Para aquel que llegue a Valencia a través de la autovía mediterránea desde Andalucía, dejando atrás el paisaje agrícola de Murcia y más allá las legendarias sierras donde se filmaron tantos westerns italianos, podrá encontrarse en su ingreso, junto a los plantíos de naranjos, con un parque industrial de varios kilómetros que anuncia la presencia de un gran polo de desarrollo. Se trata cabalmente de una expresión más de lo que a menudo se dice "La España rica", democrática e integrada al Mercado Común. Y es que en verdad, pese a que la región y la misma ciudad, durante siglos, fue uno de los centros comerciales más importantes de Europa, hoy está viviendo un crecimiento de magnitud que provoca tanta admiración como el mismo patrimonio natural y cultural que acredita.
Valencia, la ciudad a la que tanto se le cantó desde la infancia, en bien regadas mesas de familia, está allí, contundente, ágil, cálida y desopilante. Abierta al visitante como se lo propuso su río, el Turia, al atravesarla de lado a lado, y que hoy, ya desviado su curso, surge desde su viejo lecho el mayor espacio verde del que puedan gozar todos los valencianos.
Está ese río seco inundado de parques, complejos deportivos y recreativos, mientras a los costados crecen, bajo el mejor diseño arquitectónico, los nuevos edificios. Otros, de antigua alcurnia, serán restaurados y protegidos como reliquias.
Un dato: hay aquí cierta seguridad para un turista desavenido, ya que, como se dice, "Valencia posee un clima excelente, con una temperatura media de 17 grados y días de sol en un 90 por ciento". Es una frase inconclusa repetida por los guías de turismo (buenos profesionales) y que se graba en la memoria, tanto como la llovizna pertinaz y rítmica que puede desatarse si le toca uno de esos días del otro 10 por ciento.
Más allá de ese dejo de ironía, tan valenciano como la paella o las Fallas (ver aparte), se puede afirmar que el sol reina soberano sobre toda la extensión de la comunidad y que, por lo tanto, para aquellos que aman las actividades al aire libre, este es un gran lugar de España. En esta ciudad costera es posible practicar diversos deportes acuáticos; navegar por la Albufera, un lago mayor, verdadera reserva natural; gozar de las estupendas playas que se extienden por más de 100 kilómetros desde la ciudad a lo largo de la costa o simplemente caminar desde el antiguo casco céntrico (uno de los más grandes de Europa) hacia los barrios, donde descubrirá los sofisticados edificios de la primera década del siglo, con balcones cuyos herrajes son verdaderas piezas de colección.
Paseo por la historia
Precisamente, si ha optado por el casco céntrico o casco antiguo debe saber que esta ciudad posee una historia de más de dos mil años, donde han dejado sus marcas griegos, musulmanes, fenicios y romanos, entre otros pueblos. Y que seguramente es esa mixtura la que le otorga un carácter que embarga al viajero. Como cuando se visita el edificio de La Lonja de la Seda, las torres de Quart y de Serrano o el Mercado Central, donde la variedad de jamones, quesillos y otros manjares, dispuestos en innumerables stands, abastece la demanda de gran parte de la mesa valenciana.
Entre el bullicio de la gente, la legendaria arquitectura del mercado y los tradicionales productos no es difícil imaginar la historia que ha transcurrido por esta región. Luego, el laberinto de sus calles, con sus negocios, tabernas y museos (18 en total) pueden demorar la estada de cualquier viajero un poco sensible. Que, además, no debe olvidar su bolsillo, porque entre las ofertas de los pequeños mercados y la variedad de platos que ofrecen sus restaurantes puede suceder que rompa el límite de lo que se haya establecido.
Ahora bien, paralelo a esta Valencia antigua y de comarca se erige una ciudad de nuevas luces, moderna y vanguardista, que debe recorrerse porque otorga un panorama acabado del actual estado de las cosas.
Vale entonces visitar la Ciudad de las Artes y las Ciencias que, junto al Parque Oceonográfico Universal, se constituye en uno de los complejos científicos de mayor dimensión en toda Europa. Allí, al recorrer el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, cualquier visitante, ya sea autodidacta o académico, niño, joven, adulto o maduro, puede conocer, interactuando con la muestra, cómo la ciencia y la tecnología han logrado mejorar la calidad de vida la humanidad.
