| | Editorial Mantenimiento permanente
| En reciente edición este diario volvió a ocuparse del preocupante estado de abandono de muchas plazas de la zona sur de la ciudad. Altos pastizales, juegos infantiles destruidos, excrementos de animales diseminados por todos lados, basura arrojada por vecinos desaprensivos que, lejos de preservar lo que les pertenece, lo agreden con conductas impropias. Esto constituye el común denominador del cuadro de fuertes trazos observado en una recorrida en la que el cronista se hizo eco de muchas quejas. Quejas en las que hubo coincidencias en torno de la ineficacia del mantenimiento a cargo de la Municipalidad. Las plazas son partes vitales de cualquier conjunto urbano. Lo son porque, en tanto espacios verdes, representan verdaderos pulmones para la ciudad, pero también porque constituyen polos de atracción social, en los que la población tiene oportunidad de manifestar su condición gregaria. Manifestación que resulta imposible si el ámbito donde ella debe ponerse en práctica no ofrece condiciones mínimas de seguridad e higiene que tan saludable ejercicio de la vida comunitaria requiere. En otras palabras: no contribuir a que las plazas cumplan con el cometido para el que fueron proyectadas equivale no sólo a agredir al medio ambiente, sino a enajenar conductas sociales. Conductas que, sin dudas, incidirán perniciosamente en el resto de la comunidad. Aun cuando pueda ser discutida en sus matices -jamás en su profundo contenido-, esta idea obliga a replantear una cuestión que no por haber sido considerada aquí en numerosos oportunidades deja de tener lamentable vigencia. Se trata de una cuestión que, como una especie de mal congénito, arrastran casi todas las administraciones municipales. Ella tiene que ver con la falta de persistencia en el esfuerzo por asegurar, sin fisuras, el normal mantenimiento de los espacios públicos, en especial los correspondientes a aquellas plazas que, si bien para el grueso de la población permanecen poco a la vista, representan centros de vida social valiosos para el desenvolvimiento del barrio en que se encuentran establecidos. Es de escaso valor reacondicionar cualquier plaza en franco estado de deterioro si después no se la controla ni se realiza en ella tarea de mantenimiento alguna. Lo mismo si no se reprime, en los casos que corresponda y según las normas legales vigentes, a aquellos vecinos que las agreden, por ejemplo arrojando basura. No hace falta poseer una inteligencia anticipatoria desbordante para saber que, a poco de quedar nuevamente librada a la mano de Dios, el destino de cualquier plaza es volver a sufrir el mismo problema.
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