en los últimos años, cuando estaba bajo la égida de Julio Mahárbiz.
En cuanto al papel de Suar y Roth como maestros de ceremonias fue desaprovechado por un pobrísimo guión. Como primer paso se los hizo leer la lista de autoridades. A esta prueba no hay talento actoral que resista y los bien predispuestos artistas fracasaron. Después, falta de ideas, trataron de seducir con el chiste de que son famosos y de que el lugar estaba lleno de famosos. Finalmente, desaparecieron sin pena ni gloria, para dar paso a Susana Rinaldi, quien conmovió al público pero también causó dolor de cabeza en más de uno con su afán de ser extrema en todo momento.
El final de la apertura fue comiendo las esculturas efímeras de Minujin, con el pan por el piso y un incansable revuelo de jóvenes organizadoras que sentían que habían pasado la prueba de fuego, pensada con un bajo perfil, para que sea el cine la estrella del festival. Cosa que habrá que ver, y que cuenta con todas las posibilidades, porque hay mucho material, que puede ser novedoso o un fiasco. El presidente artístico del festival, Claudio España, no se cansó de marcar que el encuentro no era algo hecho y pensado para intelectuales. La insistencia deja en claro cuál es el desafío, ser para todos, pero también pone de antemano en conocimiento de la cuál puede ser la derrota: mostrar un cine que le interese sólo a unos pocos, a esos que, inexplicablemente, vaya a saber por qué, se extasian ante un fotograma como la Santa Teresa de Bernini ante la presencia de Dios.



Liv Ullman junto a la actriz argentina Cipe Lincovsky.
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