| | Editorial Nueva etapa económica
| Con la toma de juramento ayer a los nuevos ministros de Economía y Defensa -primeros cambios de una reestructuración del gabinete todavía mayor y más profunda-, el presidente de la Nación ha dado, con la diligencia que el caso ameritaba, un importante paso en favor de otorgarle mayores posibilidades de concreción a la política económica iniciada cuando su asunción, en diciembre de 1999. Política que, en una generalización muy amplia, apunta a la reafirmación de la inserción de la Argentina en el mundo moderno. Se trata de una inteligente y valiente decisión que implica el abandono -como ya ocurrió con la anterior administración menemista- de prácticas que, si bien pudieron tener validez en otras épocas, hoy representan un verdadero anacronismo. Un anacronismo que, como tal, implica una enorme peso en contra de aquello que es necesario llevar adelante. Un peso que, como tantas veces ha ocurrido en la historia nacional, posee la capacidad letal de frenar cualquier propuesta de alcanzar una economía renovada y fuerte, con entidad suficiente como para contribuir al bienestar de todos. Aún cuando la separación de José Luis Machinea de la siempre candente conducción del área era un hecho, no caben dudas de que la dimisión presentada el viernes pasado sorprendió a Fernando de la Rúa. Se trató de un hecho que, con la vista en los mercados y contra lo que es su estilo, obligó al primer mandatario a arbitrar medidas de urgencia, como fue la de llamar desde el exterior al entonces ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, a quien finalmente le encomendó la delicada tarea de llevar, de ahora en más, las riendas de la economía. Más allá de su falta de carisma, de la dureza de sus posiciones y de las reacciones que muchas veces provocan sus tajantes y crudas definiciones, es indudable que el nuevo ministro cuenta con un bagaje técnico excepcional. Un bagaje que, sin hesitación alguna, le es reconocido por tirios y troyanos. A ello se agrega su sincera y comprobada adhesión a la ortodoxia, condición que permite augurar que muchos de los "vicios" -esto por darles un calificativo al exceso del gasto, a la financiación espuria del presupuesto, a la corrupción, a las regulaciones que tornan anémica la pujante sangre empresarial, etcétera- que frenan el tan demorado despegue argentino serán puestos en la picota, con el fin de acabarlos. La designación de López Murphy, quien en su paso de más de un año por Defensa -allí ya lo reemplaza Horacio Jaunarena, ex secretario general de la Presidencia- dio acabadas muestras de un pragmatismo grande y antidogmático, es un dato alentador de la realidad. Dato que, sin dudas, podría potenciarse todavía más si, finalmente, Domingo Cavallo ocupara la presidencia del Banco Central en lugar del cuestionado Pedro Pou.
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