| | Una visión en la noticia La batalla decisiva
| Luis A. Etcheverry
Cuando se observa que, en sólo 48 horas, el riesgo país cayó 50 puntos; que la Bolsa de Buenos Aires subió el 8,1 por ciento con las operaciones de anteayer y que una de las más importantes consultoras financieras del mundo -Merrill Lynch y Goldman Sachs- ahora aconseja a sus inversionistas la compra de bonos de la deuda pública argentina es imposible no caer en la perplejidad. A ella remite el asombro que despierta que la sola designación de un hombre para un cargo, por más altísimo y crucial que sea, produzca un cambio tan radical, en tan escaso tiempo. Más allá del poder salvífico que nadie puede negarle a ese estado del ánimo en cual se presenta como posible lo que se desea, la esperanza es una fuerza que no alimenta el músculo del mundo de los negocios. Un mundo en el que, como se sabe, quienes navegan en sus procelosas aguas siempre exige hechos tangibles, que perduren en el tiempo, antes que promesas de un mañana ideal, siempre lejano e improbable. Desde una visión política, al dubitativo gobierno de Fernando de la Rúa la asunción de Ricardo López Murphy al frente de la cartera económica le ha otorgado, como mínimo, tres beneficios concretos y otro adicional que incide favorablemente en todos. Esos beneficios son: un crucial respiro, la eventual adquisición de una mayor claridad y fuerza en las decisiones que, inevitablemente, hay que tomar, y -en lo que quizá sea lo más importante de todo- la circunstancia de haber puesto dramáticamente al desnudo que, más allá de las palabras, el autollamado campo del progresismo en la Argentina carece de alguna personalidad (ni qué hablar de equipo) con solvencia técnica y prestigio público suficientes como para incidir con peso sobre el movimiento de piezas en tablero tan difícil. En lo que posiblemente constituya su mejor y más valioso aporte al futuro argentino, así incluso se lo acaba de asumir desde el propio Frepaso. Pero junto con estos tres beneficios, existe otro adicional que los penetra y potencia. Y ello tiene que ver con la mayor coherencia que la designación de López Murphy le ha otorgado a la gestión de De la Rúa, puesta en entredicho por las líneas ideológicas que hierven en el caldero de la coalición de gobierno. Una coherencia a la que José Luis Machinea no pudo contribuir. Una coherencia, en fin, a la que todavía le resta enfrentar duros combates tanto en el frente interno de la Alianza como en el todavía más letal y poderoso -aunque más franco y previsible, y, en consecuencia, enfrentable- de la oposición. De una oposición, es cierto, que otorga a las palabras, a los compromisos y hasta al mismo devenir del que es responsable directa la consistencia de una goma de mascar con varias horas de uso. Con el ingreso de López Murphy y su equipo en Economía, el gobierno ha iniciado la batalla decisiva de la campaña. Batalla que, de manera inevitable, deberá librar tanto contra la tropa enemiga como contra gran parte de la propia. El desafío es enorme. Si finalmente se alza con la victoria -y sólo en ese caso-, tendrá posibilidad de continuar avanzado hacia el triunfo definitivo; hacia el final de la campaña que lleve a la construcción de un escalón más que, sin exclusiones, sirva para acabar con el retaceo y la permanente postergación del ascenso general del país y su gente. Si no es así, sólo le quedará la siempre amarga posibilidad de administrar la retirada, porque no habrá otra oportunidad.
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