Diseñado por el arquitecto Santiago Calatrava, figura ya emblemática de Valencia, el complejo se ha constituido en un nuevo polo de desarrollo urbanístico y será sin duda cuando esté completamente construido uno de los lugares obligados de cualquier tour cultural europeo. Desde ya, esto explica por qué la ciudad se ha convertido en uno de los centros de convenciones y congresos de gran apogeo.
En voz baja, se dice que Valencia ha obtenido favores de Madrid. Que la decisión de extender el tren rápido hasta allí (el AVE llegará en tres años y la unirá a la capital en poco más de dos horas) es un evidente guiño del gobierno central hacia la comunidad. Pero esto lo dicen los diarios catalanes, que empiezan a ver a Valencia con cierta preocupación. No obstante, hay algo cierto, los madrileños suelen visitar a menudo la ciudad durante los fines de semana. Lo que marca una preferencia, que tal vez tenga también algo de la histórica rivalidad con Barcelona.
Valencia es, por sobre todas las cosas, su gente. Es decir, ciudadanos abiertos, espontáneos, alegres y estruendosos. Se lo puede apreciar mejor cuando cae la tarde y el centro se vuelve el lugar de encuentros.
Una de carpinteros
Precisamente, es durante estas semanas que preceden a la llegada de la primavera cuando Valencia recibe la mayor afluencia de turismo. Decenas de miles de españoles y ciudadanos de distintos lugares del mundo arriban año tras año para vivir junto a los pueblos que integran la comunidad valenciana su fiesta mayor: las Fallas.
Para quienes nunca escucharon o leyeron de ellas, se trata de una celebración que se remonta al siglo dieciocho y que, según los relatos, se inició cuando los carpinteros, para agasajar la llegada de la primavera, quemaban los artefactos de iluminación (soportes de candiles) en víspera de San José, ya que aparentemente se volvían inútiles por la extensión de la luz solar.
La semana fallera se desarrolla desde el 12 al 19 de marzo, aunque previamente, en los primeros días de marzo, se realiza la Cabalgata del Ninot (desfile de comparsas con motivos satíricos) y la Cabalgata del Reino (festejo oficial con desfile de carrozas).
Durante la semana se instalan en diversos lugares de la ciudad alrededor de 360 fallas. Las fallas son monumentos de cartón piedra o de madera, de variadas dimensiones (algunos pueden medir más de 15 metros), realizadas por las comisiones organizadoras de la fiesta.
Los motivos de los trabajos por lo general son satíricos sobre personajes que se han destacado a lo largo del año que pasó por su aspecto negativo hacia la sociedad y que merecen ser quemados para que pasen al olvido. Pueden ser temáticas locales, nacionales o del exterior. Cada comisión posee una sede social que se llama "casal" o barraca y durante la fiesta se mantiene abierta las 24 horas. Y también tiene una fallera, una bella joven que la representa y que desfila con sus mejores ropas, con la ilusión de que el jurado la convierta en la fallera mayor.
Valencia se viste a lo largo de esta semana con todo su colorido, su música y su mejor pirotecnia, que culminará con la Noche de Fuego (Nit del Foc). Es una noche entrañable donde se ofrece al fuego todas las fallas. Sin embargo, una terminará resultando elegida por la votación del público y por esta misma razón será "indultada" y rescatada del implacable fuego para ir a alojarse en el Museo de las Fallas donde se exponen todas las fallas que año tras año han corrido la misma suerte.
Para quienes visiten Valencia en cualquier época del año no deben dejar de pasar por el Museo de las Fallas. Ubicado a pocos metros de la Ciudad de la Ciencias, este museo ofrece, previo a su recorrido, un video de unos 20 minutos donde se muestran aspectos salientes de la semana fallera. Ya en su interior, de dos plantas, se encuentra un centenar de ninots grandes e infantiles que fueron indultados desde que comenzó a celebrarse la fiesta, en 1934.