Las cataratas del Iguazú son una de las grandes obras de la naturaleza: más altas que las del Niágara y más bellas que las africanas de Victoria, alrededor de su fuerza salvaje se extiende una región densa y húmeda que conforma la biomasa más rica y más amenazada del país, la selva misionera. En esta selva que parece un gigantesco invernadero viven más de 2.000 especies de plantas conocidas y más de 400 aves, y también cerca de 80 mamíferos y muchísimos insectos y mariposas. Se trata de un ambiente donde la naturaleza lucha por sobrevivir a la cruenta explotación forestal. La vegetación subtropical cubre prácticamente todo el espacio que hay entre la copa de los árboles más altos -el estrato de los emergentes- y el suelo, también llamado estrato herbáceo. No es casual que el primer viaje organizado de Argentina, en 1926, haya sido hacia las famosas cataratas, el deslumbrante umbral hacia la selva desconocida. El hombre luchó hasta dominar esa comarca intrincada y se adentró en la espesura. Por el sendero Yacaratiá, dentro de la Reserva del Parque Nacional Iguazú, se realiza un safari fotográfico en vehículos descubiertos que permiten el uso cómodo y silencioso de cámaras fotográficas y filmadoras. El objetivo es atrapar en imágenes a venados y zorros del monte, y a los coloridos tucanes y trogones. Desde el vehículo se ven y se captan las singulares formas de vida que albergan las copas más altas -una profusión de orquídeas y bromelias- y es posible acercarse a la crueldad de los árboles "estranguladores", que en realidad sólo buscan la tibieza del sol en lo más alto del dosel. En cambio, por el sendero Macuco se realizan caminatas que finalizan en la pileta natural que forma un salto de agua. El sitio es ideal para una zambullida y una pausa gastronómica, o simplemente para dedicarse a mirar el revoloteo incesante de las mariposas de colores. El sendero Macuco, nombre popular de un ave, comienza en el Centro de Investigaciones Ecológicas Subtropicales y se extiende por 4 kilómetros. Es un trayecto didáctico donde muchos carteles informan el nombre de los árboles y los hábitos de la fauna. En el paisaje de la selva misionera -una sinfonía de rojos y verdes húmedos- hay palmeras pindó y palo rosa, ibirá pitá, timbó y lapacho negro. Un mundo vegetal donde se nutren el clavel del aire, los helechos arborescentes y las flores silvestres. Es conveniente que los caminantes lleven botas altas y binoculares para mirar las aves, además de una cantimplora con agua y repelente de insectos. Los guías afirman que ellos ofician de simples nexos entre los visitantes y el entorno. Pero en realidad son los que advierten sobre la dinámica de la selva, en especial sobre los desplazamientos de la fauna y las señales que dejan a su paso y que ellos identifican fácilmente; los monos dejan huellas de dientes en ciertas plantas, y por esa marca se sabe si la tropa aún está cerca. También explican que los monos caí buscan su alimento en la copa de los árboles, mientras la paca y el agutí lo hacen en las hierbas bajas, donde también encuentran su ración la corzuela y el tapir. Y son expertos en hallar los rastros recientes de un yaguareté y de otros felinos como el puma y el ocelote. Saben, al mirar la marca sobre la tierra colorada, si es una mano o una pata, y por el tamaño reconocen las del aguará popé, las del coatí y las de la comadreja overa. Estas excursiones a buscar huellas de animales son lo más nuevo del recurso turístico selva y hay que realizarlas luego de los desplazamientos cotidianos. La puerta de entrada a la selva misionera es la ciudad de Puerto Iguazú, polo de desarrollo turístico internacional y también hito de las tres fronteras, el lugar donde se unen Argentina, Brasil y Paraguay.
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